Misión Luxemburgo


 

Ya ha llovido desde que en el año 1985 el más profético San Juan Pablo II nos invitaba a “una evangelización nueva: nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión”. Poco más tarde ponía el dedo en la llaga cuando, también con el más genuino espíritu profético, advertía: “No se puede ocultar una tendencia negativa […], la misión ad gentes parece encontrarse en una fase de ralentización […] Dificultades internas y externas han debilitado el empuje misionero de la Iglesia” (Redemptoris Missio 2). Pues precisamente un ejemplo claro de cumplimiento de la citada profecía ha sido el que un servidor ha podido vivir hace una semana al compartir unos días con un “verdadero misionero” en Luxemburgo.

Es curioso que una de las primeras cosas que pude ver de la ciudad de Luxemburgo fue la casa del estadista Robert Schuman, uno de los padres de la Unión Europea. El olvido de Dios en una ciudad como Luxemburgo, corazón de esa Europa a la que en vida de Schuman nadie hubiera osado poner en “cuarentena” sus raíces cristianas, se convierte en un reflejo clarividente de una Europa que ha dejado de ser ella misma. En este punto, conviene no olvidar la enseñanza de personalidades como la de G. Bernanos: “Si me preguntáis cuál es el síntoma más general de esta anemia espiritual [de Europa], respondo con seguridad: la indiferencia hacia la verdad y hacia la mentira” (G. Bernanos, Rivoluzione e libertà, 49-50).

En medio de este desierto se encuentra David, así se llama el misionero, que desde hace ya casi una década trata de reavivar esas raíces en aquellas tierras. David pertenece al Camino Neocatecumenal – es también rector del Seminario Redemptoris Mater de Luxemburgo – “realidad en el Espíritu” que está presente en 124 países y en 1.479 diócesis. Con cerca de 20.500 comunidades, cuenta con unos 900.000 miembros, 2.100 seminaristas, 1.760 presbíteros y 115 seminarios. La vida de David y de otras muchas familias misioneras es expresión de lo que el iniciador del camino Neocatecumenal, Kiko Argüello llama “carisma profético” no solo para aquellas tierras sino también para estas otras que no sensatamente nos consideramos como tierras no necesitadas de Nueva Evangelización: “[…] ¡Carisma profético! Cuán necesario eres a la Iglesia. No existe verdadera catequesis que no sea profecía. Evangelizar es profetizar […]” (Anotaciones (1988-2014) n. 141). Para alguno puede que ese carisma sea prescindible por exagerado y visceral pero sin embargo cuánta luz se alcanza cuando se lee: “[…] Hemos visto que una Bestia sale del abismo para luchar contra el Cordero. Tiene tres cabezas: el nacionalismo, la inculturación exacerbada y la ecología elevada a culto a la naturaleza. Estas tres cabezas se alimentan mutuamente y se yerguen contra la Evangelización […]” (Anotaciones (1988-2014) n. 189).

Existe un test inequívoco que desvela si una parroquia, una asociación o un movimiento viven en autenticidad la vida cristiana, el seguimiento de Cristo y el sentido de pertenencia a la Iglesia: Su capacidad de generar misión. Hace tiempo que leí este planteamiento en un texto de Angelo Scola: “¿Si falta la apertura misionera, no hará falta quizás preguntarse si esta ausencia de frutos no depende también de una esterilidad del árbol? El testimonio de David y de las familias misioneras me ha hablado no de esterilidad sino de fecundidad; ha hecho posible que en mí pueda seguir dándose un asentimiento no solo nocional sino real (así lo expresaría San John Henry Newman) a uno de los pasajes más redondos de los escritos del teólogo Ratzinger: “La conversión del mundo antiguo al cristianismo no fue el resultado de una actividad planificada sino fruto de la prueba de la fe en cuanto a la manera de cómo se hizo visible en la vida de los cristianos y en las comunidades de la Iglesia. La invitación real de experiencia a experiencia y no otra cosa fue, humanamente hablando, la fuerza misionera de la antigua Iglesia. La comunidad de vida de la Iglesia invitó a la participación en esta vida, donde se revelaba la verdad de quien viene esta vida. Y viceversa, la apostasía de la edad moderna se funda en la caída de la verificación de la fe en la vida de los cristianos. Esto demuestra la gran responsabilidad de los cristianos en la actualidad. Ellos deben ser puntos de referencia de la fe como personas tocadas por Dios, demostrar en su vida la fe como verdad para poder llegar a ser signos del camino para los otros. La nueva evangelización, de la que necesitamos con tanta urgencia hoy, no la llevamos a cabo con teorías diseñadas con audacias: el fracaso catastrófico de la catequesis moderna es bastante evidente. Sólo la unión entre una verdad en sí consecuente y la garantía en la vida de dicha verdad puede hacer brillar la evidencia de la fe a la que aspira el corazón humano; sólo a través de esta puerta el Espíritu Santo entra en el mundo” (Guardare Cristo. Esercizi di Fede, Speranza e Carità (Milano 1989) 31).