Fútbol en el anfiteatro romano de Córdoba


Hace algo más de veinte años, una marca deportiva estrenó un anuncio televisivo en el que diversas estrellas del fútbol mundial jugaban en un anfiteatro (creo que tunecino) contra un equipo de «las fuerzas del mal«. Entre esas figuras se encontraban Ronaldo (el brasileño), Paolo Maldini, Rui Costa, Patrick Kluivert, el portero Jorge Campos, Luís Figo o Éric Cantona, que era el encargado de rematar la épica jugada y hacer gol atravesando con el balón el cuerpo del demonio que jugaba como portero rival.

El anuncio coincidió con mis tiempos de adolescencia futbolera en el Colegio Cervantes y alucinábamos con él. Pero unos años antes, en lapubertad, también había perseguido un esférico en el barrio donde me crié, Ciudad Jardín. Concretamente, en el extinto campo de fútbol de la antigua Facultad de Veterinaria (en el lugar que hoy ocupa el Parque Juan Carlos I).

Allí, jugando quince chavales contra veinte (quince que eran buenos contra veinte que éramos menos buenos) luciendo «meybas» y las medias tantas veces remendadas por nuestras madres, consumíamos las tardes de los viernes desde las cuatro hasta el crepúsculo. Las mismas madres (tienen el cielo ganado) que nos insistían en que no debíamos correr sin haber hecho aún la digestión y las que, claro está, no obedecíamos.

Las pandillas de la zona se identificaban por la calle donde se reunían (Machaquito, Músico Ziryab o «el patio») y las chicas de las mismas venían a vernos jugar, pero nosotros prestábamos más atención al balón que a ellas. ¡Ay! Cómo cambiarían las cosas apenas un par de años después... Y marcábamos goles que se nos antojaban dignos de cualquier profesional, por supuesto. Goles dignos de cracks de la Liga. Incluso dignos de dioses.

Lo que no sabíamos entonces es que esos dioses debían de ser paganos. Romanos, concretamente. Porque, una década más tarde, a principios del siglo XX, se identificaron unos restos arqueológicos que se encontraban en ese lugar como los del anfiteatro romano de Córdoba. Es decir, sin ni siquiera poder imaginarlo, también nosotros jugábamos, como harían luego en la ficción Ronaldo, Figo y Cantona, en un edificio (bueno, sobre sus restos) similar al Coliseo.

Recuerdo que, pocos años antes de esta confirmación, algunos arqueólogos nos habían comentado que por la zona del actual Rectorado debía haber existido un edificio romano de espectáculos. Y se creía que podría tratarse de un circo, llegando a situar hipotéticamente el anfiteatro junto al teatro (es decir, a pocos metros del actual Museo Arqueológico) siguiendo una interesante propuesta de Ángel Ventura.

De hecho, todavía en internet se pueden encontrar muchos planos de la Córdoba romana en los que se representa esta teoría del anfiteatro vecino al teatro. Hipótesis que (repito para minimizar las confusiones) se consideró superada cuando se demostró que el anfiteatro era, como empecé diciendo, lo que escondían los terrenos de «la Veterinaria«.

Tendríamos allí, por tanto, el espacio para eventoscomo los protagonizados por gladiadores. El circo, destinado a las carreras, habría estadotambién fuera de la muralla pero al lado contrario de la ciudad, frente al templo; o sea, entre la calle San Pablo y la Plaza de la Corredera. Y parte de los restos del teatro son visitables, como es sabido, bajo la ampliación del Museo Arqueológico. El primer paTEO, por cierto, giró en torno a la excavación del teatro.

Tengo que admitir que, todavía, cada vez que paso por el Parque Juan Carlos I, nos recuerdo. Escucho los gritos pidiendo el balón igual que aúnresuena la algarabía de niños en un colegio abandonado. Incluso nos veo, flacuchos einsolentes. Porque algo de nosotros sigue en ese campo de tierra. Tragando polvo. Corriendo, incansables, durante horas. Y marcando, en porterías sin red, goles dignos de los dioses.