El absurdo


Siempre que reflexiono sobre nuestro sistema educativo, una sombra negra oscurece mi ánimo y me pregunto qué estamos haciendo mal.

I.-  Juan : El alumno brillante.

 Normalmente estudiaba en el cuarto que compartía con su hermano pequeño así que el sosiego no era permanente porque, de vez en cuando, éste entraba a coger ropa: que si la equipación para el fútbol, que si las zapatillas de deporte, o, de algún modo, interfería en su estudio…Y luego estaban las voces de su hermana, que ocupaba una habitación contigua, y que era como una graja histérica, todo el santo día protestando, gritando,  o hablando con sus amigas por el móvil. Siempre le había sorprendido el torrente de voz que tenía su hermana que, por demás, era un ser canijo y menguadillo, de escasas carnes, recortada de estatura, aunque  de un  genio arisco y encastado … El, para superar esos inconvenientes y poder aislarse , había usado desde hacía tiempo unos tapones de goma espuma que acolchaban los sonidos y que le permitían una concentración aceptable.

Pero ahora, con la selectividad en puertas, había que tomar medidas más extremas, así que hizo acopio de libros, apuntes, cuadernos,  echó mano también del ordenador portátil y se subió a la buhardilla. Allí había una mesa de despacho antigua, que fue de su abuelo, y un sillón cómodo, algo presuntuoso en sus formas, sí, pero muy confortable, que es de lo que se trataba.

Un tragaluz muy amplio dejaba pasar la luz del sol de  modo que, hasta que la tarde iba de retirada, no necesitaba iluminación eléctrica. Allí, aislado del resto de su familia y de los sonidos propios de la convivencia, podía concentrarse y estudiar.

La selectividad, en cierto modo, le inquietaba, por lo que tenía de novedoso: examinarse en un escenario desconocido, de un temario amplísimo, a una sola carta…  Pero, sobre todo, le asustaba   el anonimato. En el colegio él tenía ya un nombre y era considerado un alumno brillante y, por ello, quieras que no, sus profesores estaban influenciados a su favor  de ante mano. Ahora, en selectividad, quien corrigiera su examen, valoraría con absoluta imparcialidad sus respuestas y, si  por esas cosas que pasan, él tenía un mal día, no habría misericordia o modulación alguna.

II.- Don Santiago : El profesor de Literatura.

Como cada año, sentía la angustia del examen de sus alumnos. Al fin y al cabo no eran sólo los estudiantes quienes se examinaban. También los profesores debían pasar la prueba: si los alumnos fracasaban, ellos mismos fracasarían. Y no sólo como profesionales de la enseñanza, que también, sino como amigos de los alumnos. Había sido una relación muy larga y estrecha y si por la nota de selectividad algún alumno veía frustradas sus aspiraciones de hacer alguna carrera para la que tenía vocación, él, el profesor, empezaría a torturarse , pensando en qué había fallado como docente a lo largo de los dos años de bachillerato. Cierto que, en muchos casos, la culpa, por decirlo así, sería del alumno, pero él, el profesor Don Santiago, nunca escurría el bulto y, de algún modo, se sentiría corresponsable.

Luego estaba el tema, menos romántico pero no por ello menos importante, de la competencia entre colegios. Y aquí el tema económico podía verse afectado: si no ofrecían un  alto porcentaje  de aprobados el prestigio de la institución  podría desplomarse, las matrículas descender y la viabilidad del colegio, siempre necesitado de fondos, frustrarse. Y con ello, su plaza de profesor amortizarse y….Mejor no pensarlo.

III.- El examen.

Juan, el alumno, acabó de repasar el último tema de literatura: se sabía todas las obras de los autores que entraban en el examen, su vida, sus fechas relevantes, sus estilos, sus influencias.

Era capaz de situarlos con toda precisión en la historia de la literatura, identificar como suyo cualquier texto entresacado de cualquiera de sus obras, enunciar y explicar sus características, y analizar las figuras estilísticas que utilizaba.

Sintió una seguridad tal que casi se asustó.

– No puedo ir tan sobrado, pensó.

Se acostó temprano y durmió bien: buen augurio.

El examen fue un éxito: Juan retuvo los nervios y se auto engañó:  se convenció de que estaba haciendo el examen en un aula de su colegio y que serían sus profesores de toda la vida quienes se lo corregirían. Con esas mañas y ardides y gracias a sus conocimientos  triunfó en todas las pruebas  pero, especialmente, en literatura. Aquí obtuvo la nota más alta de la provincia. Por demás, no tuvo problema en acceder a la carrera deseada.

