Teología de una viñeta


Hace unos días aparecía en prensa escrita una viñeta sobre la matanza de 20 cristianos en la Catedral de la Isla de Jolo(Filipinas) a manos de un grupo de yihadistas. En la escena, ante un crucificado, un feligrés dice al otro: “Si rezas por las veinte víctimas del atentado de la catedral de Filipinas, la misma oración vale para los 4.000 cristianos asesinados por su fe en 2018”. La respuesta a este comentario no pasa de un “no me digas”. Por lo que añade: “Como lo oyes. La Comunión de los Santos es un Servicio Premium”.

Aunque suene a muy manido, huelga decir que “una imagen vale más que mil palabras” y, todavía, se podría añadir que en una imagen – aunque sea en modo viñeta – se podría condensar toda una Summa Theologica. Lo que el viñetista provoca – no sé hasta dónde llega su propósito – es, en primer lugar, un “aldabonazo” en la conciencia del católico europeo. Es un hecho que la propuesta cristiana se hace actual para el hombre concreto al encontrarse con los mártires. La razón por la que desde los más primeros compases del cristianismo el hecho del martirio no nos deja indiferentes – o no debería dejarnos – radica en que se percibe en los mártires la evidencia de un amor que no tiene necesidad de largas argumentaciones para convencer. Es lo que en estos términos expresó en su día Tertuliano: “Cada vez que cosecháis, nos hacemos más numerosos: la sangre de los mártires es semillero de cristianos”. O más tardíamente el mismísimo León Bloy: “Digo que alguien me ama cuando alguien acepta sufrir por mí y para mí. De cualquier otro modo, ese que pretende amarme es sólo un usurero sentimental que quiere instalar su vil negocio en mi corazón”.

A la consideración teológica que sobre el martirio invita a descubrir el viñetista, se tendría que añadir la enseñanza que sobre la Comunión de los Santos se propone en el elemental diálogo de la viñeta. Pero para comentar “esa teología” me limito a citar la prosa siempre profunda de un literato como Paul Claudel. Claudel ilustraba así su comprensión sobre este misterio – poco predicado y estimado en general – de nuestro Credo Niceno-Constantinopolitano: “No disponemos ya solamente de nuestras propias fuerzas para amar, comprender y servir a Dios, sino de las de todos sus miembros a un tiempo, desde la Virgen bendita en lo más alto del cielo hasta el pobre leproso africano que lleva una campanilla en la mano y se sirve de una boca medio podrida para balbucear las respuestas de la misa. Toda la creación visible e invisible, toda la historia, todo el pasado, todo el presente y todo el porvenir, toda la naturaleza, todo el tesoro de los santos multiplicados por la Gracia, todo esto está a nuestra disposición, todo esto es nuestra prolongación y nuestro magnifico instrumental. Todos los santos, todos los ángeles nos pertenecen. Podemos servirnos de la inteligencia de santo Tomás, del brazo de san Miguel y del corazón de Juana de Arco y de Catalina de Siena y de todos esos recursos latentes que basta que los toquemos para que entren en ebullición. Cuanto se hace de bueno, de grande y de hermoso de un extremo al otro de la tierra, cuanta santidad hay en los hombres, es como si fuera obra nuestra. El heroísmo de los misioneros, la inspiración de los doctores, la generosidad de los mártires, el genio de los artistas, la oración inflamada de las clarisas y de las carmelitas, es como si fuésemos nosotros; ¡es nosotros! Del Norte al Sur, del Alfa al Omega, del Levante al Occidente, todo esto forma uno con nosotros; nosotros nos revestimos de todo esto y lo ponemos en marcha y todo ello en la operación orquestal que a un tiempo se nos revela y nos anonada. Alimento, respiración, circulación, eliminación, apetencia, balance exquisito del deber y del haber, todo esto que en el cuerpo indiviso está confiado al pueblo cantor de las células, todo esto encuentra su equivalente en el seno de esta inmensa circunscripción de la Cristiandad. Todo cuanto hay en nosotros, sin que apenas nos demos cuenta, la Iglesia lo traduce en vastos rasgos y lo pinta fuera de nosotros en una escala de magnificencia. Nuestras pequeñas impulsiones ciegas son concordadas, repetidas, interpretadas y desarrolladas por inmensos movimientos estelares. Fuera de nosotros, a distancias astronómicas, desciframos el texto escrito con caracteres microscópicos en lo más profundo de nuestro corazón” (Paul Claudel interrogue le Cantique des cantiques).

Es cierto que vivimos en lo que bien podría denominarse como una cultura de la imagen; lo cual, para el que suscribe, en principio tiene sus “pros” y sus “contras”. Pero cuánto se pude decir con una imagen – o como es el caso – con una viñeta.