Domingo XXX del Tiempo Ordinario


Guardémonos de esa forma de hablar del fariseo del evangelio, que desprecia al publicano llamándolo pecador, mientras que él se llama a sí mismo, justo y bueno

Amigos todos:

Qué poder tiene la oración de la persona sencilla, del corazón creyente, del que se humilla delante del Señor, sabiendo que es un necesitado y un pobre pecador. Y es que esa oración será escuchada por Dios, justificando y ayudando al que reza con una actitud digna de Dios.

Es lo que vienen a arrojar la primera lectura y el evangelio de hoy: que la oración del pobre atraviesa las nubes y, no sólo del que carece de medios económicos, sino del humilde, del que se sabe indigno, de quien reza sabiendo que se dirige a Dios y no a un igual, aunque Dios se haya hecho uno de carne como nosotros, en el vientre de María.

Guardémonos de esa forma de hablar del fariseo del evangelio, que desprecia al publicano llamándolo pecador, mientras que él se llama a sí mismo, justo y bueno. No es raro escuchar de bocas creyentes palabras de grandeza y de “derechos adquiridos”, porque “yo soy o yo he hecho tanto por la parroquia, por el grupo, por el cura…” Qué lastima. Más lástima cuando sale de boca de un sacerdote, de una religiosa o de un obispo, conocedores en profundidad del Corazón humilde de Cristo a quien se consagraron un día señalado.

No pidamos tantas cuentas a Dios, reclamándole derechos y dignidades, no nos enfademos como monos con el Señor, cuando no obtenemos lo que pedimos en la oración, aunque sea la mejor petición posible, no nos subamos a pedestales que ese sitio solo corresponde a los humildes, o sea, a los Santos. Si queremos pedestal, busquemos aquí ser humildes y humillados que ya nos lo harán (o no) cuando lleguemos al cielo, Dios lo quiera y permita.

Feliz Domingo. Feliz día del Señor.