Presencial o no presencial


Adolfo Ariza, sacerdote director del ISCCRR Beata Victoria Díez de Córdoba. / Foto: Diócesis de Córdoba

¿Presencial o no presencial? Parece que esta es una de las cuestiones, que como resultado de la pandemia y la “por venir” “nueva normalidad”, late – o tal vez no tanto – en el fondo del panorama educativo, ya sea en el ámbito escolar o universitario. Alguno puede sentirse – es mi mismo caso – como un “trasnochado paquidermo fuera de juego” por albergar ciertas dudas sobre las bondades de un 100% on line y por seguir aferrándose a “alguna virtud” de lo que lo presencial sería signo y estímulo. 

Como reza el adagio “en la duda, genuflexión”, he acudido, para darme paz y sosiego intelectual, a uno de los más preclaros hijos de las Universidad de Oxford: John Henry Newman. En sus escritos hay un pasaje en el que alude a la descripción de un “niño pobre” que aparece en un poema de George Crabbe, quien logra “hacer por sí mismo una filosofía” a partir de sus humildes experiencias de campo; de esta educación concluye Newman: “¡Cuánto más genuina es esa educación”, que la de aquellos estudiantes universitarios “que son forzados a atiborrar sus mentes con una inmensa variedad de materiales con el fin de pasar un examen”. Luego parece que el dilema de lo presencial o no presencial se reconduce a este otro: ¿Educación o adquisición de conocimientos? 

Su pensamiento en estas lides es de una clarividencia meridiana: “Con la influencia personal del maestro se puede, hasta cierto punto, prescindir del sistema académico […] pero un sistema académico sin la influencia personal de los maestros sobre los alumnos es como un invierno ártico; creará una universidad bloqueada por el hielo, petrificada, cono fundida en acero” (Idea of a University). Así, a modo de post data, añadiría con no poca ironía: “[…] el gran instrumento o, mejor dicho, el órgano de una universidad es la presencia personal de un maestro [aunque he] tenido la experiencia de cierta clase de cosas, en la que a los maestros se les apartaba de la enseñanza como si se les pusiera una barrera inquebrantable, cuando ninguna de las partes entraba en los pensamientos de los otros; cuando todos y cada uno vivían para sí y dentro de sí mismos, cuando se daba por hecho que un tutor cumple su trabajo si se pone a dar vueltas como ardilla en su jaula, si a cierta hora está en cierto salón… y que el alumno también hacía su deber, si tenía cuidado de encontrarse con su tutor… a la misma cierta hora… he sabido de sitios en los que una actitud envarada, una voz pomposa, la frialdad y condescendencia se consideraban las cualidades apropiadas para un maestro” (Idea of a University). 

Para Newman es un hecho el que en esto, como en todo, es cuestión de “atmósfera”. Pero, ¿garantiza la “no presencialidad” esa “atmósfera”? Dicha atmósfera es descrita en estos términos: “[…] aunque ellos no puedan estudiar todas y cada una de las materias que se les ofrecen, se beneficiarán al vivir entre aquellos alumnos y profesores que sí los estudian, y entre todos representan el círculo total. Esto lo concibo como la ventaja de la sede donde de aborda un aprendizaje universal, considerado como un lugar propiamente educativo. Una asamblea de hombres dedicados al conocimiento, celosos de sus propias ciencias y rivales uno del otro, son vinculados, por circunstancias familiares y por el bien de la paz intelectual, a ajustar juntos los reclamos y relaciones de sus respectivos objetos de investigación. Ellos aprenden a respetar, consultar y ayudarse. Esto crea una atmósfera pura y clara de pensamiento, en la que el estudiante también respira, aunque, en su propio caso, solo se dedique a unas cuantas ciencias de las muchas que existen”. 

Y aún hay más. En los estatutos que elabora para la incipiente Universidad Católica de Dublin deja establecido: “[…] los jóvenes en su mayor parte no pueden ser manejados, pero, por otro lado, están abiertos a la persuasión y a la influencia de la amabilidad y el trato personal; en consecuencia, deben ser guiados en la rectitud por instrumentos indirectos, más que por promulgaciones autoritarias y crudas prohibiciones”.

Finalmente, en cierta incorrección política – juzguen ustedes mismos sobre lo trasnochado o no tan trasnochado de la misma – no puedo dejar de resistirme a citar uno de los pasajes más deliciosos e incisivos de su comentada Idea of a University: “Es bueno ser un gentleman,  es bueno tener un intelecto cultivado, un gusto delicado, una mente cándida, justa y desapasionada, un comportamiento noble y cortés en toda circunstancia de la vida; estas son las cualidades connaturales de un alto nivel intelectual; estos son los objetivos de una universidad”. 

¿Tan anticuado estoy?