Dice el Papa Francisco en su carta encíclica Fratelli Tutti sobre la fraternidad y la amistad social (3 de octubre de 2020) que “la verdadera sabiduría supone el encuentro con la realidad”. Eso por un lado. Pero por otro, sigue diciendo el Papa, nos encontramos con que hoy en día “todo se puede producir, disimular, alterar” y “esto hace que el encuentro directo con los límites de la realidad se vuelva intolerable”. Hasta aquí la formulación del principio y su consabida antítesis. La cuestión es que hay numerosas pruebas a las que podríamos remitirnos y por las que tendríamos que preguntarnos no sin cierta perplejidad: “¿Estamos negando la realidad?”.
Seguramente estamos negando la realidad cuando olvidamos que “no existe peor alienación que experimentar que no se tiene raíces, que no se pertenece a nadie”. Una sociedad podrá ser fecunda y podrá engendrar el día de mañana “solo en la medida que genere relaciones de pertenencia entre sus miembros, que cree lazos de integración entre las generaciones y las distintas comunidades que la conforman; y también en la medida que rompa los círculos que aturden los sentidos alejándonos cada vez más los unos de los otros”.
De seguro estamos negando la realidad cuando la política ya no es “una discusión sana sobre proyectos a largo plazo para el desarrollo de todos y el bien común, sino solo recetas inmediatistas de marketing que encuentran en la destrucción del otro el recurso más eficaz”. Conviene aprender a percibir que en un “juego mezquino de las descalificaciones”, el que pierde es el “debate” que “es manipulado hacia el estado permanente de cuestionamiento y confrontación”.
Claramente negamos la realidad y eso es perceptible en “la falta de hijos”, que “provoca un envejecimiento de las poblaciones, junto con el abandono de los ancianos a una dolorosa soledad”. Se niega la realidad y casi se profesa una fe – es cierto que de modo sutil – en “que todo termina con nosotros, que solo cuentan nuestros intereses individuales”.
Una sociedad como la nuestra niega la realidad cuando una cultura del descarte como la que vive le lleva por el dogma de la “obsesión por reducir los costos laborales” a no advertir las graves consecuencias que esto ocasiona, porque el desempleo tiene como efecto directo el expandir las fronteras de la pobreza. Nos engañamos cuando no somos capaces de percibir una “atmósfera donde la distancia entre la obsesión por el propio bienestar y la felicidad compartida de la humanidad se amplía hasta tal punto que da la impresión de que se está produciendo un verdadero cisma entre el individuo y la comunidad humana”.
De forma paradójica, estamos negando la realidad cuando vemos que “se desarrollan actitudes cerradas e intolerantes que nos clausuran antes los otros” mientras que por otro lado “todo se convierte en una especie de espectáculo que puede ser espiado, vigilado, y la vida se expone a un control constante […] El respeto al otro se hace pedazos y, de esa manera, al mismo tiempo que lo desplazo, lo ignoro y lo mantengo lejos, sin pudor alguno puedo invadir su vida hasta el extremo”.
Es clamoroso nuestro negar la realidad si en esta situación Covid-19, que tan claramente ha dejado “al descubierto nuestras falsas seguridades”, no reconocemos que “a pesar de estar hiperconectados” se he evidenciado una más que palpable “incapacidad de actuar conjuntamente”.
¿Estamos negando la realidad? No lo sé. Lo único que se me ocurre es remitirte – estimado lector – al capítulo I de la encíclica Fratelli Tutti. Mejor juzga por ti mismo.