I.- Mis padres tenían un charnaque a las afueras de la ciudad que hacía de cantina, de ultramarino , de ferretería y de todo: como un Corte Inglés a la antigua. Pues así. Y el sitio era muy querencioso para cazadores, que se paraban a desayunar los domingos cuando salían al campo:
– Si no levanta la niebla no vamos a poder echar el pegujón de monte. Y es una pena, porque está sopado de marranos.
– No sea esaborío, que levantará…
Y para gentes de cortijillos cercanos, que arrimaban a por suministros y otras necesidades:
– Ponme carburo que me escasea y habrá que alumbrarse esta noche, digo yo…
Y, en general, era querencioso para cualquiera que pasara por allí, porque el lugar tenía un magnetismo raro que hacia detenerse a la gente y comprar lo que fuera o pedir un café, una cervecilla o lo que aconsejase la hora, y echar un ratillo de conversación, y hablar de toros, o de caza, o rajar del gobierno…En fin, lo normal…
Allí lo mismo paraban trabajadores de sueldo escurrido como los señoritos ricos; furtivos de poca monta y la pareja de la Guardia Civil; Eliecer, el “ Bizco “, que era comunista y que estuvo condenado a muerte cuando Franco, pero al que luego indultaron sin que nadie supiera a ciencia cierta por qué; y Don Pedro, el Cura, cuando subía a confesar a las monjas de un convento cercano y al que le gustaba, a la vuelta, desayunar un café con leche y dos tostadas bien lustradas de manteca “ colorá” . A veces, si venía glotón, pedía una tercera:
– A ver, Carmelita, ponme otra rebanadita. Están muy buenas pero me han venido escasas.
Don Pedro se ponía tibio y , a la vista estaba, no creía que la gula fuera pecado:
– Haceros caso de mí: eso de la gula es un invento de mis colegas.
Eso sí, antes de liarse con las tostadas, jamás olvidaba sus oraciones y dar gracias a Dios, que es lo principal :
– Bendice, Padre, estos alimentos…
A Don Pedro, años después, lo hicieron obispo y mi padre le preparaba unas orzas de manteca “colorá“ y se les mandaba a su diócesis y Don Pedro, en agradecimiento, nos remitía unas cartas muy bonitas con muchísimas bendiciones y estampitas de Cristos y Vírgenes.
– Estas bendiciones que manda Don Pedro son casi tan alimenticias como la manteca “colorá “, decía mi padre.
Lo que no sé es si lo decía en serio o no.
II.- Yo había echado los dientes detrás de esa barra ayudando a mis padres y haciendo de chanquero siempre que me lo requerían :
– Bájate a la cuidad y te subes pan y vino, que va a venir la cosa escasa.
– Sí, padre.
Pero luego, como soy espabilado, fui medrando en el escalafón hasta sustituir a mis padres en sus quehaceres cuando se pusieron viejos. Y, como solo no me bastaba, me rodeé de gente buena que me auxiliasen y el negocio me iba como un tiro
Con el tiempo monté mi restaurante en la ciudad. Pero, en mi afán de no marrar, echaba la vista atrás, y me preguntaba por la razón del éxito del bar de mis padres: pensaba si sería por la belleza primitiva pero afable del entorno, arrebujado de encinas y cuajado de jaras que, en primavera, se pintaban de flores blancas y de vuelos de pájaros; o por la autoridad que desprendía padre, que era servicial pero extremadamente digno cuando atendía a los clientes; o por la sonrisa eterna de madre, siempre entre fogones, sartenes y menajes…siempre cantarina como un arroyuelo entre las piedras…. O por la comida que se servía: tradicional, básica, pero excelsa… O…
Así que le pregunté a mi padre. La razón que me dio era distinta a la esperada:
– Nos fue bien porque Dios protege a los buenos. Por eso, mientras Dios ande por el mundo, nada debemos temer…
III.- La cosa es que llevo un tiempo así como acollarado a la desazón. A los hosteleros apenas nos dejan trabajar y nos culpabilizan de todo. Por más medidas que tomemos, por más prudencias, por más inversiones en seguridad, el guantazo siempre cae en la misma carrillada: en la nuestra.
Dicen que no somos esenciales. Pues, verá usted, según se mire: si la felicidad es esencial, también son esenciales nuestros espacios, que es donde la gente se hace humana, comparte, charla y se reencuentra con lo importante de la vida, que es la familia y es la amistad.
Creo que la piltrafa de políticos que tenemos no se dan cuenta que todos, pero todos , todos, los trabajos son esenciales: porque es esencial llevar el sueldo a casa y mantener nuestras propias familias, y dar de comer a los hijos, y pagarle estudios y, y esto es muy importante, arrimarle algo a los abuelos que tiene una pensión muy ruincilla y merecen más que nadie vivir bien y darse algún gusto al cuerpo.
Por eso me acuerdo de mi padre y visto cómo nos va, me pregunto si es que Dios, resabiado de nuestras maldades, ya no anda por el mundo y nos ha dejado abandonados, como un perrillo que se ha transmontado después de una montería y aúlla desde un puntal llamando al resto de la rehala.
Pero me resisto a creerlo, hasta a pensarlo, y pienso que Dios tomará sus instrumentos para reponer las cosas y, seguramente, será un instrumento novedoso que, según me malicio, será verde, verde como la esperanza verde….verde y verde. Y más verde aun.