No sabría decirte el tanto por ciento pero puede que no te estén contando el cien por cien de las cosas. Conviene tener claro, en todo momento, el punto de partida que no puede ser otro que el respeto a cada persona en su particular y diferente condición; aunque es importante recordar, más a estas alturas de la película, que hay quien no respeta la diferencia y reciprocidad natural del hombre y la mujer considerándolo irrelevante para el desarrollo de las persona y de la relaciones humanas. Déjame que te diga que no todo está basado en un “mero costumbrismo”.
Te propongo por un momento un elemental ejercicio de reflexión. Piensa en lo que bien pueden ser los valores de la feminidad: “la capacidad de acogida del otro” que favorece una lectura más realista y madura de las situaciones difíciles desarrollando el sentido y el respeto por lo concreto, que se opone a abstracciones a menudo letales para la existencia de los individuos y la sociedad. Es un sin sentido negar un hecho como que la mujer es capaz de entender la realidad en modo único: sabiendo cómo resistir ante la adversidad, haciendo la vida todavía posible incluso en situaciones extremas y conservando un tenaz sentido de futuro. Como te decía antes: ¿todo esto es “mero costumbrismo”?
Ante este supuesto “no contar todo” uno ha de aprender a ir a la raíz de las cosas. Por eso no quiero ni muchísimo menos “dogmatizar” sino dejarte una serie de interrogantes:
¿Acaso es la más genuina libertad el hacer siempre lo que me plazca como si no hubiera verdades, valores y principio que nos orienten? ¿Qué está antes la libertad del sentir y del querer o la verdad del ser? ¿Tiene algo que ver lo reciproco y lo complementario en mi identidad como persona? ¿Es el individualismo la única brújula posible a la hora de orientarme? Si somos al mismo tiempo biología, psiquismo, afectos, sociabilidad y espiritualidad, ¿me puede permitir el lujo de prescindir de alguna de esas realidades? Si es un valor para ti el respeto y el cuidado de la naturaleza, ¿por qué no respetar tu propia naturaleza (lo cual implica evitar manipulaciones)?
Hasta aquí las preguntas que te he planteado han sido “como muy teóricas”. Las de a continuación, aun siendo complejas, son “como más directas”: ¿Puede realmente educarme alguien para el amor? ¿Alguien me ha enseñado que uno de los fines de la sexualidad es la procreación? ¿Es digno de la persona el poliamor?
Dejando ya a un lado tanta pregunta intento contarte algo más de ese “todo”. Por eso te quiero mostrar que en la formación de nuestra identidad es vital la confrontación inmediata con el “tú” diferente de mí reconociendo así la esencia de mi “yo”. Es un dato difícilmente negable que la persona, hombre y mujer, se realizan en una comunión interpersonal a través de un auténtico don de sí. De ahí que – son palabras de San Juan Pablo II – “la sexualidad es una riqueza de toda la persona – cuerpo, sentimiento y espíritu – y manifiesta su significado íntimo al llevar a la persona hacia el don de sí misma en el amor” (FC 37). Intento aclarártelo un poco más: La genitalidad pierde su significado cuando cede ante el egoísmo individual. Además solo se realiza en sentido pleno con la conquista de la madurez afectiva que se manifiesta en el amor desinteresado y en la total donación de sí.
Créeme si te digo que no es “mero costumbrismo”, por un lado, el papel de lo que hasta hace un tiempo hemos entendido como familia en todo esto. En la familia, la comparación con la madre y el padre facilita al niño la elaboración de su propia identidad basada en la diferencia sexual. Por otro lado – ahora son palabras del Papa Francisco y no van con espíritu subversivo – piensa que la escuela es verdadera si te ha ayudado a desarrollar “un sentido crítico ante una invasión de propuestas, ante la pornografía descontrolada y la sobrecarga de estímulos que pueden mutilar la sexualidad” (AL 281).
¿Te lo estamos contando todo?