Cómoda fe en comunidad de creyentes barata


Este decálogo mermado “es sumamente cómodo, ya que puedes vivir de manera hedonista y moral al mismo tiempo”

Juan Carlos Girauta /Foto: Almuzara

El título no es mío; se lo he tomado prestado al ex -político (entre otras cosas) Juan Carlos Girauta en su libro Sentimentales, ofendidos, mediocres y agresivos (Córdoba 2022). Si bien no dejo de recomendar su lectura, me voy a detener en la entrevista recogida en este libro al filósofo alemán Alexander Grau por parte del periodista italiano Giulio Meotti (Religion en Libertad, 29 de enero de 2021).

Para Grau, tanto el cristianismo como las religiones sustitutivas del siglo XIX como pudieron ser la nación, el arte y la cultura han sido pulverizadas en favor de una última y nueva religión: la “moralidad”. En esta nueva religión ya sea la inmigración, el clima, la economía, la instrucción son traducidos de “inmediato a una jerga de evidente moralidad” en la que lo realmente bueno es lo social, lo sostenible y el amor a la paz. Para la nueva fe “la sociedad ideal es multicolor, multicultural, eco-social-pacifista”. Y claro está: “Todo lo que contradiga estos ideales es sospechoso o, peor aún, es condenado”.

En opinión del filósofo el resultado es evidente: “el hombre se adora a sí mismo” en una “autoliturgia” o “ritual de autodeificación” dando lugar a una sociedad en la que la “emancipación” es el valor más alto. “La moralidad es la religión de una sociedad narcisista” para la que los medios de comunicación tiene un papel esencial en cuanto que alimentan la tendencia a la “moralización” y a la “comparación simplista entre ‘buenos’ y ‘malos’”.

El credo de esta nueva fe profesa con devoción: 1) Este mundo tiene que ser “más global, flexible y dinámico”; 2) No tolera la resistencia puesto que resistir es “reaccionario” y “así se crea la homogeneidad, el autoritarismo y la intolerancia”; 3) Se celebra sobremanera “lo diverso, lo flexible, lo plural”; 4) “Todo debe ser superexcitante, superinteresante, y bueno”; 5) “Quien no comparte esta afirmación de la diversidad es marginado por intolerante”. El decálogo aparejado a semejante profesión de fe se ve mermado ya que “vivir moralmente ya no significa practicar la abstinencia, sino ser partidario de los derechos humanos, la paz en el mundo y la diversidad”. Así las cosas, huelga decir que este decálogo mermado “es sumamente cómodo, ya que puedes vivir de manera hedonista y moral al mismo tiempo”. Grau habla de “un fenómeno único en la historia”: “Ya no nos preocupamos por el prójimo, pero se tienen unos ideales más grandes respecto a la humanidad”. Y añade: “Mandamos a los abuelos a las residencias de ancianos porque son un estorbo para nuestra vida diaria; pero vamos a las manifestaciones en favor de una justicia mundial”. En definitiva, toda esta doctrina es descriptible como un “hipermoralismo” referido siempre a unos valores generales que no limiten “la propia vida privada”.

Los enemigos mortales de esta nueva fe en la emancipación son “las tradiciones culturales, las ideas religiosas, la prohibición del aborto y la eutanasia”. En esta vorágine, la sociedad ideal es aquella que se erige como “espacio seguro”, como “sociedad de control social” en la que se castiga el “anticonformismo” y en la que “todos se sienten libres, pero nadie lo es”.

Es sabido que en La gaya ciencia Nietzsche afirma que Dios ha muerto y que lo hemos asesinado. Y se pregunta: “¿Cómo nos consolamos? ¿No es demasiado grande para nosotros la dimensión del acto?”. Los planteamientos de Nietzsche nos llevan a otra cuestión: ¿Hemos hecho de esta moralidad abstracta que “no exige nada y te otorga todo el reconocimiento» (Girauta dixit) nuestra última religión? Es lo que tiene esta “cómoda fe en comunidad de creyentes barata”.