
Cuando me disponía a escribir el artículo de esta semana, el tema no podía ser otro que el Rocío. Otro año, con la normalidad, por estas fechas mis armarios ya estarían llenos, por fuera para que no se arrugaran, de trajes de gitana, flores, mantones y demás complementos preparados para la Romería.
Nunca he sido rociera, para mí, la Virgen, es la Madre de Dios, sin más advocación, María, simplemente María. Pero no hace muchos años, apenas 6 o 7, unos amigos, hoy considerados más como parte de la familia, nos invitaron a vivir esa experiencia.
En un principio yo era bastante escéptica. Había visto en numerosas ocasiones el bullicio que se formaba durante el Rocío, esa cantidad de gente realmente me asustaba. Y más por prejuicios que por conocimiento, pensaba que aquello era todo fiesta y jolgorio, que allí, poca fe y mucho comer y beber.
¡Qué distinto fue el descubrir lo que de verdad era el Rocío! Y no puedo negar, ni por un momento, que se come y se bebe en cantidad, pero tampoco puedo negar que se reza y mucho durante estos días. Acompañando a los Simpecados, bendiciendo las mesas, visitando la ermita y sobretodo cuando cantamos. Nunca imaginé que la letra de unas sevillanas iba a hacerme llorar en pleno baile, o no poder terminar de cantar alguna que otra canción del nudo que tenía en la garganta.
Pero no comenzamos a rezar en la Aldea, antes, muchos días antes de la romería, ya estábamos rezando, y es que, con la preparación yo ya tenía más que bastante. Me hubiera dado por satisfecha con los 20 días previos en los que cada uno de los que íbamos teníamos que hablarle a la Virgen como si la tuviéramos delante. Lo publicábamos en un WhatsApp que se hizo para la ocasión y que hoy, años después, sigue sirviendo para unirnos en la oración del Ángelus a los miembros de esta familia tan singular, con gente de Madrid, Málaga, Jaén, Córdoba, Alicante, Badajoz, Cádiz, etc… Ella se vale de muchos recursos y la tecnología, a la que sinceramente no le tengo un ápice de voluntad, es uno de los que se ha servido para mantenernos unidos en la fe durante todo el año.
Estos escritos se llamaban “despertares” ya que nos los encontrábamos por sorpresa al amanecer. Y, puedo asegurar que raro era el día en que no llorabas mucho al ver y conocer cómo cada uno se dirigía a la Virgen desde su interior. ¡Qué gran descubrimiento el de los inquilinos de aquella casa de la calle Ajolí! Cómo hemos ido aprendiendo a quererla todos juntos de una manera tan especial.
Y este año será el segundo en que nos quedemos sin poder organizar la romería para ir a verla, para postrarnos a sus plantas y poner ante Ella nuestros desvelos y necesidades. Y agradecerle, darle continuamente las gracias por cómo nos cuida, cómo vela por nosotros en cada momento.
Pero esta vez, otra vez como el año pasado, lo haremos con el corazón. Con el corazón y con la memoria. Ya hace días en que vamos recordando los años anteriores, volviendo a revivir cada momento especial que tuvimos la suerte de compartir. Parte del camino, el río Quema, la parada en Villamanrique, o los días en la aldea, unos años con sol, con mucho calor, otros años con lluvia y con barro hasta la barbilla.
Pero todo ello con un tremendo amor. Amor hacia Ella que nos lleva hasta su Hijo, hacia los romeros, hacia tu familia rociera.
Recuerdos que hacen que esos días pertenezcan a otra época, con otros hábitos, otras ropas, otras costumbres, pero que te hacen ser el resto del año lo que eres. Un enamorado de la Virgen y de su bendito hijo. Alguien que la lleva en el corazón y en la boca sin temor a lo que piensen los demás, que se siente tocado por Ella y que desean de todo corazón volver a estar ante sus plantas y agarrándonos a su verja, pedirle por los necesitados y agradecerle todo lo que hace por nosotros.