No había estado bien: quiso abrir la faena con estatuarios pero el novillo tenía la embestida un punto descompuesta y hubiera sido mejor doblarse por bajo para ahormarlo.
Tampoco acertó con las distancias y esto no fue por ignorancia, sino por miedo, que es peor: porque él intuía que el novillo tenía su sitio , cinco metrillos, poco más o menos, pero tenía pavor a verlo venir de largo y aguantar su tranco hasta meterlo, si era capaz, en la muleta y llevarlo luego prendido y templadito hasta vaciar la suerte …así que optó por ahogarlo, y aparentar un arrimón…pero el novillo se rajó y ahí acabó la faena.
Ya entrebarreras, después de arrastrado el animal y después del silencio indiferente del público, oyó murmurar a su banderillero:
-No vale “ pa “ esto…es que lo que no puede ser no puede ser…y además es imposible.
Por eso, antes de que la cosa pasara a mayores y algún “esaborío “se lo dijese con crueldad, decidió quitarse del toro: esa misma tarde, muy digno, en el centro del ruedo, se cortó la coleta. Pero no se puso paños calientes: no quería culpar a los empresarios, ni a la mala suerte, ni a los ganaderos, ni a los apoderados que había tenido a lo largo de varios años y que con honradez o pillería, aciertos o marronazos, habían dirigido su carrera. Si el éxito es de uno, se decía, también lo es el fracaso y, si se quitaba del toro, era por una sola verdad, por una gran verdad:
-No vales “ pa “ esto.
Por eso, tan pronto volvió a Córdoba, quiso deshacerse de los avíos de torear.
El traje de luces lo vendió a un sastre de toreros y fue como si hubiese vendido el alma.
El capotillo de paseo, que había envuelto tantas ilusiones, lo regaló a un torerillo que empezaba y, al entregárselo, fue como si el corazón se le hubiera quedado sin sentimientos.
Pero la montera, esa montera ajada de tantas tardes de miedos e ilusiones, la conservó…porque un hombre no puede vivir sin cabeza donde guardar los recuerdos y la conciencia de su propia dignidad.
Fueron pasando los meses y él, a pesar de todo, seguía sintiéndose torero. Torero sin traje de luces y sin capote de paseo, torero, por tanto, sin alma y sin corazón, pero torero con montera donde albergar la cabeza y decirse, a sí mismo, la verdad. Sin tapujos, sin engaños:
-No vales “ pa “ esto.
Pero toda la verdad:
-Sin embargo eres un hombre digno.
Le dio por la lectura porque los libros, cuando están bien escritos, te hacen vivir otras vidas. O entender otras vidas. Especialmente la propia. Leía poemas de Manuel Machado:
“…y antes que poeta, mi deseo primero
hubiera sido ser, un buen banderillero…”
O de Miguel Hernández:
“Como el toro,
he nacido para el luto y el dolor “
O de Alberti :
“ Llora Giraldilla mora
lágrimas en tu pañuelo
mira como sube al cielo
la gracia toreadora “
Y así iba pasando sus días, él, que era torero pero que no servía para torero y que, además, tampoco sabía ligar las palabras y las ideas para crear otras vidas, donde poder vivir aunque sólo fuera de sueños. Hasta que un día se topó con un libro de Corrochano , titulado “ ¿ Qué es torear ? “ que pretendía ahondar en eso del toreo. Entresacó una frase del libro : “ torea todo el que anda entre toros “ Y aquello fue como una riada de luz porque, si lo decía Corrochano, debía ser verdad. Así que movió las relaciones que aún le quedaban y pudo sentar plaza de monosabio, para andar entre toros y seguir siendo torero. Sus amigos no lo entendían:
-¿ Pero tú, que has sido novillero puntero, cómo te vas a rebajar a ser simple monosabio ?
Y él se daba cuenta de que sus amigos ni sabían de toros ni sabían de la vida. Ni sabían de nada. Pero explicarles las cosas era imposible, era machacar en “ jierro “ frío. Más valía callar. Y, como consuelo de una pena que no sabía bien de dónde arrancaba, recitaba muy bajito, sólo para sí mismo, a Manuel Machado:
“ ..que las olas me traigan y la olas me lleven
y que jamás me obliguen el camino a elegir
que la vida se tome la pena de matarme
ya que yo no me tomo la pena de vivir “
Así que, cada tarde de toros, se vestía la blusilla “colorá” y asistía al picador que le tocara. Y no sólo en la capital: también en los pueblos de la provincia o aún más lejos: donde lo llamaran, allí iba. Nunca rehuyó el riesgo, ni un quite a cuerpo limpio, ni un coleo…pero jamás quiso lucirse, ni destacar. Casi prefería desaparecer, que su blusilla “colorá” se camuflara entre los trajes de luces y nadie reparara en su presencia porque, en cierta manera, sabía su verdad :
-No vales “ pa “ esto.
Pero toda la verdad :
-Sin embargo eres un hombre digno.
Muy de tarde en tarde, algún picador, sin mirarle y entre dientes, musitaba desde las alturas de su jamelgazo:
-Bien muchacho…bien.
Y él, entonces, se empavonaba por dentro, porque, como decía El Guerra: “a tos nos gusta que nos rasquen “ . Luego, al llegar a su casa, veía a su hijo durmiendo en la cuna y la bandeja con la cena y la nota de su mujer: “ Despiértame cuando llegues…quiero que me cuentes cómo te ha ido “
Y entonces desnudaba el alma y cargado de sinceridad relataba a su mujer los sucedidos de la tarde, su propia torería, su valentía, hasta su arte, y ella miraba con bellísimos ojos negros recién despertados y sus labios cálidos le decían:
-Eres el mejor en lo tuyo.
Y el monosabio, aquel que fue novillero puntero y fracasó, entendía las cosas de la vida y del toreo, que vienen a ser las mismas cosas, esas cosas que sus amigos ni siquiera llegaban a columbrar…ni muchos poetas, aunque sepan ligar palabras e ideas en verso, tampoco. Y se sentía feliz, sencillamente feliz.