Santa María, ratón de biblioteca


El mismo Orígenes, en sus Homilías sobre el Evangelio de Lucas, invita a contemplar como María fue instruida en las escrituras hebreas.

La letanía no es de nueva invención y ni tan siquiera habría aspiración de que fraguara en el sensus fidei del Pueblo de Dios; pero, encontrada en un libro más adelante reseñado, me ha parecido oportuno traerla a colación. No en vano, como ya enseñara Benedicto XVI evocando a un  autor francés, le desir de Dieu, incluye l’amour des lettres.

Ya el arte, en esta cuestión de María como ávida lectora, ha sido siempre un adelantado. No hay que más acudir al maestro holandés Jan van Eyck que pinta en su Retablo de Gante a la Virgen María, enjoyada y coronada como Reina del Cielo, con los ojos puestos en el códice que tiene en las manos. Así también en diferentes “anunciaciones”, como la del Retablo de Grabow (1383) o en la Anunciación de Fra Filippo Lippi (1455), donde la Virgen aparece rodeada de montones de libros o, a veces también, leyendo un pequeño libro como es el caso de la Anunciación de Fra Angélico (1438). También hay “anunciaciones”, como es el caso de la de Matthias Grünewald (1513), en las que María está leyendo la sección del profeta Isaías donde está escrito que una virgen concebirá y dará a luz un hijo.

También en los Santos Padres aparece María leyendo. El mismo Orígenes, en sus Homilías sobre el Evangelio de Lucas), invita a contemplar como María fue instruida en las escrituras hebreas. Para Orígenes, esta sabiduría y aprendizaje, explicarían la sutileza y cautela con la que responde al ángel: “¿Cómo será eso?”. Para San Ambrosio, en el catálogo de virtudes que brillan en María, está claramente la de ser “diligente en la lectura”: “[María], cuando entró el ángel, se encontraba en la intimidad de sus casa, sin compañía, para que nadie pudiera interrumpir su atención ni molestarla; y no deseaba a ninguna mujer como compañera, que tuviera la compañía de buenos pensamientos. Además, le parecía estar menos sola cuando estaba sola. Porque, ¿cómo podía estar sola, que tenía con ella tantos libros, tantos arcángeles, tantos profetas?” (Tratado de las Vírgenes, II. 2. 10). Precisamente de san Ambrosio se llevó san Agustín una fuerte impresión, tal y como relata en sus Confesiones, cuando le vio “leer calladamente, y nunca de otro modo; y estando largo rato sentado en silencio – porque ¿quién se atrevería a molestar a un hombre tan atento? – optaba por marcharme, conjeturando que aquel poco tiempo que se le concedía para reparar su espíritu, libre de tumulto de los negocios ajenos, no quería se lo ocupasen en otra cosa, leyendo mentalmente” (Confesiones, Liber VI, 3. 3).

En torno a esta imagen – la de María, ratón de biblioteca – se abren una serie de interrogantes a los que necesariamente uno ha de acudir más pronto que tarde: ¿Es la “soledad amante de las letras” un “signo de independencia” de “falta de ambición” o de “concentrado enfrascamiento” con respecto a la tarea que se tiene entre manos? ¿Ayuda a la introspección que viene dada – como es el caso de María – por el amor a las palabras y a las enseñanzas de la Escritura a adquirir la capacidad de tomar decisiones independientemente de las consecuencias sociales que estos tengan? Si “el mundo social es un reino de sospecha: el lugar de la ambición y la lucha competitiva, el motor del uso y la instrumentalización, la disipación de la energía en ansiedad y resentimiento por nimiedades”, ¿qué solución se podrá encontrar sino la de saber apartarnos de él para poder ver con más claridad “los fundamentos de la vida humana y divina”?

En definitiva – así lo expone la curiosa obra de Jonathan Rose, La vida intelectual de las clases trabajadoras británicas -, “el amante del aprendizaje, por muy estrechas que sean sus circunstancias o por dura que sea su condición, tiene una fuente de placer dentro de sí mismo con la que el mundo ni siquiera alcanza a soñar”.

Para más señas leer el libro Zena Hitz, Pensativos. Los placeres ocultos de la vida intelectual (Madrid 2022). – ¡Altamente recomendable!

V/ Santa María, Ratón de Biblioteca.

R/ Ora pro nobis.