Se necesitan valientes


 

I.- Don Saturio se llamaba  Saturio, claro está, y aunque ese nombre no es propio de estas geografías del sur, la cosa tiene su explicación: Don Saturio era soriano, donde su nombrajo es bastante común,  y desde esas tierras castellanas se había rebajado a las nuestras, hace ya muchos años,  cuando sacó su oposición de profesor de instituto.

Aquí se aclimató muy bien e hizo muchos conocidos y, aun más, amigos muy queridos: Don Celedonio, que era también profesor, Don Francisco, el cura, Don Alberto, el juez…. Lo que no hizo fue ayuntarse con hembra alguna, así que quedó solterón. Virgo no lo sabemos con seguridad, pero solterón sí. Y no es que no le gustasen las hembras, que sí le eran gratas y sentía el natural impulso hacia ellas, sino que, cuando hubo posibilidades de ennoviarse,  la cosa, por unos motivos u otros, se malbarató. Pues vale.

No obstante Don Saturio era muy feliz: sus clases, sus lecturas, su gusto por escribir poesía y editar sus libros, las periódicas  tertulias con escritores (  unos pedantes, otros zopencos engreídos, los más brillantes ) y el amor de sus alumnos, que eran como unos hijos putativos que renovaba año a año:   todo ello le llenaba la vida. Y, sobre todo, hacer el bien: eso le satisfacía mucho . En lo grande y en lo pequeño Don Saturio trataba siempre de hacer el bien.

En algún momento pensó en resubirse de nuevo a Soria, al abrigo de la familia de sangre,  pero tras ciertas reflexiones concluyó que se quedaría en Córdoba para siempre. Que, puntualmente, sobre todo en julio y agosto cuando Córdoba es un infierno, pasaría unas semanillas en Soria, paseando por la ribera del Duero, recitando a Machado, a su querido Machado :

Nunca perseguí la gloria

Ni dejar en la memoria

De los hombres mi canción…

 

Y bebiendo los recios vinos de la tierra.

II.- Conforme avanzaba en los años, Don Saturio se hacía más crítico con el mundo, con la sociedad…y reflexionaba. Reflexionaba mucho.

-Hay mucha gente que discurre pero pensar, pensar, lo que se dice pensar, no piensa. A lo más que llegan es a repetir lo que han oído. O lo que dicen los pollinos de la tele en los programas esos de alcahuetes y maritornes.

Su amigo, Don Cledonio, como era medio  sordo y no oía bien,  le interrumpía :

-¿ Qué has dicho : programas de alcahuetes y maricones ?

Lo cual alarmaba a Don Saturio, que era incapaz de usar palabras que pudieren ser ofensivas y, así, le aclaraba :

-Programas de alcahuetes y maritornes, Celedonio, maritornes, no maricones.

Don Saturio criticaba mucho, pero mucho muchísimo, el sistema educativo. A su parecer, el Estado tenía que poner coto a la sangría de gastos estúpidos ( chiringuitos, administraciones autonómicas, gastos políticos innecesarios…) e invertir en educación. Pero en una educación global, integral: que el alumno fuera formado científicamente, pero también como persona, en valores, y que adquirieran el hábito de estudios, el deseo de razonar y de saber. Sólo eso los haría no manipulables.

Por ello, Don Saturio, cuando se asomaba al telediario y veía el aluvión de tropelías que estaba organizando el gobierno ante la pasividad de la sociedad y, especialmente, de  la juventud,  se encocoraba y se sentía responsable, en la medida de que no había enseñado a su alumnos a luchar por la verdad, a ser valientes.

 Así que confesaba  a su amigo y colega  Don Celedonio :

-Hemos educado a varias generaciones de alumnos. Los hemos cuajado de conocimientos, de valores de respeto y tolerancia, pero hemos marrado en lo más importante: no les hemos enseñado a buscar la verdad ni a defenderla, no les hemos estimulado a ser valientes y comprometidos. Y así nos va.

Don Celedonio, desde la lejanía atónita que le imponía su sordera, asentía.

Don Saturio volvió a la carga :

-Celedonio : ¿ Tú sabes lo que necesitamos hoy en día ?

Pero por más voces que pegaba, Don Celedonio no oía, y seguía mirándolo, boquiabierto, desde esa frontera vaga en que lo situaba su sordera pertinaz.

Así que Don Saturio se irritó, sacó un folio blanco y, con un rotulador verde ( ¡ Qué curioso, de color verde ! ) escribió en trazos muy gruesos :

-Se necesitan valientes.

Y Don Celedonio, entonces, asintió. Con entusiasmo asintió.