Medirse críticamente con la historia


Ha de citarse una evidente propensión al neopelagianismo, la secularización y el adocenamiento propio de una pseudoideología burguesa.

No hace mucho leía en el filósofo italiano Massimo Borghesi que es evidente la falta de un auténtico pensamiento católico capaz de medirse críticamente con la historia. A lo cual une el filosofo un claro “agotamiento en la capacidad de diálogo” que viene dado por una cierta “autorreferencialidad” por parte de la Iglesia.

 

Si bien la cuestión tiene un origen ya lejano, y para un no iniciado una comprensión abstrusa, se puede intentar buscar un mínimo de luz para iluminar el asunto en un autor como, por ejemplo, David Schindler, en su largo ensayo Is America Bourgeois?. Tratando de sintetizar su planteamiento, se podría decir que lo tenemos en principio es un dilema: O un dualismo entre lo natural y lo sobrenatural (gracia y naturaleza) o una visión de las cosas en la que la gracia impregna, desde el interior, la vida del hombre. Aclaro con un ejemplo: O es imaginable un hombre y una sociedad en la que el hombre es capaz de darse a sí mismo un humanismo en el que Dios y su gracia sería un complemento o desde el principio se entiende la necesidad de Dios y de su gracia para generar algo verdadero tanto a nivel individual como comunitario y social – “el fin eterno incluye los fines temporales” (Henri de Lubac dixit) – . Quedarse con la primera opción de cada una de los dos dilemas propuestos conduce, casi automáticamente, a la privatización de la religión y a la canonización de la más radical idea de secularización del mundo. El Papa Francisco señala claramente un síntoma en este orden de las cosas: “El antropocentrismo moderno, paradójicamente, ha terminado colocando la razón técnica sobre la realidad” (LS 115).

 

Desde este giro, ruptura o como se quiera denominar se hace evidente, en primer lugar, que, de algún modo, se ha renunciado a la formación de un laicado católico consciente de su propia historia y responsabilidad. En segundo lugar, la doctrina social de la Iglesia cae en el olvido y se retira a una especie de cuarteles de invierno en los que “la conciencia cristiano-social” resulta débil o está ausente y es incapaz de ofrecer una alternativa a esta “lógica de los descartes” en la que estamos sumergidos. En tercer lugar se hace cada vez más evidente una pérdida de tensión misionera y del ya citado compromiso histórico. Luchar contra el “espíritu de la secularización” presupone erróneamente, en ocasiones, la asunción de un destino que confina a los cristianos en un mero reducto y que les obliga, también en ocasiones, a alianzas no muy acordes con lo más profundo de la fe. En cuarto lugar necesariamente ha de citarse una evidente propensión al neopelagianismo, la secularización y el adocenamiento propio de una pseudoideología burguesa.

 

Desde esta perspectiva habrá de entenderse la llamada del Papa Francisco a reconocer y valorar el “contenido ineludiblemente social” (EG 177) del anuncio del kerigma mismo. Es hoy más necesario que nunca que, con el fin de comprender la apertura de la fe cristiana a todas las dimensiones de la existencia, se haga más explícita en todo momento la dimensión social de la evangelización. En este orden de la cosas, la enseñanza del que es el documento clave para comprender la acción catequizadora en los momentos que corren – Directorio para la Catequiesis (2020) – es nítida: “[…] la eficacia de la catequesis es visible no solo a través de anuncio directo de la Pascua del Señor, sino también mostrando cuál es la nueva visión de la vida, del hombre, de la justicia, de la vida social, y de la cosmovisión entera que surge de la fe, incluso realizando signos concretos. Por esta razón, la presentación de la luz con la que el Evangelio ilumina la sociedad no es un segundo momento, cronológicamente distinto del anuncio de la fe. La catequesis es un anuncio de la fe, que afecta necesariamente, aunque sea de manera germinal, a todas las dimensiones de la vida humana” (DC 60).

 

El Papa lo expresó claramente en Laudato si: Es menester proceder una “revolución cultural” (LS 114), a un cambio de perspectiva capaz de volver a poner en tela de juicio la orientación ideal que ha guiado a la modernidad europea marcada por un humanismo desmesurado, incapaz de aferrar sus propios límites.