Un 9 de octubre


Un 9 de octubre, pongamos que de 1845, un reputado tutor, presbítero anglicano y fellow del Oriel College de la Universidad de Oxford – “habiendo sufrido mucho, avanzando poco a poco en lo bueno y en lo santo, y guiado por la mano de Dios ciegamente, sin saber a dónde me está llevando recibe la absolución” –, absolución sacramental de manos del padre pasionista italiano Dominic Barbieri. Entre ambos había muy poco en común o, al menos, lo que va de un afamado profesor de la Universidad de Oxford al hijo de un campesino italiano que “esperó durante treinta años para que lo enviaran a Inglaterra”.

Con este gesto llegaba a su punto álgido todo un proceso por el que el profesor y presbítero anglicano “ve que ese Credo [el profesado en el seno de la Iglesia Católica] justifica sus ideas y da razón de sus sentimientos; cae en la cuenta de que define mejor unas y otros, que los corrige, los armoniza y los completa. Entonces se pregunta por la autoridad de esa doctrina extraña y, al enterarse de que esa doctrina no es extraña, sino que es justo la que, en el pasado, existió en toda Inglaterra, de norte a sur, desde el momento en que aquí llegó el Cristianismo; al enterarse de que, según pruebas históricas, Cristianismo y Catolicismo son la misma cosa, al saber que esa sigue siendo la fe de la mayor parte del mundo cristiano, y que la fe de su país no existe en ningún otro sitio más que en su isla y en sus colonias, y que, además, resultaba bastante difícil saber en qué consiste exactamente esa fe, o si su país tiene siquiera alguna fe, entonces esa persona se somete a la Iglesia Católica no como conclusión de un proceso de crítica, sino como el discípulo se somete al maestro” (Perder y ganar).

Como él mismo indica bajo seudónimo de Charles Reding, “el lector se preguntará que adónde va Charles y, la verdad, habrá que decirle que el propio Charles se encuentra casi en las mismas circunstancias: no tiene más que una vaga noción. Literalmente, no sabía muy bien qué iba a ser de él, como Abraham, que salió de su tierra sin saber adónde. Jamás, que él supiera, había visto un sacerdote católico. Nunca, más que una vez de niño, había entrado a una iglesia católica. Solo conocía a un católico en el mundo, y no sabía dónde estaba. Pero sabía que los pasionistas tenían un convento en Londres, así que lo lógico era dirigirse a San Michaele, estuviera allí o no el joven Padre Aloysius [léase Padre Dominic Barbieri]” (Perder y ganar).

El admirado profesor reconoce que, en el momento de haber dado este paso, era completamente ignorante en muchos aspectos acerca de la Iglesia a la que él ahora pertenecía, y particularmente respecto a la característica principal de la devoción católica, que lo conmovía ahora enormemente: el Santísimo Sacramento reservado en la capilla. Así lo expresaba en carta a uno de sus viejos amigos: “Ahora escribo desde una habitación al lado de la capilla, es una bendición incomprensible tener la presencia de Cristo en casa, en las paredes, consume cualquier otro privilegio y destruye, o debe destruir, cualquier dolor. Saber que Él está cerca, el poder hablar con Él una y otra vez durante el día”. O en esta otra carta insiste en su nuevo gran hallazgo: “Nosotros no nos dábamos cuenta de aquellos privilegios que nos hubiésemos encontrado al acercarnos. Nunca permití que mi mente reflexionara sobre la santidad que podía ganar; pero, ciertamente, si hubiese pensado mucho en ello, puede ser que no hubiese creído el inefable y extremo consuelo que trae consigo el estar en la misma casa con Él, que curó a los enfermos y enseñó a sus discípulos… Cuando estuve en distintas iglesias en el extranjero, me abstuve religiosamente de actos de culto, aun pensado que era un consuelo entrar en ellas, tampoco sabía qué era lo que ocurría y nunca entendí o traté de entender la Misa; y no supe o nunca observé la lámpara del Tabernáculo. Pero ahora, después de probar el gran placer de adorar a Dios en su propia casa, el templo me parece ¡indeciblemente frío sin esa presencia divina! Uno se encuentra tentado a preguntarse: ¿cuál es su significado, cuál es su aprovechamiento?”.

Difícilmente el admirado profesor podría haber barruntado que ,175 años después, toda la Iglesia recordaría este día, el día de su confesión y por tanto acogida en la Iglesia Católica en un 9 de octubre, como la fiesta de San John Henry Newman, celebrada por primera vez tras su canonización el pasado 13 de octubre de 2019.

¡Feliz día de San John Henry Newman!