Llevamos quince días que el tiempo de los telediarios se llena prácticamente en su totalidad con la situación del volcán de la isla de La Palma, que no digo yo que no sea importante y que no sea un tragedia enorme para los palmeros, pero no deja hueco casi para ninguna otra noticia, hasta la evolución de la pandemia ha quedado desplazada y ya hay días en que ni siquiera cabe la actualización de datos.
Ahora bien, quien más está aprovechando esta situación es Pedro Sánchez, ese presidente que durante toda la pandemia no tuvo ocasión de visitar un solo hospital o tanatorio, y que ya en quince días ha ido por tres veces a la isla y, en todas ellas, ha dado su mitin prometiendo ayudas que, de momento, se han limitado a diez millones de euros, no dejando pasar la oportunidad de presentarse aquí como el salvador del mundo, aunque no haga más que pasear su cuerpo en su Falcón.
Y claro, como nadie le puede imputar responsabilidad en la tragedia del volcán de Cumbre Vieja, ahí sí se deja ver.
No seré yo quien critique las visitas del Presidente a La Palma, pues es lo que debe hacer. Su obligación es estar al lado de los españoles que sufren y ese es su sitio. Lo que ocurre es que no creo que esa sea la intención de los viajes reiterados a la isla, sino la de intentar limpiar su imagen en sus incomparecencias ante otros problemas generados.
Me da la impresión de que en la política del Sr. Sánchez sólo cabe aquello que suponga buena imagen y donde nadie le pueda dar un disgusto con alguna pregunta o recriminación.
Y si no, fíjense como contrasta su imagen de hombre bueno en La Palma con su última comparecencia en el Congreso de los Diputados para la sesión de control al Gobierno ¿He dicho control? No debería de hacerlo porque es palabra maldita en el diccionario de Pedro Sánchez ¿Quién se atreve a controlarlo? ¿Cómo le vas a discutir sus decisiones? Estas sesiones de control al Gobierno para Sánchez son incomprensibles actos de enemigos del Estado que no le apoyan incondicionalmente.
Quien en ejercicio de sus obligaciones como diputado le pide explicaciones de sus actuaciones se encuentra, evidentemente, sin respuesta y con una bronca que no recibía desde que hizo la última trastada en su casa cuando era un niño. Y como no, acusado de intolerante, de mal demócrata y, claro, de fascista.
Lo cierto es que la desgracia de La Palma le ha venido como anillo al dedo, allí puede aparecer de nuevo ante los ciudadanos como un hombre bueno y generoso, y nadie le puede preguntar por el precio de la electricidad, de la gasolina, del gas natural, de la falta de materia prima, de que no exista proyecto de presupuesto generales del Estado, ni se le esperan de forma inminente, para lo cual no tiene tiempo para dejarse ver y dar la cara.
No sé si será una impresión falsa, pero si comparo la imagen de quienes llegan a la Presidencia del Gobierno y la que tienen después de un tiempo en el cargo, donde parece que le han caído el doble de los años transcurridos, en el caso de Sánchez aún parece más joven. Debe ser porque no permite que le den disgustos ni que le causen problemas.
No le voy a pedir a Pedro Sánchez que no aproveche todo aquello que le pueda dar buena imagen, de hecho lo hacemos todos, lo que sí hay que pedirle es que también de la cara en las malas ocasiones, aquellas en las que te la pueden partir por tus políticas, decisiones o falta de capacidad para solucionar problemas y, sobre todo, que la de en el Congreso, donde está depositada y representada la soberanía nacional y que cuando sea requerido para dar respuestas, que cumpla con su obligación y las de, las que entienda como convenientes defendiendo su actuación, aunque no sean compartidas por muchos.
Lo que resulta inadmisible es que denigre al Congreso, privándole más de seis meses de su obligación de control al Gobierno y que cuando acuda sea para atizar a quienes les cuestiona sobre sus actos sin dar la más mínima explicación. Eso acaba teniendo un nombre.