
El día en que me quité de fumar lo recuerdo como un gran y sufrido día, como los 15 o 20 que vinieron detrás. Recuerdo la fecha exacta en que lo hice y el año y nueve meses en que no toqué un cigarro. También, echando la vista atrás, me viene el día en que volví al vicio y su placer prohibido, como las veces en que he vuelto a pensar en dejarlo y ya la fuerza de voluntad no me ha acompañado.
Les pueden parecer rememoraciones vacuas, pero si fuera el responsable de una cofradía, o de una agrupación o consejo en su defecto, aquel día en que dejé el tabaco podría ser la excusa perfecta para organizar una magna. Les sonará a burla, pero visto lo que hay programado (de procesiones magnas, se entiende) para los próximos meses, bien podría resultar un motivo autoconvincente, vistos los que se arguyen.
En un mes, de septiembre a octubre, habrá varias magnas y los motivos para la celebración de las mismas son variopintos. Desde la colocación de la primera piedra de un recinto sagrado hasta un 75 aniversario, pasando por el final de la pandemia (que no se ha acabado, por cierto), todo vale para sacar pasos a la calle.
La eclosión de las cofradías no se produjo justo antes de la llegada de la pandemia, sino que -en la mayor parte de los sitios- fue llegando décadas antes para llegar a comienzos de 2020, no a un momento culminante, sino a un punto de no retorno.
No es que ese fenómeno fuera intrínsecamente malo, todo lo contrario, sino que con él llegaron maneras que, en principio, se antojaban poco apropiadas para el fenómeno religioso que es la piedad popular. Un mercado de bandas y capataces, cual si de equipos de fútbol se tratase, no parece lo más apropiado. Que haya bandas que paguen por tocar, tampoco. Que los capataces se ofrezcan o tumben a juntas de gobierno, menos. Que cualquiera se sienta legitimado para ser el protagonista a toda costa, impensable.
La lista sigue casi hasta el infinito y, entre tanto, las cofradías y sus dirigentes se afanan en grandes fastos que no llevan a otra cosa que no sea morir de éxito. No se guarda la esencia para cuando no haya, sino que cualquier excusa es buena y, llevados al extremo, el día en que se quitaron de fumar o el que volvieron para coger fuerzas y volver a dejarlo. Surrealista.