Hay quien piensa que los profesores tenemos muchísimas vacaciones. Que no es justo, que desde finales de junio a septiembre que vuelven a reanudarse las clases, son muchos los días que median para que los niños, jóvenes y adolescentes estén sin hacer nada y mucho menos justo que los profesores sigamos cobrando “sin trabajar”.
¡Más de dos meses de descanso!
También hay quien se cree en situación de poder determinar cada segundo del curso escolar desde un despacho, con su aire acondicionado a toda potencia, lo que no le impide llevar chaqueta y corbata si así lo desea, y sin haber pisado en su vida un centro escolar, trasformando una profesión de entrega a los alumnos, en una burocracia pura y dura donde prima más rellenar papeles (léase plataformas), tener estadísticas y donde cada día se limita más la libertad creativa del educador y se sustituye por un “todos debéis hacer lo mismo”. Rellenar, rellenar y rellenar.
Tanto a los unos como a los otros yo los invito. Los invito a ser maestros, profesores. Si tan magnífico es este trabajo, ahí está, a disposición de todo el que lo quiera. Cobramos muy bien y tenemos muchísimo descanso, qué más puede pedir un trabajador.
Y ahora, al margen de la ironía, me encantaría analizar esta situación idílica de la que gozamos en la enseñanza.
Para empezar, afirmar que sólo trabajamos de mitad de septiembre a junio es cuanto menos irrisorio. Cualquiera que haya pasado por las aulas sabe que al llegar al cole ya todo está preparado, bolsas de libros, aulas, materiales necesarios y hasta en algunos centros de ideario católico, el Señor en la capilla para poder ser visitado desde el primer momento.
Las programaciones de todas las asignaturas en marcha, las nuevas normas del curso transmitidas y asumidas para que todo comience a rodar desde el principio.
Los horarios listos y comprobados para que no se pise ninguna hora con la de otro compañero. Reuniones, claustros de profesores por asignaturas, por áreas, por departamentos, generales…, en fin, como todo el mundo, trabajando desde el primer minuto del primer día de septiembre.
Esto no ha surgido por generación espontánea. Al terminar el curso con los alumnos, el profesorado continúa trabajando. Atendiendo a padres, cerrando actas de notas, preparando exámenes extraordinarios de septiembre (perdón, pruebas objetivas, el término examen ha quedado fuera de uso por su fuerza, no vaya a traumatizar a algún alumno), eligiendo los libros que se pudieran cambiar para el siguiente curso, y un largo etc. de tareas a realizar.
Y es lo normal año tras año, ya para qué comentar nada del comienzo del curso actual.
El o la Covid-19, ya no sé muy bien cuál es el término correcto en este momento y en esta situación, ha venido a complicarlo un poquito más. Las órdenes recibidas desde el Ministerio de Educación no son excesivamente claras. Las recomendaciones de acudir al centro en bicicleta sí que las entendemos, pero más allá de esto ¿qué?
Los centros, procurando hacer lo mejor para todos, se están llenando de carteles por doquier sobre cómo lavarse las manos, el uso de mascarilla a cualquier hora dentro del centro y sea cual sea el lugar en que se encuentren (clase, recreo, baño…), la distancia de seguridad de 1,5 metro (para subir y bajar las escaleras, porque lo que es en clase, con la misma ratio y lógicamente con las mismas dimensiones, eso es absolutamente imposible).
Por supuesto, un curso de formación especial Covid-19 que debemos tener hecho todos los trabajadores de los centros educativos, donde se nos repite lo mismo de lo mismo al no haber nada más.
Y lógicamente, todo lo que se nos comunica que hagamos, lo hacemos, cosa que no hacen ni todos los legisladores ni los políticos.
Normativa sobre el cambio de regulación de la enseñanza, que tenía que estar en la calle hace meses, está saliendo ahora para comenzar a aplicarse pasado mañana. Lo que ha hecho que horarios, reparto de clases y demás, pendieran de un hilo hasta ultimísima hora.
Quizás de lo escrito se desprendan solamente reproches y malestar, pero no. Es tan grande lo que recibimos de nuestros alumnos, que, a pesar de todas las críticas recibidas por no pocos sectores de la sociedad, la enseñanza sigue siendo una de las profesiones-vocaciones, más bonita del mundo.
A pesar de que multiplicaremos por cientos las posibilidades de ser contagiados con relación a otras profesiones, de sentirnos manipulados en muchas ocasiones con las decisiones tomadas desde despachos y de ser centro habitual de críticas, estamos deseando que llegue el día señalado de comienzo de curso para encontrarnos, este año, no con la sonrisa, pero sí con la mirada de aquellos por los que daríamos todo lo que tenemos.