La semana que grabamos para National Geographic


Aunque pienso que los patios están sobradamente promocionados, me siento en el deber de intentar buscarles un hueco en todas partes

Mientras nos servían dos zumos de naranja, Carlos Castejón insistía en que me sentara en una silla concreta de Cafetería Nebraska. El motivo era que, según él, mi padre siempre desayunaba en ese rincón. Fueron amigos y yo había escuchado mencionar su nombre en casa desde pequeño. Además, debíamos haber coincidido en muchos eventos culturales. Pero no nos (re)conocimos oficialmente hasta junio de 2019, grabando en el Hotel Hospes Palacio del Bailío parte del documental sobre arqueología cordobesa que se realizaba para el canal National Geographic. Y, semanas después de aquel encuentro, habíamos quedado para desayunar.
Carlos Castejón Montijano, abogado, es nieto de Rafael Castejón y Martínez de Arizala, el ilustre veterinario apasionado por la arqueología cuyo busto adorna los jardines del Rectorado de la Universidad de Córdoba. Este catedrático vivía en el edificio actualmente convertido en el mencionado hotel y que por ello conocemos como la «Casa Castejón”.
Siglos atrás, el espacio había pertenecido a una rama de los Fernández de Córdoba que con la decoración del mismo reivindicó su parentesco con el Gran Capitán. Y hoy luce bajo el comedor los restos de una maravillosa casa romana que fue recuperada por el propio Rafael, convirtiéndose así en un lugar donde podemos rastrear toda la historia de la ciudad, sobre todo si añadimos la dimensión religiosa y devocional de la contigua iglesia de San Jacinto (Los Dolores).
Evidentemente, esa domus romana era lo que interesaba a quienes realizaban el documental y por ello entrevistaron a Carlos, que comparte con su abuelo, además del primer apellido, el amor por el patrimonio histórico cordobés. Protegido del sol por los árboles del mayor patio del Bailío, recordó escenas infantiles en las que prácticamente jugaba entre dichos restos arqueológicos, así como la excavación del túnel que provocó la aparición de los mismos.
El motivo fue el enfado de su abuela porque continuamente le manchaban la casa al atravesarla cargando leña y que tendría como respuesta, en palabras del propio Carlos registradas para la posteridad, un «arranque varonil» del marido: «María Isabel, no te preocupes. Voy a hacer un túnel que vaya desde el fondo de la casa hasta la entrada. Por ahí pasarán los operarios y ya no te van a ensuciar más la galería». Como es habitual, durante la grabación hubo que repetir algunas de las preguntas y tomas. Repeticiones en las que el entrevistador pidió a Carlos que lo del «arranque varonil» lo dijera de nuevo textualmente, pues la expresión le había resultado simpática.
Yo tenía mucho menos que ver con el asunto, pero alguien había recomendado a los productores que hablasen conmigo por si podía darles alguna información, ideas o contactos útiles. Y así fue: semanas antes de que aterrizase aquí todo su equipo, me cité con uno de ellos y le hablé de algún resto arqueológico que nadie les había mencionado. También le di contactos como el de Hammam Al Ándalus. Los consejos le fueron prácticos, pues las imágenes de ambos espacios aparecen en el montaje final.
Además, como dije al principio, conocí a Carlos porque a mí también me entrevistaron aquel día en el Hospes. Fue acerca de mis experiencias en la divulgación de la arqueología cordobesa, sobre todo a través del paseo Córdoba Subterránea que organizo con Érase una vez Córdoba desde 2014 (y que suele incluir precisamente visita a la domus de la Casa Castejón). Pero ese contenido, como ocurriría con la entrevista a Alberto Pérez, director del hotel, no fue tan provechoso para el documental.
Alberto, de origen gallego, es uno de esos directores de hotel que destacan como grandes vendedores del mismo y de la ciudad en general a pesar de no ser autóctonos. Positivas incorporaciones que Córdoba debería no dejar escapar. En ese sentido me recuerda a amigos como Paco Mulero (extremeño, actual gerente del Mercado Victoria y que fuera director del Hotel Las Casas de la Judería) o a Conchi Labrador (salmantina que hasta hace poco estaba a la cabeza del Hesperia).
Por eso Alberto estuvo encantado de que el equipo dedicase nada menos que dos jornadas a grabar en el Bailío. Valgan, por cierto, estos detalles como ejemplo de todo el trabajo que hay que hacer en televisión para obtener unos cuantos minutos útiles: Tanto las numerosas horas de grabación que realizaron en el mismo lugar durante dos días como que, de tres entrevistas (la de Carlos, la de Alberto y la mía), sólo un par de respuestas de una de ellas (de la de Carlos) aparecen en el montaje final.
Pero no quedó ahí la cosa. Soy directivo de la Asociación de Amigos de los Patios Cordobeses, como ya he mencionado en más de un paTEO. Por eso, aunque pienso que los patios están sobradamente promocionados, me siento en el deber de intentar buscarles un hueco en todas partes. Con tal intención expuse en la propia entrevista la reflexión de que esos espacios, sobre todo los llamados “patios populares”, resumen no sólo el alma de Córdoba, sino también su topografía y su historia: el terreno llano, el agua subterránea (que toman a través del pozo), la estructura de la casa romana, la importancia del jardín andalusí, la casa de vecinos del siglo XIX e incluso el reconocimiento de la Unesco y el turismo cultural del XXI.
Parece que les convencí y una semana después estuvimos grabando en el de San Basilio 44, sede de nuestra Asociación. De paso, realizaron algunas tomas de San Basilio 20. Y misión cumplida: Los patios están presentes en el documental sobre arqueología cordobesa. Mi nombre aparece en los agradecimientos. Carlos inmortalizó el hallazgo de su abuelo. Alberto dio visibilidad máxima al Hospes Palacio del Bailío. Y yo sigo heredando los amigos de mi padre, a quien, como el hijo del protagonista de la película Big Fish, redescubro, poco a poco, a través de los ojos de otros.