La más grande alquimista de Córdoba


No tenemos ni siquiera que salir de Córdoba, pues muchos conoceréis una calle llamada María la Judía

El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua señala el siguiente origen de nuestra palabra hermético(a): «Del latín medieval hermeticus y este derivado del latín tardío Hermes [Trimegistus] ‘Hermes [Trimegisto]’, nombre griego del dios egipcio Tot, a quien le atribuyeron conocimientos esotéricos y de alquimia».

Sí, señores. La palabra hermético, que nos puede parecer tan moderna, proviene del nombre del creador legendario de la alquimia. Y ese es sólo un elemento del amplio legado cultural de esta disciplina. Tan amplio que la tenemos constantemente delante de nuestros ojos sin saberlo. Por ejemplo, en la saga cinematográfica Piratas del Caribe aparecen cuestiones como la búsqueda de la fuente de la eterna juventud o el lema «Arriba es abajo». Este último viene a ser el segundo principio de la Tabla Esmeralda, el principal texto de la alquimia y atribuida precisamente al mítico Hermes Trismegisto.

No tenemos ni siquiera que salir de Córdoba, pues muchos conoceréis una calle llamada María la Judía, personaje de la Antigüedad que se considera la primera mujer alquimista de la historia.

Es decir, al margen de que uno crea o no en la eficacia de la alquimia, su extensa presencia en nuestro día a día es un hecho. Ello, sin entrar a considerar su papel en los orígenes de la química o su vinculación con la medicina natural (que hoy puede parecer intrascendente, pero no olvidemos que, hasta hace no mucho, la natural era la única medicina que existía…).

Habría que recordar, por cierto, que la alquimia no consiste en hacer perfumes. Ni trucos de magia. Ni siquiera diríamos que su objetivo principal sea aquello de convertir el plomo en oro. Ese no era más que el paralelo o trasunto exterior de la evolución interior del alquimista. Su fin es el crecimiento espiritual de quien la practica.

Que lo pesado se vuelva sutil.

Como se recordaba en unas conferencias celebradas hace poco en Casa Árabe, siempre se ha considerado el antiguo Egipto como la cuna de la alquimia. La escuela hermética de Alejandría se extendió hasta el siglo VIII y después la cultura islámica serviría como puente hasta la Edad Media tardía y el Renacimiento, época a partir de la cual se conforma la actual imagen del alquimista.

Fue en tiempos de Al-Andalus cuando llegó a la Península Ibérica y tuvo, obviamente, un fuerte desarrollo en la capital, Córdoba. Siguiendo esa escuela andalusí, hace un par de años se creó en nuestra ciudad Al-Iksir, uno de los dos o tres museos sobre alquimia que existen en el mundo y el único que hay en España.

Se trata de una idea más de Salma Al Farouki, impulsora de otros hermosos proyectos como el Salón de Té de calle Buen Pastor o Casa Andalusí. Nacida en Jerusalén (antes de crearse el Estado de Israel) y residente en Córdoba desde 1987, Salma sintetiza siempre de la misma forma lo que antes comenté: «La alquimia es la transformación del alma».

Pero no es esa su única frase redonda. Tuve la suerte de trabajar para ella en el mencionado museo y nuestro primer encuentro, en la propia Casa Andalusí, fue lo más parecido que yo había tenido nunca a una entrevista de trabajo. No creo que hubiera ningún muro que derribar entre nosotros. Pero, por si acaso, Salma, mientras me servía té, los derribó todos de un plumazo: «Uno no elige en qué país o cultura nace. Pero el mensaje de los profetas, al final, siempre es el mismo». 

En Al-Iksir pasé cuatro maravillosos meses en los que contemplé cómo desfilaban por allí desde profesores de química que luego traían de visita a sus alumnos hasta médicos que aseguraban que en el siglo XXI había que empezar a pensar más en curar a la persona que a la enfermedad. Y también masones. Y rosacruces. Y maestros sufíes.

Comprobé así que la senda alquímica interesa, sobre todo, a personas que ya se mueven en determinados círculos esotéricos pretendiendo la búsqueda del crecimiento interior que antes señalaba.

En este punto creo que resulta fundamental otra aclaración semántica: de las cuatro acepciones que «el diccionario» ofrece para la palabra esotérico(a), ninguna hace alusión a cuestiones mágicas o próximas a la hechicería; ni siquiera místicas. Todas ellas se refieren a lo transmitido oralmente de maestro a discípulos, oculto o reservado, etc. Siendo, pues, sinónimo de hermético o iniciático. Algo que se aprende dentro de determinados grupos, por oposición a lo exotérico (lo de fuera), que es «común, accesible para el vulgo».

Y puedo decir que, durante aquella primavera de 2018, yo entré en el círculo de Salma. Y que ella y su museo, sin duda, enriquecieron y transformaron para siempre mi alma de una forma inexplicable; una forma quizá sólo comprensible por iniciados. Salma y Al-Iksir, conmigo, hicieron alquimia.