Domingo XIII del Tiempo Ordinario


Patricio Ruiz Barbancho.

Queridos hermanos:

Otro domingo más que nos regala el Señor para dedicarlo al descanso, a la familia y a Dios en la Santa Misa.

Eso es el Domingo; el “dies solis” (día del sol, que representa a Cristo), el “dies Domini”(día del Señor). El día que Cristo triunfó sobre el mal y la muerte para siempre, para que todos los que nos unamos a Él a través de su Iglesia, sus sacramentos y sus Mandamientos, un día reinemos juntos en su Casa, en el Cielo.

No es un día más, es el Día por excelencia de Cristo, sol que nace de lo alto, y que nos invita en las lecturas y Evangelio de hoy a vivir los años que nos conceda en este mundo, haciendo bien a los que nos rodean. Por eso el cristiano, no es más que los demás; solo que ha conocido a un Dios maravilloso que no deja de cumplir sus promesas y bendecir sin medida a aquellos que se vuelcan con sus prójimos.

En la segunda carta de los Reyes, que hemos escuchado en la primera lectura, el profeta Elíseo fue acogido con tal Caridad, por aquella mujer y su esposos, estériles y sin hijos, que el Señor terminó concediéndole lo que más deseaban y el mismo profeta le anuncia a aquella buena señora: “ el año próximo, abrazarás un hijo”.
De la misma manera que castiga el mal, como un juez encarcela al asesino, tiene Misericordia de los que hacen el bien, sin esperar nada a cambio, solo la bendición De Dios.

No en vano, el Señor en el Evangelio promete a “quien ofrece un vaso de agua en su Nombre, a sus discípulos,  no quedará sin recompensa”.

Como aquellos misioneros que iban anunciando el Evangelio en un pueblo y cuando no eran bienvenidos en una casa, a punto de ser dejados en la calle con un portazo, pedían a aquellos inquilinos por Caridad un vaso de agua. A lo cual, nadie se negaba. Cuando fueron preguntados por que pedían el vaso de agua, aún cuando no tenían sed, recordaban estas palabras del Evangelio: para que el Señor no les deje sin su ayuda y recompensa algún día, ya que nos han ofrecido el agua, por ser sacerdotes de Jesucristo.

¿Nos han mentido muchas veces prometiéndonos cosas que no llegaron y quizá nunca llegaran, verdad? Dios nunca lo hará, porque es la Verdad en su Ser. No nos miente y siempre cumple sus promesas. Por eso, hermano mío, que lees esta pobre homilía, fíate solo y siempre de Él y pon de tu parte todo lo que puedas para servir al hermano, que Dios pondrá de la suya y te colmará de milagros y promesas cumplidas.

El Cielo es la mejor y última de ellas. No lo dejes escapar y prepara tu “agua” para cuando llame a tu “puerta”. Dejémosle a El que nos sorprenda cada día. “Dios nunca defrauda a quien espera en El”.

¡Feliz dies Domini! Un gran abrazo a cada uno.