Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario


Es por ello, que necesitamos de muchos buenos curas para que nos atiendan a nosotros, nuestras parroquias y nuestras almas, cada vez que lo necesitemos.

Queridos hermanos:

Hoy recorre las lecturas y el evangelio un hilo conductor que nos habla de las maravillas que Dios ha hecho a lo largo de la historia derramando su Misericordia y mostrando su poder con aquellos más débiles, en este caso con unos enfermos de lepra; en la primera lectura, curando a Naamán, un extranjero sirio que viene buscando a Elíseo y en el evangelio a diez hombres aquejados de esta terrible enfermedad, que acuden a Cristo.

Todos curados y todos sanos por Dios, pero a través de hombres mortales y pecadores como nosotros: los ministros del Señor, a los que el Señor da su propio poder para sanar, echar demonios, bendecir y derramar gracias abundantes. Es por ello, que necesitamos de muchos buenos curas para que nos atiendan a nosotros, nuestras parroquias y nuestras almas, cada vez que lo necesitemos.

El Señor quiere sanar la lepra de nuestros pegados a través de los sacerdotes, porque otro camino no ha dejado dicho ni escrito, a través de la confesión que “no es ir al psiquiatra ni al martirio”, como afirma el papa Francisco.  La confesión es acudir a Cristo, buscar su Corazón, pedirle su abrazo de perdón y salir restablecidos completamente en el alma, para comulgar en limpieza y ganar un día el Cielo.

Si escuchas la mala da voz que te invita a no confesar, que te dice que tú no tienes pecados, que te confiesas directamente con Dios, que qué va a pensar de ti el cura cuando te confieses, o que te calles algún pecado en la confesión, recházala inmediatamente porque el que te está hablando es Satanás.

Escucha más bien la voz que te dice: ”venid a mi los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré” o “si me abres, entraré y cenaremos juntos”. Estás es la invitación de salvación de Cristo, de su amor por ti, de las ganas que tiene de perdonarte, de hacerte feliz, de darte un abrazo y de decirte: “tus pecados están perdonados”.

Seamos agradecidos como Naamán y como el leproso que volvió dando frutos de alegría por estar curado. No seamos unos ingratos con Dios que lo ha dado todo por nosotros, hasta su propia vida.

Feliz Domingo. Feliz día del Señor.