Los abuelos


I.- Él, cuando recordaba la edad que tenía y comprobaba lo bien que estaba, se conmovía. Sobre todo porque le parecía injusto: la mayoría de los de su quinta o estaban  agilados  o, directamente,  habían entregado la cuchara y le habían visto el rostro a Dios. Pero él  aún estaba a pleno rendimiento y, quitando la sordera y alguna otra servidumbre menor que imponía la edad, iba como un reloj. Como un reloj bueno, se entiende.

Hace unos días, paseando, se encontró a Maxi, que era amigo de la infancia. Y, como era muy preguntón, comenzó a inquirirle :

– Oye, Maxi, ¿Qué ha sido de Manolín, que hace mucho que no lo veo ?

Y Maxi, entornaba los ojos, y decía con una voz muy triste, artificiosamente triste:

– Pues ya no lo vas a ver más.

Y  él, que era muy inquisidor, no se resignaba. Y  continuaba :

– Y de Ramón, ¿ Ese que su padre era teniente y que se colocó en aguas potables ?

Y Maxi, entornaba los ojos, y decía con una voz muy triste, artificiosamente triste:

– Ya no está entre nosotros.

Entonces, cansado de tantas malas noticias,  miró al cielo: estaba azul y hermoso porque Córdoba apuntaba ya una primavera inminente. No había motivos de peso para no ser feliz.

Dijo :

– Maxi, vamos a tomarnos un medio en El Pisto.

 Maxi, abandonó su tono de voz triste, artificiosamente triste y dijo :

– O dos.

Con alegría lo dijo.

II.- Ella era más joven, si bien no demasiado. También Dios la había bendecido con una buena salud y una vida feliz. Arrastraba algunas miserias de las que impone la edad. Pero pocas:  “ la “ reuma la tenía algo entumecida y, por ello,  sus movimientos eran renuentes y  torpones;   y luego estaba el corazón, que marchaba bien, pero que  se le había aperreado  hacía unos años y al que, para que fuera más hacendoso y aplicado,  le habían puesto una pila  de refuerzo: marcapasos se llama el invento.

Ella había sido alma del hogar. Ya se sabe: las labores de la casa, el cuidado de los niños y siempre, pero siempre, siempre,  ojo avizor para adelantarse a las necesidades que pudieran tener su marido o los hijos. Ella era de largas luces y, de haberse empeñado, habría sido una buena profesional en cualquier ámbito. Pero optó por el hogar. Y ahora, visto en perspectiva, no se arrepentía:  porque, vamos a ver… ¿No es una familia como una empresa ? ¿Y no es una buena madre como el mejor gerente de una compañía ?

En sus tiempos libres había gozado de la lectura porque ella quería ser, era, una  persona cultivada. Le gustaba la filosofía. Había leído mucho a Gustave Thibon: “ Sobre el amor humano “ o “ Entre el amor y la muerte “ y otros muchos libros.

Que su suegro, que era muy carca, se encocoraba:

– Seguro que esos libros están en el “ Índice de los Libros Prohibidos “…

Así que un día que vino el párroco a confesarlo, el suegro le preguntó sobre el asunto.

Y Don Francisco, el párroco:

– Ya no existe tal índice. Pablo VI lo derogó.

El suegro se lamentó:

– ¡Desde que murió Pio XII…! No sé dónde vamos a llegar…

III.- Ambos habían trabajado duro para arrimar de comer a la casa:  ella, ya quedó dicho, en las labores del hogar; él  se había deslomado en diversos negocios. En aquello tiempos, no era como ahora: entonces si trabajabas ganabas, más o menos, pero ganabas. Ahora, pensaba él, todo es más inseguro. No le faltaba razón. Entonces había una honradez que hoy falta. La palabra tenía su valor. Y la trayectoria.

Ambos, él, ella, ahora que eran delanterillos,  si echaban la vista atrás, y por muy escrupulosos que fueran, no encontraban a nadie a quien hubieran perjudicado a sabiendas. Y a veces se preguntaban si eran felices por haber hecho siempre el bien o si habían hecho siempre el bien porque eran felices.

Vivir, pensaban, era pasar haciendo el bien. Pero también el bien a ellos mismos. Así que nunca se había privado de los vicios que compartían:  los paseos campestres, la copita de vino al amor de la lumbre, el gusto por las  cosas minúsculas, la sonrisa perenne… las puestas de sol, los viajes en coche, el arte de la cocina… En suma: habían disfrutado a lo grande lo pequeño, de lo aparentemente pequeño.

…hoy, ese matrimonio, se ha vacunado. Dios quiera que puedan volver a una vida normal, ya blindados del bicho.

El piensa que el año que viene podrá ir de montería sin problema. Sí, tiene ochenta y siete años: ¿Y qué? Él es mucho más que una cronología, que unas hojas del calendario, que una edad… Y si Dios quiere volverá a estar en un puesto y oirá, a pesar de la sordera, la dicha de los perros y los arrollones de monte. Y luego, tras la cacería, si la cosa ha ido bien, se tomará un güisqui.  Y si ha ido mal también. Con más motivo

Ella piensa que, en verano, podrá resubirse a Galicia, buscando la fresca, el ribeiro y los hermosos países de donde su raza remanece… El azul del océano, los hórreos  y los rincones de piedra donde gallegas enjutas tejen mientras ven pasar el tiempo…

Y ambos, juntos,  siempre juntos, pensando en hacer felices a los demás, que es el mejor modo de hacer feliz a Dios y ser felices ellos mismos.

Porque mientras tantos políticos mienten, engañan, fomentan el odio y la traición… mientras  tantos niñatos queman las ciudades y prenden  de violencia  los corazones, nuestros mayores son, más que nunca, el ejemplo de un alma sana, de un presente a imitar y de un futuro, Dios quiera que muy largo, que yo imagino verde, verde como una hermosa e inmensa pradera infinita…. por la que avanzar anudados al sentido común y  al ejemplo de nuestros mayores.