Expulsar una comunidad de benedictinos


Valle de los Caídos./Foto: LVC

El titulo, tal vez, bien podría haber sido: “El drama de la expulsión de una comunidad de benedictinos”. Y todo por una razón muy sencilla formulada en modo pregunta: ¿Son comprensibles las raíces de la cultura europea sin los monasterios de Benito de Nursia? El siempre simpar Chesterton es directo en estas lides: “La fructífera y eficaz historia de la Inglaterra anglosajona podría reducirse casi por entero a la historia de sus monasterios”. 

Monjes benedictinos./Foto: LVC
Monjes benedictinos./Foto: LVC

Cualquier historiador reconoce sin dificultad un hecho tan evidente como el ejercido por el monaquismo fundado por san Benito en el desmoronamiento de la civilización romana y las invasiones bárbaras. “En la gran fractura cultural provocada por las migraciones de los pueblos y el nuevo orden de los Estados que se estaban formando, los monasterios eran los lugares en los que sobrevivían los tesoros de la vieja cultura y en los que, a partir de ellos, se iba formando poco a poco una nueva cultura”. Ahora bien, ¿cómo identificar ese aporte que haga ver el simbolismo dramático que implicaría la expulsión de una comunidad de benedictinos sin la más mínima contestación o contrarréplica? 

En la confusión de un tiempo, no muy diferente al nuestro, en el que nada parecía quedar en pie, los monjes solo pretendían dedicarse a lo que consideraban como esencial: “Trabajar con tesón por dar con lo que vale y permanece siempre, encontrar la misma Vida”. De ahí que en su elemental método, ora et labora, de búsqueda de Dios generen toda una “cultura de la palabra” cuyo signo más preclaro será el lugar de la biblioteca en el mismo monasterio. Si el monasterio sirve a la eruditio, a una formación y a la erudición del hombre cuyo objetivo último es que el hombre aprenda a servir a Dios, “esto comporta evidentemente también la formación de la razón, la erudición, por la que el hombre aprende a percibir entre las palabras la Palabra”. Alguien con verdadero conocimiento advertía al respecto en los siguientes términos: “Una cultura meramente positivista que circunscribiera al campo subjetivo como no científica la pregunta sobre Dios, sería la capitulación de la razón, la renuncia a sus posibilidades más elevadas y consiguientemente una ruina del humanismo, cuyas consecuencias no podrían ser más graves. Lo que es la base de la cultura de Europa, la búsqueda de Dios y la disponibilidad para escucharle, sigue siendo aún hoy el fundamento de toda verdadera cultura”.

Adentrándose en la interpretación de la Sagradas Escrituras los monjes podían percibir la “tensión entre vínculo y libertad” no solo en este ámbito sino también como factor determinante en la cultura occidental que ellos mismos estaban contribuyendo a generar. “Esa tensión se presenta de nuevo también a nuestra generación como un reto frente a los extremos de la arbitrariedad subjetiva, por una parte, y del fanatismo fundamentalista, por otra. Sería fatal, si la cultura europea de hoy llegase a entender la libertad sólo como la falta total de vínculos y con esto favoreciese inevitablemente el fanatismo y la arbitrariedad. Falta de vínculos y arbitrariedad no son la libertad, sino su destrucción”.

Pero no solo se le debe al monaquismo una cultura de la palabra sino que también va a desarrollar “una cultura del trabajo, sin la cual el desarrollo de Europa, su ethos y su formación del mundo son impensables”. En este ethos, esencialmente, el hombre comprende el trabajo “como un colaborar con el Creador, tomándolo como modelo”. Por el contrario, no es descabellado considerar que “donde ese modelo falta y el hombre se convierte a sí mismo en creador deiforme, la formación del mundo puede fácilmente transformarse en su destrucción”.

A estas alturas de artículo ya solo quedaría volver a insistir en la carga simbólica de lo que supondría la expulsión de una comunidad de benedictinos ya sea en Cuelgamuros o en Montecasino; también restaría identificar la cristalina fuente de donde proceden los entrecomillados: Discurso de Benedicto XVI en el Collège des Bernardins (Viernes 12 de septiembre de 2008); y, volviendo al más profético de los Chesterton posibles, pensar por un momento con detenimiento: “[…] los reyes son débiles y los reinos inestables, y sólo pisamos tierra firme cuando entramos en terreno consagrado. Las ambiciones materiales no sólo son siempre infructuosas, sino que casi nunca llegan a cumplirse. Los castillos son todos castillos en el aire, sólo las iglesias están construidas en el suelo. Los visionarios son los únicos hombres prácticos, como ocurre con esa institución extraordinaria, el monasterio, que fue, en muchos sentidos, clave en nuestra historia. Llegaría un tiempo en el que los arrancarían del país con llamativa y minuciosa violencia…”.