Este pasado viernes, día de la Virgen del Rosario, se conocían los ganadores de la edición 2022 de los Premio Ratzinger – el “Nobel de la Teología” -. En esta ocasión han recaído en el jesuita francés Michel Fédou y en el profesor Joseph H. H. Weiler (profesor de Derecho en las universidades de Nueva York y Harvard) siendo este último el primer judío que recibe este galardón.
Weiler es conocido para el gran público por haber defendido a Italia ante el Tribunal de Justicia Europeo en el caso de los crucifijos en las escuelas y por su ensayo Una Europa cristiana: ensayo exploratorio (Madrid 2003) – de lectura altamente recomendable-. También puede ser muy interesante acercarse a su artículo “La Tradición judeo-cristiana entre fe y libertad” publicado en el libro Dios salve a la razón (Madrid 2007) a través del cual una serie de autores, de muy diversas procedencias, mostraban la trascendencia del discurso de Benedicto XVI en Ratisbona por encima de la conocida polémica.
En el pensamiento de autores como el premiado está presente la valentía propia de la razón que, por ejemplo, se atreve a denunciar la ausencia de una referencia explícita a las raíces cristianas de la identidad europea en el Preámbulo de la Constitución europea. También brilla en su uso de la razón la capacidad de intuir y discernir carencias por las que “[…] es necesario recordar también a los religiosos que la riqueza de significado de la religión no se agota simplemente llevando una vida ética y caritativa”.
La fuerza de una genuina razón, entendida en el seno de lo mejor de una no menos genuina “Tradición”, ayuda a percibir que “una soberanía humana sin límites no es en absoluto una soberanía”. Evocando el pensamiento de Benedicto XVI recuerda Weiler que “las grandes cuestiones que conciernen a la condición humana – como, por ejemplo, su origen y su telos – aun no teniendo nada que ver con el racionalismo científico, no deben permanecer separadas del discurso racional”.
La pertinencia del premio está sin duda más que justificada cuando en su pensamiento se encuentra también la capacidad de poner el dedo en la llaga y la finura en el diagnóstico: “[…] en la pretensión laica hay algo que no cuadra – algo totalitario – al definir una esfera pública que no solo es protegida y garantizada por el Estado, sino que se la confunde con el Estado”. A lo que podría añadirse: “Es archisabido que las personas y la sociedad humana prosperan allí donde no existe un monopolio sobre lo que constituye la noción de esfera pública”.
Si uno de los quehaceres más propios de la Teología pasa por un diálogo con la Filosofía, salta a la vista que habrá diálogo si, entre otras cosas pero fundamentalmente, la misma Teología y la Iglesia misma se dejan interpelar por preguntas como las de Weiler: “¿Pero la Iglesia seguirá siendo la misma en el caso de que perdiese sus raíces europeas? ¿Si perdiese su diálogo continuo con la filosofía griega y sus herederos que dura siglos y milenios? ¿Y Europa seguirá siendo la misma en el caso de que perdiese sus raíces cristianas?”. En “una Europa cuya cultura y cuya política no son comprensibles fuera de esta misma dialéctica entre filosofía griega (con su progenie de la Ilustración y de la Revolución francesa) y su tradición cristiana”, Weiler, con cierto desasosiego ¿justificado?, no deja de considerar que “es muy difícil continuar siguiendo la enseñanza de Juan Pablo II al comienzo de su pontificado: ‘No tengáis miedo’”.
Cuando el chestertoniano padre Brown descubre que el curioso criminal Flambeau se está haciendo pasar por sacerdote, Flambeau se admira de que haya descubierto su impostura. El clerical detective le resuelve enseguida la duda: “… Debo confesarle a usted que otra condición de mi oficio me convenció de que usted no era sacerdote. – ¿Y que fue? – pregunto el ladrón alelad. – Que usted atacó la razón y eso de mala teología” (G. K. Chesterton, La inocencia del padre Brown, 42). Es obvio que Weiler no ha intentado pasar nunca por clérigo pero lo que es no menos obvio es que nunca ha atacado a la razón y por eso, seguramente sin pretenderlo, ha sido capar de hacer buena Teología.