La cordobesa que no pintó Julio Romero de Torres


Hace unos meses, dos productoras de televisión contactaron conmigo para que interviniera en sendos reportajes sobre Córdoba. Una de ellas me pidió que les guiara en un breve paseo nocturno resumiendo diversas leyendas, mientras que la otra necesitaba de un cicerone en el Museo Julio Romero de Torres.
La intención de esta última era realizar un programa que partiría de varias obras concretas del pintor. Las comentaríamos en el Museo y ellos enlazarían su temática con otras secuencias en exteriores. Por ejemplo, hablaríamos de En la ribera y, transversalmente, incluirían entrevistas en el Puente Romano. Me gustó esa idea, pues reafirmaba que nuestro artista más universal había transmitido de forma tan profunda como completa la esencia de la ciudad.
Algunos de los cuadros en cuestión no coincidían con las creaciones más señaladas, pero su elección resultaba lógica considerando el fin mencionado. Y la grabación, aunque larga (tres horas), se hizo agradable, pues todos los miembros del equipo eran muy simpáticos y estuvimos bromeando sobre la intensa (y calurosa) semana de grabación que llevaban en Córdoba.

‘La Chiquita Piconera’. /Foto. LVC

El pequeño problema surgió cuando llegamos a La chiquita piconera y me indicaron que mis explicaciones sobre la misma debían ir orientadas a la idea de que plasma el estereotipo de mujer cordobesa trabajadora. Entonces les dije que la fórmula no resultaba muy adecuada: Desconocían que a menudo el cuadro se ha considerado la representación de una prostituta. Y en absoluto me refiero a María Teresa López, la modelo. Sino al personaje que encarna en él.
Se cree que no se trató de un asunto escogido al azar por Julio, quien reelaboró, en su etapa de madurez artística, ciertos temas o elementos de obras de juventud que habían sido especialmente significativas.
Por ejemplo, el féretro de Mira qué bonita era (su primera Mención Honorífica en una Exposición Nacional) fue recreado en Cante Hondo. El esquema de la famosa Musa Gitana (su primera Medalla de Oro en una de estas Exposiciones) se repitió, invertido, en La nieta de la Trini. Y la prostitución del escandaloso Vividoras del amor se convirtió, tras más de veinte años de evolución artística, en la intensa y eterna Chiquita Piconera.
Podría haberles contado eso u otras muchas cosas sobre esta obra. Como su uso para un sello de Correos. O los ríos de tinta que se han vertido sobre la relación entre el pintor y María Teresa López. O la presencia de objetos de cobre en esta y otras composiciones.
O la preciosa reflexión que leí a Lourdes Moreno, Directora del Museo Carmen Thyssen Málaga, sobre esas mujeres melancólicas, condicionadas por sus circunstancias y por la sociedad, pero cuyas inquietudes y emociones Romero de Torres sabe hacernos llegar a través de la fuerza de sus miradas (mirada que, en mi opinión, es lo que hace que La chiquita piconera esté un escalón por encima de sus demás lienzos).
Sin embargo, buscando un asunto que nos llevase donde el hilo conductor del programa necesitaba (siempre sin caer, claro, en la escabrosa idea de que el personaje del cuadro era el modelo de mujer cordobesa), me quedé en blanco. Mis sinceros «no sé qué contaros» quedaron grabados para la posteridad. Y un bedel del Museo que andaba por allí me miraba con lógica cara de «Pues anda que llamar a este tío para que os explique los cuadros…».
Al final lo solventé «por la calle de en medio». Con la idea de que Julio Romero, a diferencia de otros pintores de su tiempo que sólo representan a la mujer como un ser maléfico que conduce a los hombres a la lujuria, la plasma en todas sus facetas. Incluso como monja y redentora.
Aquello «coló» y luego pasamos a comentar el San Rafael Arcángel. Y dejamos, como siempre ha estado, a María Teresa López mirando intensamente al siguiente espectador que se detuviera frente a ella. Prestándonos sus ojos para que sean, eso sí, una de las imágenes eternas de nuestra ciudad.