Manual para la disidencia cristiana


"No permitas que los medios de comunicación y las instituciones hagan propaganda a tus hijos. Enséñales a identificar las mentiras y a rechazarlas”

¿Y si las respuestas a las preguntas de la vida que buscamos no se encuentran en Occidente sino en Oriente, en las historias y vidas de los disidentes cristianos? Este es el interrogante clave al que el periodista y escritor norteamericano Rod Dreher (Baton Rouge, Lousiana, 1967) trata de responder en su libro Vivir sin mentiras. Manual para la disidencia cristiana (Madrid 2021). Un Occidente que, por otra parte, sufre de atomización social, de soledad generalizada, de auge de ideologías varias, de pérdida generalizada de la fe en las instituciones y otros factores que lo convierten en una sociedad vulnerable ante la tentación totalitaria a la que sucumbieron tanto Rusia como Alemania en el siglo pasado. Si bien la mirada la mirada de Dreher es especialmente incisiva con respecto a la Iglesia de este Occidente nuestro.

Una Iglesia que, tal vez, no sabe indicar a la familia cómo con el avance del consumismo y el individualismo se está construyendo un ecosistema en el que ella misma se ve reducirá a mera productora de consumidores autónomos, sin sentido de vinculación o obligación con nada que vaya más allá de la satisfacción de sus propios deseos. Para Dreher, puede que los “padres conservadores” detecten rápidamente las amenazas a los valores de su familia, pero, finalmente, terminan aceptando acríticamente la lógica y los valores de esta sociedad en la que vivimos, por no hablar de poner sin pensar la mentes de sus hijos en las redes de los teléfonos móviles e Internet.

Una Iglesia que, tal vez, forma unos cristianos contemporáneos poco o nada preparados para sufrir por la fe, ya que esta “sociedad terapéutica” que tanto los influye niega el propósito último del sufrimiento y la idea de soportar el dolor por la verdad parece ridícula. El drama se acrecienta cuando se percibe a la claras una ausencia de “liderazgo espiritual auténtico” capaz de formar “pequeñas células de compañeros creyentes con quienes orar, cantar, estudiar las Escrituras y leer otros libros importantes para su misión”. De hecho, “uno solo pueden sentirse libre en comunidades pequeñas”. Dreher es bastante explícito: “Lo que nos dice la experiencia de la Iglesia bajo el comunismo, y una lectura perspicaz de los signos de los tiempos hoy, es que los cristianos de todas y cada una de las iglesias deben comenzar a formar estas células, no solo para profundizar la vida espiritual de sus miembros, sino para entrenarles en la resistencia activa”.

Una Iglesia que necesariamente comprende y transmite que el “razonamiento prudencial” con facilidad se convierte en una racionalización de la fe que acaba destruyendo el alma. En palabras de Dreher: “Una vez que percibes que el sistema funciona a base de mentiras, mantente tan firme como puedas en aquello que sabes que es verdadero y real al hacer frente a los engaños. No permitas que los medios de comunicación y las instituciones hagan propaganda a tus hijos. Enséñales a identificar las mentiras y a rechazarlas”. El reto es, obviamente, difícil toda vez que “nos hemos habituado a una forma de vida en la que existen pocas creencias y costumbres compartidas que trascienda el individualismo”.

Una Iglesia que quiere en todo momento cultivar amistades con personas de buena voluntad fuera de ella misma. Lo cual implica comprender que la evangelización pasa o, mejor dicho, comienza por desarrollar relaciones honestas con estas personas, “sin mirar si aquel es bueno o malo, sin juzgar a nadie por su ideología”. Para Dreher la clave está en encontrar “algo que te saque de ti mismo, descubrir tu propio valor en relación con los demás y aprender a aceptar la disciplina que surge de tener cierta responsabilidad ante los demás y compartir una meta”.

En definitiva, una Iglesia capaz de despertar conciencias frente a un “Estado policial rosa” o un “totalitarismo suave”. Una Iglesia que educa, frente a una escasa capacidad de resistencia y un cristianismo sin lágrimas, no “admiradores sino seguidores”. Ya lo advirtió Kierkegaard: “El admirador nunca hace verdaderos sacrificios. Siempre juega a lo seguro. Aunque en palabras, frases, cánticos, se cansa de decir cuánto valora a Cristo, no renuncia a nada, no reconstruirá su vida y no dejará que su vida exprese lo que supuestamente admira. No es así para el seguidor. No, no. El seguidor aspira con todas sus fuerzas a ser lo que admira. Y luego, sorprendentemente, a pesar de que vive entre un ‘pueblo cristiano’, incurre en el mismo peligro que corría cuando era peligroso confesar abiertamente a Cristo”.

 

Lector inquirat.

 

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