Don Francisco estaba fenómeno, siempre activo y más inquieto que un ratón. Y salía, vaya si salía: a Misa, a encargar vino, a comprar jamón y queso… Aunque lo que a él le gustaba, de verdad, era la morcilla. Y así se lo decía al carnicero:
-La morcilla está mucho mejor que el jamón, dónde va a parar, lo que pasa que la gente es tan cateta que prefiere el jamón porque es más caro…
Tenía noventa y tres años y nada lo achantaba. Si acaso la lluvia porque a resfriarse si le tenía prevención.
-Un resfriado a mis años te lleva a la tumba, solía decir.
Pero las cosas vinieron como vinieron y con la coña del COVID y el confinamiento lo dejaron encerrado unos pocos de meses.
-Esto es culpa de la canalla roja, comentaba.
Él lo decía con cariño, porque a todos amaba y por todos rezaba. Pero lo decía.
Y así, de golpe, se acabó la actividad: se acabó el salir a Misa, a comprar jamón y queso, a encargar vino… Y se acabó discutir con el carnicero y enaltecer a la morcilla frente al jamón:
-La morcilla está mucho mejor que el jamón, dónde va a parar, lo que pasa que la gente es tan cateta que prefiere el jamón porque es más caro…
Luego, cuando levantaron la queda, la máquina no se le recuperó. Y el corazón se le aperreó y dijo que ya llevaba muchos años trabajando y que no estaba por seguir bombeando sangre como antes. Y entonces los pulmones también empezaron a dar problemas. Y luego el resto de los órganos que, los jodidos órganos, son muy solidarios entre sí, y si uno falla el resto empieza a fallar también por simpatía. Y Don Francisco, se resignaba, pero todo con buen humor. Y si sufría, se lo callaba, porque él era alegre y, sobre todo, quería que los que lo rodeaban estuvieran también alegres. Claro que su alegría, aunque fuera instintiva, tenía un hondo arraigo:
-Un cristiano no puede estar triste, decía. Es una contradicción.
El día de la Virgen del Carmen, por eso de animarlo, le dije :
-Bastante bien estás, que tienes noventa y tres años.
Y él, como era tan zumbón, corregía:
-Noventa y tres no, noventa y tres y medio cabalmente, que yo soy nacido el dieciséis de enero.
Entonces le sugerí ir de romería a la Virgen de Belén, a Cabeza del Buey. Él sonrió:
-En septiembre, cuando pasen los calores…Yo creo que si le echo cojones seré capaz…Y nos vamos a “ jartar” de caldereta de borrego y de ancas de rana…
No ha podido ser. Conforme avanzaba julio la cosa se iba enturbiando : hoy peor que ayer, pero mejor que mañana. Y cuando agosto fue cogiendo fuerza, nos dimos cuenta que estábamos, como él, que era tan taurino, hubiera dicho, en los últimos compases de la faena.
Se vive como se es; se muere como se es; y uno se entierra también como ha sido en vida.
Vivió alegre, defendiendo lo que creía, sin complejos, sin miedo ni a nada ni a nadie. Con un sano temor de Dios. Y con un ingenio que desarmaba a cualquier discrepante. Una tarde de toros en Madrid, cuando aún estaba reciente el 23 F, puso un gran par Antonio Tejero, banderillero entonces de la cuadrilla de Finito de Córdoba. Cuando cesó la ovación se levantó y gritó :
-¡Viva Antonio Tejero¡
Se hizo el silencio. Muchos, perplejos, pensaron que se estaba refiriendo al Teniente Coronel.
Ante el estupor de la plaza, Don Francisco sonrió y declamó :
¡Como hay libertad de expresión aprovecho la ocasión !
Nunca supimos si su exclamación se refería al banderillero o al Teniente Coronel…o a los dos.
Don Francisco murió en paz, consciente de que iba a ver el Rostro de Dios. Y cuidado y rodeado de un amor que enternece hasta a los corazones más fríos.
Y es que como dice mi amigo Abundio, que está todo el día aburriendo con obviedades:
-Si uno siembra amor, amor recoge.
Don Francisco se enterró como él quiso y había mandado: su féretro lo cubrió la bandera española, la del águila de san Juan, que es la que él juró. Y, en la consagración, sonó, suave y emocionante, el himno de España. Se unieron, entonces, dos de sus grandes amores: Dios y España.
Yo no creo, como decía Manrique, que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero sí creo que en esta generación que nos está dejando, había hombres que son un ejemplo para todos y cuya grandeza echaremos de menos muy pronto. Y a los que nunca olvidaremos porque, como también escribió el poeta:
Aunque a la vida murió
Nos dejó harto consuelo
Su memoria
Y es que así era, así fue, y así es, porque su alma vive, Don Francisco. Don Francisco, El Grande.