¿Está de acuerdo con una carrera oficial para las cofradías que no sea elitista ni disgregadora y que, por el contrario, responda al carácter tolerante, inclusivo e igualitario de nuestra ciudad y que tenga carácter gratuito y abierto para todos los cordobeses y cordobesas?
Esta era la pregunta que figuraba en la papeleta. Unas tenían un “no” debajo y otras un “sí”. Josefa no tiene muy claro cuál elegir. Le ha dado varias vueltas, pero en la asociación de vecinos le dijeron que era la del “sí”; que de esa forma podría ver gratis ¡y en una silla! a la Virgen del barrio. Bueno, a ella le daba un poco igual, porque hacía años que no pisaba la calle cuando salía la procesión, que era a la misma hora que ponen en la tele el programa de los cotilleos y eso no se lo pierde nunca. Pero vamos, que si es gratis, habrá que exigirlo. ¡Qué se creerán esos señoritos sentados en los palcos!
Azul (su verdadero nombre era María Dolores) iba en su bicicleta con la papeleta en el bolsillo del mono raído que utilizaba para que la vieran los del partido. Por supuesto que era un “sí” enorme lo que iba a votar, aunque a ella no le gustaba la Semana Santa y nunca había presenciado una procesión; pero eso no tenía nada que ver. Ella era solidaria con los compañeros de la plataforma de empoderamiento y… ¡uy!, se le había escapado, compañeros y compañeras. Para después de votar ya tenía planes: se iba al bar chill out a relajarse y a tomarse un té verde.
Ernesto también llevaba la papeleta de casa. Se la habían enviado los de la asociación de padres del colegio público. ¿No había que defender lo público? Ea, pues ahí iba ese “sí” como una catedral… ¡Vaya por Dios! ¡Nada, que no hay manera! Mira que intentaba ser laicista, pero se le escapaban las palabras. Él, que estaba en la plataforma de la mezquita y que participaba en el Facebook y Twitter dando fuerte a los sepulcros blanqueados. Una vez se le fue un “Mezquita-Catedral” en un mensaje de Facebook y casi lo echan del grupo. Es que…, a ver, fue monaguillo y no se le iban ciertas cosas de la cabeza.
Manuel no tenía dudas. Ser concejal le había proyectado en la ciudadanía como un elemento de progreso y futuro. Tenía fama su carácter dialogante con el que siempre lograba el consenso y el acuerdo de todos los implicados en sus acciones de gobierno marcadas por la hoja de ruta que consensuaban para poner en valor… ¡Uf! La cabeza se le iba en sus pensamientos tan útiles para los ciudadanos. Ahora se trataba de dar el poder al pueblo y que este decidiese de forma coherente y madura el futuro de la Semana Santa. Estaba seguro de que todos le aplaudirían cuando llegase al colegio a votar y que tendría allí unos cuantos periodistas con la cámara preparada, como le aseguró su secretario. Lo que importa es que la gente se exprese democráticamente. Aunque de paso se iba a cargar al necio del concejal del partido aliado, que no hace más que incordiar con las consultas populares; en el fondo eso es lo que de verdad importa.
Cristina es una acérrima, una forofa, una militante. Para ella no hay gris: blanco o negro. Había tenido problemas en el instituto cuando lanzaba sus soflamas dando clase a los alumnos, y los padres (unos fachas, seguro) protestaban a la directora. Ahora estaba desatada, se iban a enterar los curas y los fascistas de las cofradías; ya no aguantaba más. Se iba a acabar ya el patriarcado heterosexual de sacar procesiones machistas por la ciudad. Cristina ni se había molestado en coger la papeleta que le dieron en la federación, pero sí se había pintado con tinta roja unas palabras en los pechos para quitarse la camiseta en el colegio electoral y que se viera muy claro el mensaje que debía transmitir: “Queremos okupar, el palco principar”.