En más de una ocasión he comentado que estoy casi convencida de que nos extinguiremos solitos, sin ayuda de extraterrestres ni caídas de cuerpos extraños, y más pronto que tarde. Y es que el ser humano actúa, en muchas ocasiones, de una manera poco racional aún conociendo los nefastos resultados de sus actuaciones. No tenemos sino que mirar las noticias del telediario para ver cómo y cada vez más, actuamos de manera irracional. Noticias que te hacen pensar en que tomamos algo, o bien en la comida, o puede que, en el agua, que nos esté haciendo daño, mucho daño.
Noticia como la del juicio del joven que mató a su madre, la troceó, la congeló y se la fue comiendo poquito a poco. O la desaparición de esas hermanas preciosas a las que no sabemos qué habrá sido capaz de hacer su padre con ellas. En fin, muchas noticias que no deberían estar ni el pensamiento más macabro y que se están dando todos los días en nuestra sociedad.
Pero, por otro lado, he de decir que también tengo esperanzas en que esto no llegue a ser nuestro pan de cada día, sino que sea algo puntual y que lleguemos a superar pronto.
Al lado de tanta maldad, no puedo dejar de admirar la maravilla de la Creación, y de lo que en ella ocurre, y en concreto, no puedo sino sobrecogerme ante el milagro de cada nueva vida.
Estamos en un mes en que Córdoba se vuelve aún más impresionante, si ello es posible. Las flores, las maravillosas flores de todos los colores, olores y tamaños, adornan nuestra ciudad por dónde quiera que vamos. Y esa explosión de colores y aromas no dejan indiferente a nadie (quizás un poco más molestos a los alérgicos, pero creo que lo sufrimos con resignación).
Y si esta contemplación me pone el vello de punta, y me hace pensar que nada de esto puede ser fruto de la casualidad, ni qué decir tiene lo que siento cuando veo una nueva vida. Todos, cada uno de nosotros somos, únicos e irrepetibles y valemos por lo que somos.
Esto me lo ha vuelto a reafirmar el hecho de que hace apenas un mes, llegó al mundo la ahora “protagonista” de la familia, mi nieta Julia (y lo es por ser la más reciente, la más pequeña y la que más cuidados necesita, no porque cada uno no tenga su lugar y lo ocupe totalmente).
No me cansaría de mirarla ni de día ni de noche, y a pesar de haber consumido ya una gran parte de mi vida y haber tenido ocasión de ver muchos bebés, no puedo dejar de admirarme del maravilloso milagro. Antes, mucho antes de nacer, ya ocupaba su lugar. En casa con sus padres y hermano, al que ha hecho mayor con apenas dos años y en toda la familia que esperábamos con una tremenda ilusión su llegada. Y antes, mucho antes de conocerla, ya la queríamos con un amor y una ternura que desde luego no puede ser casualidad.
Me entristece enormemente cuando oigo a personas (incluidas algunas que no han alcanzado aún la edad para poder pensar y razonar por ellas solas) rebatir con una autoridad aplastante, que no se trata de un ser humano hasta pasadas las 12, o las 18 semanas de gestación y que no pasa nada si se quita de en medio porque no es sino un puñado de células. También ahora somos un puñado, aunque más grande, de células y no se nos ocurre decir que nos quiten de en medio por valer más o menos (aunque esto también ha entrado en cuestión con la eutanasia).
Vuelve a salirme la vena defensora de la familia, su tremendo valor, no sólo para los nuevos miembros, que es donde se desarrollan de manera natural, sino para toda la sociedad. Y lo puedo afirmar y decirlo alto y claro porque desde mi posición en el trabajo veo cómo aquellos que la ven desmoronarse, sufren hasta términos insospechados.
No puedo negar que no es fácil, que supone un tremendo esfuerzo y más cuando hay que conciliar la familia con el trabajo. El compaginar una cosa y otra, incluidas malas noches, la falta de horas, perdón, de minutos libres para poder dedicarlos a tu persona, o pensar en llegar a algún sitio a una hora concreta, sin saber si habrá que acudir a cambios de última hora (le toca comer, se ha manchado la ropa, se le ha de cambiar nuevamente el pañal…).
A pesar de todo ello, de las malas caras, de las ojeras, del mal humor que a veces se escapa por la falta de descanso, no hay nada más maravilloso en el mundo que ser responsable de una nueva vida y ver cómo va creciendo día a día y convirtiéndose, como ya lo lleva haciendo mi nieto, “el mayor” en un personaje que nos tiene el coco comido, como diría cualquier joven.
Sigo apostando por la familia y por el maravilloso regalo de una nueva vida.