Snobs por doquier


Lo primero sería clarificar, con cierta exactitud, qué entender por un snob. Para lo cual, tal vez, sea útil acudir, en primer lugar, a su antónimo: El “auténtico caballero”. Este, el auténtico caballero, íntimamente convencido de una supuesta superioridad innata, puede ser exquisitamente cortés y modesto con otras personas. Mientras que el snob – el término viene de abreviar sine nobilitate -, precisamente porque duda de su propia originalidad o brillantez, tendrá que hacer que otros sientan su supuesta superioridad; los despreciará y hasta los tratará con prepotencia (el filósofo francés Rémi Brague dixit).

Hasta aquí podría parecer que todo se dirime en cuestión de “tribus urbanas”. Pero en realidad hay mucho más calado. La proliferación del snob – el snob por doquier – puede ser, posiblemente, índice de un problema más gordo perceptible en la relación que se mantiene con la propia libertad. El snob no está seguro de su legitimidad así como no se comprende a sí mismo ni a la naturaleza en medio de la que vive (Para más información acudir al también filósofo francés René Girard). Pero, vayamos por partes.

No se comprende a sí mismo el snob puesto que puede llegar a plantear que “no somos más que monos afortunados”. De ahí que se produzca la paradoja y el contraste entre una preocupación por la dignidad del hombre y sus derechos y la petición – difícilmente entendible – de ampliación de los derechos animales. Al respecto, el Papa Francisco tiene una palabra clarificadora: “A veces se advierte una obsesión por negar toda preeminencia a la persona humana y se lleva adelante una lucha por otras especies que no desarrollamos para defender la igual dignidad entre los seres humanos […] especialmente deberían exasperarnos las enormes inequidades que existen entre nosotros, porque seguimos tolerando que unos se consideren más dignos que otros” (Laudato si, 90). Y todo ello, también, condimentado con una cierta cauterización de la conciencia, una ignorancia especializada en análisis sesgados y la supina globalización de la indiferencia.

En cuanto a la naturaleza – nótese que para la tradición cristiana decir “creación” es más que decir “naturaleza” – se puede dar también el “farisaico” contraste, por un lado, entre una comprensión de la naturaleza como un “simple tanque de combustible”, una “cantera de materiales útiles” a nuestra entera disposición y, por otro lado, se puede adorar a la Naturaleza (esta vez con mayúscula) como una diosa frente a una humanidad perversa e instigadora que debería ser sacrificada en aras de la diosa Naturaleza (cf. Rémi Brague en Manicomio de verdades, 69). Las caricaturas que surgen al momento son tremendamente características: 1) Parece que en ningún momento llega a acompasarse la más que difundida sensibilidad ecológica con la modificación de los hábitos de consumo, que, lejos de disminuir, se amplían y desarrollan; 2) “Crece una ecología superficial o aparente que consolida un cierto adormecimiento y una alegre irresponsabilidad” (también Francisco en Laudato si). En este tema la semántica es especialmente luminosa: “La naturaleza suele entenderse como un sistema que se analiza, comprende y gestiona, pero la creación sólo puede ser entendida como un don que surge de la mano abierta del Padre de todos, como una realidad iluminada por el amor que nos convoca a una comunión universal” (Nuevamente Laudato si).

Decía Chesterton que “el mundo moderno parece no tener idea de cómo conservar cosas distintas una al lado de otra, de cómo concederle a cada una de ellas un lugar adecuado y proporcionado y de cómo preservar así toda la variada herencia de la cultura”. A lo que añade: “Lo único que sabe es simplificar algo destruyéndolo casi todo”. Puede que al snob de este nuestro mundo moderno y postmoderno haya que recordarle algo tan sencillo como que no es ni tan “original” ni tan “sumamente brillante” que pueda olvidar y aislarse en su relación con Dios, con el prójimo y con la tierra. Recordarle que su dignidad le viene dada no por ser un “algo” sino un “alguien” capaz de de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas.