Coincidiendo con el título de una serie de televisión en la que se refleja una comunidad de vecinos un tanto caótica, en la que lo absurdo se vuelve cotidiano y las disputas para ver quién tiene la razón son el vivir de cada día, nuestra situación actual, la que vivimos en nuestro país, es la misma. La ministra de Educación a través de la ley conocida como ley Celaá, ha anunciado que a partir de ahora se podrá pasar de curso en función de la madurez que haya alcanzado el alumno sin importar el número de suspensos que se tengan. Ya se puede prever que la que se avecina es gorda.
¿Habrá algo más caótico y más sin sentido que intentar no-educar en el trabajo, esfuerzo y responsabilidad a nuestros jóvenes?
Hoy en los colegios los profesores nos hemos transformado, o más bien, nos han transformado en burócratas, un gran porcentaje de horas hay que dedicarlas a rellenar papeles o páginas de plataformas para tenerlo todo atado y bien atado. Hay que realizar tediosas programaciones de las asignaturas a impartir en las que no queda nada a la profesionalidad del docente. Todo delimitado en relación con los contenidos, referentes, estándares, capacidades, competencias, etc…, justificado con rúbricas, pruebas escritas, listas de cotejo y cientos de invenciones más para no dejar nada suelto. Todo de una manera tan detallada, que no quepa la más mínima posibilidad de valoración por parte del profesor a la hora de poner una nota. Y ahora viene ella diciendo que se puede aprobar en función de la madurez. Madurez ¿de quién? ¿del alumno, de los padres, de quién? ¿Cómo podremos recoger la madurez en las rúbricas y listas de pruebas admitidas en relación con indicadores o estándares? ¿Cómo saber a partir de ahora que las pruebas o los refuerzos elegidos han sido los adecuados para valorar el trabajo del alumno si tenemos que relacionarlo mayoritariamente con su madurez?
Este desgobierno nos tiene acostumbrados a despreciar aquello por lo que se ha ido luchando toda la vida, y que conste que no estoy defendiendo aquí “lo de siempre”. Creo que toda la vida un buen docente ha tenido en cuenta la evolución y la madurez a la que ha ido llegando el alumno durante el curso, cosa que la ley actual con tanto estándar y tanta rúbrica tiene bastante difícil considerar. Pero lo que se está proponiendo en la actualidad con la Ley Celaá conseguirá que España se vaya colocando aún más a la cola de un gran número de listas que hacen referencia a la excelencia, en cualquier sentido, en mejores universidades, en el abandono escolar, en la formación de nuestros estudiantes. En el último informe PISA se sitúa España en relación con el sistema educativo en el puesto 67, por detrás de Kenia o Pakistán.
Pero no importa, ahora vamos a alcanzar la excelencia al evaluar la madurez y permitir que nuestros alumnos obtengan el título de Secundaria independientemente del número de suspensos, o que puedan superar el bachillerato con asignaturas pendientes, como ya ha ocurrido en alguna comunidad autónoma. Reforzaremos así su autoestima, ya no sabrá si es competente por sí mismo o porque el profesor ha creído ver cierta madurez que le permite alcanzar la titulación. Al ignorante se le potencia en su postura, no tener que trabajar como hace el “lelo”, él sí que es inteligente, sin hacer nada ha conseguido lo que el culto se ha ido currando durante todo el curso. Esto irá calando poquito a poco y hará pensar a los no trabajadores que lo justo es que todos tengan su titulación, independientemente del trabajo que hayan realizado, y de que en realidad valgan o no. Eso es lo que menos importa.
¿Qué estímulo tendrá el que se esfuerce, trabaje, se supere diariamente e intente conseguir los resultados por sí mismo si el que no hace nada de esto también tendrá el mismo resultado?
¿Qué objetivo persigue el gobierno con esta norma? Pues creo que blanco y en botella. Mientras más incultos haya mejor puede manejarlos, menos criterios tendrán para rebatirles, su capacidad para razonar quedará mermada al no tener conocimientos ni poder decidir libremente las opciones al desconocer qué es lo que más conviene. Se trata de tener una masa fácilmente manipulable, haciendo con ella lo que en el momento interese, sin contar con oposiciones válidas.
Llegados a este punto, comparo esta acción de súper protección del Estado con la postura feminista extrema de querer que la mujer esté por encima del hombre en todo.
Flaco favor hace, no sabremos nunca si lo logramos por nosotros o necesitamos de su protección para lograrlo.
El que tenga amor propio, afán de superación, y una autoestima suficiente para querer lograr las cosas por sí mismo no se quedará en España y asistiremos a la continuación de fugas de cerebros, con la de trabajadores y gente que quiera progresar en la vida.
¿Qué será de España cuando sólo queden los vagos, los irresponsables y aquellos que con su título no son capaces de nada?
Pues seguramente, aquí…, no habrá quien viva