Don Santiago, el profesor, estaba muy satisfecho. Todos los alumnos presentados habían aprobado. La mayoría de ellos con notas muy altas. El Colegio  no sólo mantenía, sino que incrementaba, su prestigio. Su viabilidad económica estaba garantizada. Don Santiago, como profesor, se sentía un auténtico triunfador. Y como persona también: porque le constaba el afecto sincero de sus alumnos.

Su pequeña, o no tan pequeña, vanidad, también estaba colmada :  había  sido un alumno suyo quien había obtenido la nota más alta en  Literatura la  asignatura que él impartía. Era Juan.

IV.-  Años después : el absurdo.

Habían pasado cinco años, no más.

Se encontraron casualmente por la calle.

Juan ya había terminado la carrera. Don Santiago seguía enseñando literatura. El Colegio era uno de los más prestigiosos de la capital. Incluso había sido objeto de reportajes en prensa nacional elogiándolo.

Ambos iban alcanzados de tiempo, pero tenían el suficiente para tomar un café rápido. Hablaron de los tiempos pasados: anécdotas felices, momentos divertidos…

Don Santiago nunca había olvidado a ninguno de los  alumnos  que había tenido, pero por Juan sentía un afecto especial: como alumno y como persona era excepcional.

Juan nunca había olvidado a ninguno de los  profesores  que había tenido,  pero por Don  Santiago sentía un afecto especial: como docente y como persona era excepcional.

Cuando se despedían, Don Santiago preguntó:

– A parte de lo propio de tus estudios, ¿ qué estás leyendo ahora ?

Hubo un silencio. Don Santiago aventuró:

– Déjame que lo adivine. Algo de poesía….de Francisco Brines, el último Cervantes…y de novela cualquier cosa amena…: ¿ de Pérez Reverte quizás ?

Juan tomó la palabra :

– Don Santiago, desde que me fui del colegio, no he abierto un libro. Salvo los de la carrera. Y lo que es más grave : no me acuerdo de casi nada. Hoy me preguntas de la generación del 27 y sólo recuerdo a Lorca y a Alberti…pero sus nombres, no sus obras. Me preguntas del 98 y te respondo que me parece que Machado pertenecía a esa generación…No más.

Pagaron el café. Cada uno tomó su dirección: Juan calle arriba, Don Santiago calle abajo.

Juan contento, por el encuentro.

Don Santiago triste, frustrado, rebinando una inquietud lacerante :   si ni tan siquiera el alumno más brillante que había tenido se había aficionado a la lectura y , además,   tampoco recordaba nada de lo estudiado, es que  todo su trabajo, o al menos  el sistema que se había montado en torno a la educación,  era absurdo, era una falacia, era un desastre.

Pensó que había que revolucionar la enseñanza, la metodología de las clases y la del estudio, cambiar los sistemas de examen, huir de los planes docentes concebidos como carrera de obstáculos…Abordar  la búsqueda de nuevas competencias, de saberes transversales, hacer de la búsqueda del conocimiento un uso y costumbre…Y lo más importante: conseguir que el alumno ame la sabiduría para que así estudie y se forme durante toda la vida. Porque los alumnos aprendían las materias de los planes de estudio, ciertamente, pero no aprendían a amar el aprendizaje.

V.- La esperanza es verde.

Era la hora del recreo: tomaba un café con sus compañeros en la sala de profesores. Entonces  comentó  su experiencia con el alumno Juan. También   sus pareceres respecto de los absurdos  sistemas de enseñanza actuales . Un profesor,  tal vez el más expeditivo, le dijo:

– Santiago, tú eres un soñador, un pobre soñador.

Don Santiago miró por la ventana que daba vista al jardín donde algunos alumnos charlaban. El césped estaba verde, cuidado, jugoso  y los álamos agitaban sus hojas: verdes por el haz y grisáceas o blanquecinas por el envés.  Entonces dijo :

– Tienes razón, soy un soñador, pero yo prefiero siempre el verde vivo, el verde de la esperanza, el verde de los utópicos, al grisáceo de los acomodaticios…Para cambiar las cosas hay que querer cambiarlas.

Ninguno de los otros profesores lo tomó en serio.

La profesora de inglés  hizo un ademán algo artificioso y exclamó:

– Oh my God ¡¡¡

La directora, que era muy guasona, susurró:

– Los de literatura son medio poetas y están grillaos.

El de Física sonrió.

El de Dibujo sonrió.

La de Historia sonrió.

El de Filosofía estaba ausente, como siempre, así que ni sonrió ni dijo nada.

En esto sonó la sirena que anunciaba el fin del recreo. Cada profesor partió para su aula. Don Santiago pensó que, tal vez, iban camino  del absurdo o,  quien sabe, si camino del fracaso. La vida, sin embargo,  seguía… seguía amarrada a sus inercias, a sus costumbres y a sus miedos.