Dame un par de razones para estudiar teología


“No se puede escribir una historia de Europa que tenga sentido si no se hace justicia a los concilios de la Iglesia"

Chesterton

Lo cierto y verdad es que el que suscribe no va a darte las consabidas razones. Va a dejar que sea el siempre inconmensurable – ya sea en lo físico como en lo imaginario – G. K. Chesterton (1874-1936) el que pueda darte las citadas razones.

En estas lides es útil partir – modo Aquinate – de las objeciones. Chesterton se ha eco de una de ellas: “En todo este lío de la irreflexión moderna […] nada es tan extraordinariamente estúpido como la afirmación general según la cual ‘la religión no puede depender de discusiones nimias sobre la doctrina’”. Transitar intelectualmente por estos vericuetos, por ejemplo, “equivale a decir que la vida nunca puede depender de disputas nimias sobre la medicina”. Y claro está que si “el hombre que se queda satisfecho diciendo ‘no queremos que los teólogos hilen muy fino’, también se quedara satisfecho diciendo ‘no queremos que los médicos hilen filamentos más delicados que pelos’”; este mismo hombre habría experimentado que “más de uno estaría hoy muerto si sus médicos no hubieran debatido los más mínimos matices de la ciencia médica”.

Siguiendo con el símil médico, Chesterton recuerda que “también es un hecho que la civilización europea estaría hoy muerta si sus doctores de la divinidad no hubieran debatido los más mínimos matices sobre la doctrina”. Es una obviedad, si bien no al alcance todas las mentes, el siguiente dato: “No se puede escribir una historia de Europa que tenga sentido si no se hace justicia a los concilios de la Iglesia, esos trabajos ímprobos, y sin embargo sutiles, para discutir a fondo un millar de ideas, a fin de descubrir la doctrina auténtica de la Iglesia. Los grandes concilios religiosos son mucho más prácticos e importantes que los grandes tratados internacionales, generalmente considerados como momentos cruciales de la historia. Actualmente, todos nuestros asuntos cotidianos están más influenciados por Nicea y Éfeso, por Basilea y Trento que por Utrecht o Amiens, o Viena o Versalles”.

Si bien ahora es necesario poner con Chesterton algún ejemplo que pueda ilustrar lo propuesto – “La realidad es que nuestra civilización se compone de todas estas decisiones morales de antaño que algunos consideran intrascendentes” – ya que, no en vano, se trataba de argüir, al menos, con un par de razones para estudiar teología. La primera ilustración – creo a todas luces gráfica y actual pese a ser puesta por escrito ya hace un tiempo – podría decir así: “El día en que se clausuraron ciertas disputas metafísicas sobre el destino y la libertad, quedó decidido si Austria sería como Arabia, o si viajar por España sería como viajar por Marruecos”. Segunda ilustración: “Cuando los encargados de definir los dogmas establecieron una distinción sutil entre el tipo de mérito que correspondía al matrimonio y el tipo de mérito que correspondía a la virginidad, imprimieron la cultura de todo un continente con un modelo definitivo inequívoco, que puede no gustar a mucha gente, pero que todo el mundo reconoce cuando insulta”. Tercera ilustración: “Cuando los hombres distinguieron entre el préstamo lícito y la usura forjaron una conciencia humana real histórica, que incluso el triunfo moderno de la usura en la época materialista, no ha logrado destruir totalmente”. Y todavía podría añadirse una cuarta ilustración: “Cuando Santo Tomás de Aquino definió la propiedad verdadera y definió también los abusos de la propiedad falsa, las tradiciones de esa verdad forjaron una clase reconocible de hombres, que aún hoy se pueden reconocer en la política mafiosa de Melbourne o Chicago; casi siempre en desacuerdo con los comunistas al admitir la propiedad y, sin embargo, casi siempre en la práctica, protestando contra la plutocracia”.

El mismísimo Chesterton concluiría: “En resumen, estas distinciones tan sutiles acabaron convirtiéndose en principios, e incluso prejuicios, muy densos y minuciosos. Si tal distinción teológica es un hilo, toda la historia occidental ha estado pendiente de ese hilo. Si es un punto muy fino, todo nuestro pasado se ha equilibrado en torno a este punto. Las distinciones sutiles han hecho a los cristianos sencillos: todos los que creen que beber es correcto pero emborracharse está mal, todos los que piensan que el matrimonio es normal y la poligamia anormal, todos los que creen que está mal pegar primero y correcto devolverlo y […] todos los que creen que es correcto tallar estatuas y erróneo adorarlas. Cuestiones todas que, cuando se para a pensar en ellas, son distinciones teológicas muy sutiles”. En definitiva, “las distinciones teológicas son finas, pero no delgadas”. ¡Ahí van las razones!

Para más información: G. K. Chesterton, La resurrección de Roma (Madrid 2020).

Lector inquirat.