«La boda del señor cura» o «El defensor de una parte del Pueblo»


Plantear una oración coordinada disyuntiva como titular es poco ortodoxo desde un punto de vista periodístico. Pero resultaba muy difícil elegir entre una y otra para analizar la labor del defensor de una parte del pueblo andaluz, Jesús Maeztu, ya que ambas contienen en gran medida la esencia de su última boutade en relación con la mezquita Catedral de Córdoba.

El primero, desde luego, no es original. Está tomado de la novela de igual título de Fernando Vizcaíno Casas, que refleja la transición de un sacerdote de origen acomodado a cura obrero, y de ahí a la desacralización y a la abierta oposición a Iglesia.  Por las fechas, no parece probable que Vizcaíno se inspirara directamente en Jesús Maeztu, Defensor del Pueblo Andaluz en funciones, -aunque es posible que se conocieran ya que ambos eran además juristas especializados en el campo laboral-. Pero la sátira literaria se parece mucho a la evolución del personaje real, que ha seguido una trayectoria paralela al de ficción. Del seminario a la ordenación, fue designado muy joven como párroco de un barrio marginal. Dicen que sus inicios fueron voluntariosos y comprometidos. No hay gran constancia pública de su actividad pastoral, pero sí de que fundó allí un bar, llamado Primero de Mayo, y organizó una cacería de ratas con premio (donado por la entidad bancaria que su hermano presidía) para quien cobrara la pieza de mayor porte. De ahí al izquierdismo militante, el abandono de los hábitos, la ruptura con la Iglesia, y la boda. Y parece que cierto resquemor hacia lo religioso le quedó a Maeztu, que ha elaborado recientemente una resolución de tinte buenista sobre la gestión del conjunto monumental Mezquita-Catedral sin conceder audiencia a esta institución.

Dicha resolución pasa de puntillas sobre el asunto de la titularidad, al encontrarse la sorpresa de que la Consejería de Cultura de la Junta reconoce el bien como eclesial, e incide en la supuesta ausencia de plan director, de cuya existencia y adscripción al Plan  Nacional de Catedrales  da fe la web del ministerio de Cultura. Porque es una catedral, aspecto que quizás pase desapercibido para muchos, incluso para este cura (Ese sacramento imprime carácter, por lo que una vez ordenado, lo es para siempre), a pesar de que va para ocho siglos que se extinguió la voz del almuecín.

Y esto entronca directamente con el segundo titular propuesto. Sembrando dudas sobre la gestión del templo, ¿A quién defiende este defensor del pueblo andaluz (en funciones)? ¿Cómo puede soslayar su uso fundamental como lugar como templo y lugar de culto de la religión de la gran mayoría de ese «pueblo andaluz»? ¿Por qué, en aras del aspecto museístico, parece ignorar las indicaciones de la propia UNESCO, en las que se manifiesta que es precisamente su carácter de templo vivo su principal sustento, fuente de su vitalidad? ¿Por qué no ha preguntado a sus antiguos compañeros sacerdotes del Cabildo? Ellos les habrían informado detenidamente del plan existente, actualmente en revisión, que fruto del consenso entre instituciones y de la profesionalidad de sus redactores ha venido dirigiendo las actuaciones en ese espacio desde hace años. Por eso no parece que defienda a todos los andaluces. Al menos, no a una gran parte.

Afortunadamente, en la práctica el defensor del pueblo es un cero a la izquierda. Un cero bastante caro, eso sí. Sus gastos este año alcanzan los cinco millones y medio de euros. Pero un cero, al fin y al cabo, ya que carece del más mínimo poder de actuación, limitándose a repartir consejos y opiniones frecuentemente ignoradas por la administración.