Acutis


Carlo Acutis./Foto: Milenio.com
Carlo Acutis./Foto: Milenio.com
Carlo Acutis./Foto: Milenio.com
Carlo Acutis./Foto: Milenio.com

Acutis es el apellido – Carlo el nombre de pila – del nuevo beato de la Iglesia desde el pasado 10 de octubre. Carlo Acutis, con tan solo 15 años, ha sido capaz de poner música a la máxima de Leon Bloy: “Existe una sola tristeza, la de no ser santos”. Una santidad, que como él mismo entendía, no es “un proceso de adición, sino de sustracción: menos yo para hacerle espacio a Dios”.

No hace mucho que el Papa Francisco, a través de la exhortación apostólica postsinodal Christus vivit, nos recordaba: “Es cierto que los miembros de la Iglesia no tenemos que ser ‘bichos raros’. Todos tienen que sentirnos hermanos y cercanos, como los apóstoles, que ‘gozaban de la simpatía de todo el pueblo’ (Hch 2, 47). Pero al mismo tiempo tenemos que atrevernos a ser distintos, a mostrar otros sueños que este mundo no ofrece, a testimoniar la belleza de la generosidad, del servicio, de la pureza, de la fortaleza, del perdón, de la fidelidad a la propia vocación, de la oración, de la lucha por la justicia y el bien común, del amor a los pobres, de la amistad social”.

Carlo Acutis fue distinto sin ser un “bicho raro”; con su vida y con sus palabras – vida y palabras de un niño de 15 años – nos muestra “otro modo de soñar” que nos conduce a la verdadera belleza. Carlo fue tan distinto que una vez que sus médicos le informaron de la gravedad de su enfermedad dijo a sus padres con toda serenidad: “¡El Señor me ha programado una alarma!”. Pero hay un aspecto en el que, por sus sencillas palabras, se percibe con claridad meridiana que se dejó seducir por una belleza, la belleza del misterio de la Eucaristía: “Jesús es muy original, porque se esconde en un pedacito de pan, ¡y solo Dios podía hacer algo tan increíble!”.

Tienen sus sencillas palabras sobre la Misa la “unción” de aquel que tiene “vista, gusto y tacto de las cosas del cielo” (Newman dixit). Precisamente así describía la consagración durante la celebración de la Eucaristía: “¿Quién más que un Dios, que se ofrece a Dios, puede interceder por nosotros? Durante la consagración es necesario pedir las gracias a Dios Padre por los méritos de su Hijo unigénito Jesucristo, por sus santas llagas, su preciosísima sangre y las lágrimas y los dolores de María Virgen que, al ser madre, puede interceder por nosotros mejor que nadie”. O, con el arrojo propio del profeta, hacía pensar a aquel que quisiera escuchar sus vividas palabras: “¡Podemos encontrar a Dios, con su Cuerpo, su Alma y su Divinidad presentes en todos los tabernáculos del mundo! Si lo pensamos bien, nosotros somos mucho más afortunados que aquellos que vivieron hace dos mil años en contacto con Jesús, porque tenemos a Dios ‘realmente y sustancialmente’ presente con nosotros, siempre, basta visitar la iglesia más cercana. ¡Jerusalén está en cada Iglesia! ¿Por qué desesperar? Dios siempre está con nosotros y jamás nos abandona. ¿Pero cómo pueden comprender esta verdad las personas? Son muchísimos los que forman largas filas para asistir a un recital o a un partido de futbol, pero no veo las mismas filas llenar las iglesias para visitar a Jesús presente en la Eucaristía y esto debería hacernos reflexionar… ¡Tal vez la gente todavía no entendió bien! Jesús está corporalmente presente entre nosotros como lo estuvo durante su vida mortal en medio de sus amigos. Si reflexionáramos seriamente sobre esto no lo dejaríamos tan solo en el tabernáculo mientras Él nos espera amorosamente para ayudarnos y sostenernos en nuestro camino terrenal”.

Es un hecho que, en medio de este “ambiente digital” y de esta “sociedad multipantalla”, sus palabras – “Todos nacen como originales, pero muchos mueren como fotocopias” – se convierten en toda una llamada de atención para poder pensar en el riesgo de la dependencia, del aislamiento y de la progresiva pérdida de contacto con la realidad concreta como presumibles características de unas relaciones on line que pueden volverse inhumanas. ¿Hasta qué punto los nuevos espacios digitales nos ciegan a la vulnerabilidad del otro y obstaculizan la reflexión personal?

Ver en su descubierto sepulcro, como hemos podido hacerlo a través de las redes sociales, el cuerpo de todo un santo enfundado en un chándal nos conduce a percibir cómo “por lo general al corazón se llega a través de la razón sino de la imaginación; se llega por impresiones directas, por el conocimiento de hechos y acontecimientos, por la historia, por detalles significantes. Las personas nos influyen, las voces nos emocionan, las hazañas nos exaltan, lo que vemos se adueña de nosotros” (Newman dixit). Al respecto, el tan últimamente citado Papa Francisco nos enseña, evocando al teólogo Romano Guardini: “Calmemos la obsesión por transmitir un cúmulo de contenidos doctrinales, y ante todo tratemos de suscitar y arraigar las grandes experiencias que sostienen la vida cristiana […] ‘en la experiencia de un gran amor […] todo cuanto acontece se convierte en un episodio dentro de su ámbito’”.