Apuntes para una Magna Exposición


Te acercarás a lo largo de esta semana a contemplar algo difícilmente descriptible e inenarrable. ¡Hazlo!, pero pide, primero, el que tus ojos reciban la curación de ese mal al que el próximo santo, J. H. Newman, describía como “ojos groseros”.

Cuando te dispongas al ejercicio de la contemplación ten presente el reto que, en su momento, el mismísimo Lutero lanzaba a los teólogos a través de las tesis 19 y 20 para una disputa teológica en la ciudad de Heildelberg: “No puede llamarse en justicia ‘teólogo’ al que crea que las cosas invisibles de Dios pueden aprehenderse a partir de lo creado. Sino, mejor, a quien aprehende las cosas visibles e inferiores de Dios a partir de la pasión y la cruz”.

Si pudieras retener algo de lo que el Maestro Ávila notaba en carta a unos amigos cuando estaba en la cárcel de la Inquisición de Sevilla, eso te ayudará a poder trascender y así alcanzar la razón última de la belleza admirada: “Oh Jesús Nazareno, que quiere decir florido, y cuán suave es el olor de ti, que despierta en nosotros deseos eternos y nos hace olvidar los trabajos, viendo por quién se padecen y con qué galardón se han de pagar. ¿Y quién es aquel que te ama y no te ama crucificado? En la cruz me buscaste, me hallaste, me curaste, me libraste y me amaste, dando tu vida y sangre por mí en manos de crueles sayones; pues en la cruz te quiero buscar y en ella te hallo, y hallándote me curas y me libras de mí, que soy el que contradice a tu amor, en quién está mi salud. Y libre de mi amor, enemigo tuyo, te respondo, aunque no con igualdad, empero con semejanza, al excesivo amor que en la cruz me tuviste, amándote yo y padeciendo por tí, como tú amándome moriste de amor por mí”.

El que suscribe aún recuerda con total nitidez la luz que encontró en la explicación que en su día le ofrecía uno de sus grandes maestros, el jesuita Padre Cándido Pozo, sobre la posibilidad y corrección con la que los cristianos podemos llamar a Jesucristo Padre, Nuestro Padre, por ser el nuevo Adán y reflejo más perfecto de la gloria de Dios su Padre. De ahí que al situarte ante la mirada del Nazareno, recuerda que te sitúas también ante la mirada del Padre; lo que nos conduce hacia su corazón. Pues el Padre tiene corazón; un corazón, que como el de su Hijo, sigue herido y hecho impotente por el amor, un flanco expuesto e indefenso, por donde “el enemigo”, el hombre, puede penetrar. Así le ponía voz al corazón del Padre el escritor francés Charles Péguy: “Padre nuestro que estás en los cielos. Naturalmente, cuando un hombre comienza así puede continuar hablándome como quiera… Ya lo veis, estoy desarmado. Bien lo sabía mi Hijo… Así me agreden. Os pregunto si es justo. No, no es justo, porque todo esto pertenece al reino de la misericordia. El Reino de Dios padece violencia, y las violencias lo conquistarán. También podéis decir: lo violentaremos. Pero ¿cómo defenderse en estos casos? Mi Hijo les ha contado todo. Y no sólo les ha contado. Se ha puesto en su tiempo a su cabeza. Y ahora ahí están, como una flota antigua, asaltando al Gran Rey con naves innumerables. Tras el galeón de punta se han cerrado apretadamente las demás como una gavilla, que no puedo disgregarla, osadamente se acercan las pesadas trirremes, desvergonzadamente yenden la olas de mi cólera. Sólo desde este ángulo se me exponen y sólo desde este ángulo puedo tomarles. Avanzan doblegados como guerreros al asalto de una fortaleza y formando una lanza, con sus escudos forman un techo y a menudo hasta con sus cuerpos. Y las puntas están constituidas por los brazos abiertos de mi Hijo. ¿Qué queréis que juzgue yo, si las cosas han ocurrido así? ¡Padre nuestro que estás en los cielos! Bien lo sabía mi Hijo cómo tramar la conjura. Para encadenar el brazo de mi justicia y para soltar el de mi misericordia. Y ahora tengo que juzgaros como padre. ‘Un padre tenía dos hijos’. Bien sabido es cómo fue juzgado el hijo que se marchó y luego volvió. ¿Qué iba a hacer? Lo que pudo. Llorar. Mi Hijo les ha contado esas historias. Mi Hijo ha dejado a merced de ellos el secreto del sumario”.

Concluyo querido visitante evocando la pertinencia para tu noble ejercicio del magisterio siempre actual y de “moda” de Santa Teresa de Jesús: “Y veo yo claro – y he visto después – que, para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes, quiere sea por manos de esta Humanidad sacratísima, en quien dijo su Majestad se deleita. Muy, muy muchas veces lo he visto por experiencia. Hámelo dicho el Señor. He visto claro que por esta puerta hemos de entrar si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes secretos” (Santa Teresa de Jesús, Vida 22, 6).

1 Comentario

  1. La Magna Exposición ha sido una maravilla desde cualquier punto de vista que intentemos analizar pero… le ha faltado un acompañamiento musical adecuado.
    ¡¡Hay miles de partituras de música sacra que mueven a la fe a través de esta expresión de la belleza!!
    El día que la visité, martes por la tarde, había muchísima gente y era inevitable oir cómo iba subiendo el tono de las conversaciones, el arrastrar los pies, las llamadas a «no tocar» de los vigilantes… Una música de fondo hubiera sido efectiva para llevar los ánimos al recogimiento.
    Tambien me han pasado un vídeo-reportaje precioso sobre la Magna y la música que tiene es un HORROR sin paliativos. Ignoro si la música es de la archifamosa serie «Juego de Tronos» (que no he visto) pero es espantosa. ¿Es tan difícil encontrar una música sacra adecuada?

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