Desmitificar el mito


Adolfo Ariza, sacerdote director del ISCCRR Beata Victoria Díez de Córdoba. / Foto: Diócesis de Córdoba

El confinamiento me ha permitido releer alguna que otra obra de esas a las que uno piensa que ha de volver pero raramente vuelve. Una de ellas ha sido la Breve Historia de Inglaterra de G. K. Chesterton. Podría parecer que un libro así no deja de ser el ensayo de alguien que no era historiador profesional y que, por tanto, a su carácter poco riguroso se le podría añadir una escasa utilidad para el presente; y sin embargo, nada más lejos de la realidad. 

Es útil releer al Chesterton historiador porque, entre otras cosas, tiene la capacidad de advertir ante lo que considera como una clamorosa omisión en las clases de historia: “[…] lo más curioso y sorprendente acerca del descuido, casi podría decirse omisión, de la civilización medieval en esa clases de historia, radica en un hecho […]: que sea precisamente la historia del pueblo la que se deja fuera de la historia popular”. Chesterton, como suele ser bastante habitual en él, es bastante explícito: “[…] el crítico moderno del medievalismo suele fijarse sólo en las sombras más torvas y no en las luces de la Edad Media”.

Ahora bien, ¿cuáles son esas luces? Las luces vienen cuando somos capaces de ir más allá de tópicos y, con un mínimo de honestidad intelectual, nos dejamos “desmitificar” el mito. En esta clave desmitificadora conviene detenerse, como hace Chesterton, en la consideración de lo que en sí fueron los monasterios.

Así, con su habitual ironía, asevera: “La política es una pesadilla: los reyes son débiles y los reinos inestables, y sólo pisamos tierra firme cuando entramos en terreno consagrado. Las ambiciones materiales no sólo son siempre infructuosas, sino que casi nunca llegan a cumplirse. Los castillos son todos castillos en el aire, sólo las iglesias están construidas en el suelo. Los visionarios son los únicos hombres prácticos, como ocurre con esa institución extraordinaria, el monasterio, que fue, en muchos sentidos, clave en nuestra historia”. Y aún añade más “leña” al respecto: “Todavía hoy nos parece necesario mantener una reserva de filántropos, pero confiamos en hombres que se han enriquecido, y no en hombres que han decidido empobrecerse. […] los abades y abadesas eran cargos electivos. Introdujeron el gobierno representativo, desconocido para la democracia antigua, que encierra en sí mismo una idea sacramental”.

Un segundo “desmitificado” es el que viene en la “tan traída y tan llevada palabra” Pueblo – aunque es un hecho que hay quien prefiere hablar del “palabro” “gente” como si de un dogma se tratase -. Para Chesterton el pueblo es una “fábrica espiritual” capaz de hacer desaparecer en el Medievo la esclavitud: “Esta transformación sorprendente y silenciosa tal vez nos dé la mejor medida de la presión de la vida popular durante la Edad Media y de lo rápido que se producían las novedades en su fábrica espiritual”. En una institución tan lejana para nuestra mentalidad como la de las “tierras comunales” se puede percibir esa capacidad transformadora: “Los medievales creían que era posible enmendar al descarriado; e igual que la idea subyacía en la vida comunal de los monjes, lo hacía en las tierras comunales. Era su gran hospital campestre y su taller al aire libre. Una tierra comunal no era algo desnudo y negativo como los parques y descampados de las afueras de las ciudades. Era una reserva de riqueza, como la provisión de grano de un granero, y se mantenía a propósito como balance”. 

Y, finalmente, otro de los mitos a repensar sería el de los gremios; entendidos esencialmente como “el desarrollo espontáneo de abajo arriba de todas las instituciones sociales”. Es un hecho que “sólo una cosa perdura entre nosotros, atenuada y amenazada, pero todavía con cierto poder, como un fantasma de la Edad Media: los sindicatos”. 

Los gremios “crecieron en las calles como una rebelión silenciosa, como un motín tranquilo y estatutario”. El hecho de que en ellos el mayor rango era el maestro, lo que – implicaba maestría en el oficio – debe recordar al hombre del siglo XXI cómo “cuando pasamos de la estricta jerarquía educacional al estricto ideal igualitario, volvemos a ver que lo poco que nos queda hoy son unos restos tan inconexos y distorsionados que producen un efecto cómico”. 

Concluyo reiterando la preocupación de Chesterton por la forma habitual de nuestros pensamientos en estas lides para las que ya la misma “etiqueta Edad Media” suena a “oscurantismo”: “Casi todo el mundo asocia en su interior la libertad y el futuro. Toda la cultura de nuestro tiempo se basa en la idea de ‘un futuro mejor’, mientras que toda la cultura de las Edades Oscuras se basaba en la idea de que ‘cualquier tiempo pasado fue mejor’. Miraban hacia atrás en busca de la luz y hacia delante previendo nuevos males”.

Post data (también chestertoniano): “Mostrar indiferencia hacia todo lo que es histórico implica cierta cortedad de miras. Pero ser tan largo de miras como para interesarse sólo por lo prehistórico no resulta menos desastroso”.