Córdoba, navidad de 2.020
A él le iban a contar lo de la igualdad de hombres y mujeres… ¡Vaya gilipollez! Que sí, que teorizar está muy bien, y soltar eso del patriarcado alienante y el empoderamiento y lo que quieran… e ir a manifestaciones y vociferar y graznar todas las groserías que les vinieran en gana… Sí, sí…. Pero él, por desgracia, sí, por desgracia, lo sufría en sus carnes y sabía que hombres y mujeres no son iguales. Ni por asomo. Él, por desgracia, sabía que las mujeres eran muchísimo mejores que los hombres: su delicadeza, su ternura, su intuición…. eran capacidades que, al común de los varones, les estaban negadas. Y también la inteligencia, que la mujer suele ser más aguda, más clarividente… Y la laboriosidad. Y la generosidad. Y….
Y es que, al morir su esposa, y dejarle solo y con dos hijos tan pequeños, Marcelo hubo de hacer las veces de padre y de madre. Entonces percibió que esa ductilidad, esa complicidad que su mujer había tenido con los hijos, y que a ella le salía natural, a él le costaba y, al final, le quedaba impostada, como un remedo que a veces rozaba lo ridículo. Pero, pesar de las dificultades, se empeñó en ser, además de un buen padre, una madre: mejor o peor, pero una madre. Y como tozudo y testarrón sí era tiró de contumacia y vamos “ palante “.
Una de las situaciones en que Marcelo más constataba sus limitaciones era al acercarse la Navidad: entonces rastreaba con todo empeño en su afán de encontrar un regalo acertado: útil, sorprendente, ilusionante… Y solía fracasar. Y la decepción en los ojos de los niños le producía una tristeza lacerante, una frustración que, en cierto modo, lo achantaba.
En aquellas Navidades del 2.020, como cada año, se tiró a la calle a la búsqueda del regalo. Como ya tenía la experiencia de pasados fracasos, se asesoraba con unos sobrinos, de edades parejas a las de los hijos, y ello le daba la seguridad de acertar.
Su sobrinilla, que no llegaba a los quince años, le dijo:
- Tío, lo de comprar un buen regalo no es cuestión de un día. Tú observa a tus hijos durante el año y busca algo que les sea útil y que les haga la vida más fácil.
Córdoba, navidades de años sucesivos.
A fuerza de observar durante el año a sus hijos, cada vez le fue más fácil encontrar el regalo adecuado. Con el paso del tiempo, las cosas cambiaron: Juan trabajaba en Manhattan. Alto ejecutivo en un banco. Venía a verlo siempre que podía. Pero con tanto trabajo, los niños, la mujer, que era americana, la cosa a veces se ponía cuesta arriba. Y unos años por otros, ni paraNavidad arrimaban a Córdoba. Pero él, Marcelo, les mandaba su regalo a Manhattan y siempre acertaba. Su hijo Juan lo llamaba :
- Me ha encantado el regalo. No sé cómo puedes acertar todos los años
Y el viejo Marcelo percibía la autenticidad en las palabras de su hijo y se sentía muy satisfecho y recordaba las palabras de su sobrinilla, tantos años atrás:
- Tío, lo de comprar un buen regalo no es cuestión de un día. Tú observa a tus hijos durante el año y busca algo que les sea útil y les haga la vida más fácil.
Y lo mismo pasaba con su hija, Miriam. Esta vivía más lejos aún: en Canberra. Fue un año a hacer un curso de lo que fuera y allí se quedó. Se casó con un catedrático y ahora ella misma era catedrática en la Facultad de Filosofía.
Pues también para Miriam había envío todos los años. Miriam era más difícil de complacer porque tenía una mente muy abstracta pero Marcelo , año a año, también daba en el clavo. Y cuando Miriam lo llamaba :
- Me ha encantado el regalo. No sé cómo puedes acertar todos los años
El viejo Marcelo percibía la autenticidad en las palabras de su hija y se sentía muy satisfecho y recordaba las palabras de su sobrinilla, tantos años atrás:
- Tío, lo de comprar un buen regalo no es cuestión de un día. Tú observa a tus hijos durante el año y busca algo que les sea útil y les haga la vida más fácil.
Córdoba, navidad de 2.040
La vida iba pasando.
Marcelo ya era muy viejo. Estaba feliz porque la felicidad la lleva uno dentro. Hasta hacía poco tiempo, la salud le había respondido. Ahora la cosa estaba más jodida: de vez en cuando tenía que internarse en el hospital. Arrechuchos cardiacos de los que salía con cierto donaire, pero cada vez más quebrantado. De dinerillos andaba más alcanzado, porque la pensión, por eso de la nefasta gestión de los gobiernos en los años anteriores, era muy escueta: habían endeudado a España, se habían gastado la pasta en supercherías y politiqueos y ahora los viejos andaban a dos velas.
Cuando echaba la vista atrás, sabía que su vida había sido la vida de otros : en particular, las de sus hijos. Y cuando hablaba por videoconferencia con ellos los veía más ajados, pero felices, y eso, al viejo Marcelo, lo reconfortaba y le convencía de que su vida no había sido algo vacío. Al contrario: a pesar de la soledad por la falta de su esposa, sus hijos eran gente de provecho, buenos, reconocidos y, sobre todo, felices. Cada uno en su lugar, con sus circunstancias, pero felices. Y el viejo Marcelo sabía que, en buena medida, esa felicidad se la debían a él, a su empeño en haber sido un buen padre y una buena madre.
Eso hasta que le empezó a fallar la salud y los arrechuchos se producían con más regularidad.Entonces los hijos se inquietaron y, en cierto modo, se sentían responsables de tener desatendido al padre, tan lejos, tan solo…
Y el viejo Marcelo, que era muy esclarecido, percibió esa desazón en los hijos. Y entonces su paz se turbó. Pensaba en que la felicidad de Juan y de Miriam, tan lejos, se tambalearía y que pensarían en él, en Marcelo, en su decadencia en soledad, en sus dificultades económicas… Y un remusguillo malicioso les agitaría la conciencia e impediría que tuvieran paz.
Entonces recordó a su sobrinilla :
- Tío, lo de comprar un buen regalo no es cuestión de un día. Tú observa a tus hijos durante el año y busca algo que les sea útil y les haga ilusión. Que les haga la vida más fácil.
Cuando le vino el siguiente arrechucho al pecho, el viejo Marcelo interrogó al médico.
Este, el médico, usó de la ambigüedad:
- Dos, tres, diez años, ¡quién sabe! o menos o más ¡quién sabe! la medicina no es ciencia exacta, no hay enfermedades sino enfermos…..¡quién sabe!
Marcelo se azoró. La posibilidad de vivir aun muchos años más le parecía traicionar a sus hijos.
Se estudió la Ley de la Eutanasia de cabo a rabo y lo dejó todo bien preparado para el próximo arrechucho. Que, gracias a esa ley, iba a ser el último. Es cierto que los hijos se disgustarían al enterarse de su muerte pero, en rigor, se sentirían liberados y él, el viejo Marcelo, no sería ya un obstáculo a su felicidad.
Si todo salía bien, el próximo regalo de Navidad que recibirán sus hijos, sería su propia muerte porque, como bien había dicho su sobrinilla, tantos años atrás:
- Tú busca algo que les haga la vida más fácil.
Así era, así había sido, el viejo Marcelo: una víctima de una sociedad egoísta y de unos políticos tan vacuos como despreciables.