Comenzamos, queridos hermanos, el Santo Triduo Pascual, en el que celebramos en todas las parroquias, a través de los Oficios, la Pasión, Muerte y Resurrección. ¿Que no has ido nunca a los Oficios? Pues te animo a que este año no te los pierdas, porque vas a vivir de una forma diferente y sorprendente lo que antes sentías de otra.
En el Jueves Santo, el cristiano participa en la Última Cena del Señor, donde se realiza el lavatorio de los pies, por parte del sacerdote (si el pobre puede) y donde se levantan Monumentos a la Eucaristía a modo de homenajes al Cuerpo y la Sangre del Señor, precio de nuestra salvación.
Aquel jueves galileo, Cristo, en la cena de la Pascua, que se celebraba aún, como hemos leído en la primera lectura del Éxodo, sacrificando un cordero macho, de un año, sin defecto y sin romperle ni un hueso. Así lo mando el mismo Dios a aquel pueblo que salía de la esclavitud de Egipto, hacia la Tierra Prometida. Fundamental ungir las puertas con la sangre del cordero sacrificado para evitar la peste de la muerte, entre el pueblo hebreo.
De la misma manera, la Sangre que nosotros necesitamos para evitar la muerte del alma es la del Cordero de Dios, porque es imposible que la sangre de animales, borre los pecados. Ha tenido que ser el mismo Dios hecho hombre, quien se sacrifique por todos los hombres. ¡Qué desagradecidos seríamos si despreciáramos la Santa Misa! Que es uno de los regalazos que el Señor instituye hoy: nos da en alimento su Cuerpo y Sangre. Cuánto tenemos que cuidar y amar nuestra Misa: la puntualidad, la visita al Dueño de la casa al llegar y al marcharnos, la escucha atenta de su Palabra, la confesión frecuente (por lo menos una al mes) para comulgar en condiciones, apagar el móvil y mantenerlo guardado. Tantas cosas, ¿verdad? El Señor se lo merece.
Instituye hoy también, para que no falte la Misa en todo el Orbe, a los sacerdotes. Hombres escogidos de entre los hombres, para servir a los hombres. Valoremos a los curas, que necesitan también del calor del rebaño del Señor, sin peloteos ni falsedad. Tratemos a nuestro cura, como a nuestro amigo, que está ahí para mí y mi salvación; y pidamos al Dueño de la mies, que envíe muchos y buenos curas a nuestras parroquias, hospitales, coles, cárceles, a nuestras almas, en definitiva, para juntos, salvarnos.
Es parte del mandamiento de lavarnos los pies unos a otros, el tercer regalo de esta cena: la Caridad con el otro. Y haremos un mundo, unas familias, unos grupos de amigos, unos partidos políticos, unos gremios de trabajadores, unas relaciones de unos con otros, donde dé gusto vivir y de los que dirán cuando nos vean, “mirad cómo se aman”, al igual que decían de los primeros cristianos. En muchas cosas hemos de avanzar y en otras mirar atrás para aprender de los mejores cristianos y poner en marcha nuestras vidas, que esta pandemia o esta crisis o estas persecuciones actuales no pueden, ni podrán parar.
Ánimo. Feliz Jueves Santo del Señor a todos y cada uno, hermanos.