Paula, la valiente


Lo verdaderamente triste es que, en realidad, no la apoyaban ni los que pensaban como ella. Por comodidad.

Paula Badanelli./Foto: Vox
Paula Badanelli./Foto: Vox

EL PRELADO

I.- El Prelado de una lejana diócesis, terminó  la carta semanal que dirigía a su feligresía: había utilizado con cuidado las palabras oportunas, buscando, en aquellos casos en que columbraba que las mismas podrían ofender a alguien, pulir las expresiones de modo que quedaran   tan refinadas y evanescentes que nadie, por susceptible que fuera, pudiera verse incomodado.

 Como de costumbre, pasó el borrador a su secretario, el Padre Santiago. El  prelado confiaba ciegamente en el criterio del Padre Santiago  por su buen sentido, y por  la hondura de su formación filosófica y teológica. Y por sus muchos saberes en materia de diplomacia. De hecho, el Prelado, estaba seguro de  que más pronto  que tarde su fiel secretario sería llamado a Roma, a trabajar en algún puesto relevante de la Curia…O  que  sería elevado a la dignidad episcopal… Y todo ello como paso previo a ser nombrado visitador apostólico o nuncio en algún país.

Sus contactos en Roma se lo venían anunciando desde hacía algún tiempo:

– Monseñor, aproveche al Padre Santiago el tiempo que pueda…

Y el Prelado, con una inocencia impostada,  fingía indiferencia y decía :

– Eminencia, como es sabido, los designios del Señor son inescrutables…

A lo que el Cardenal romano, mucho  más pragmático y sobre todo mucho más cínico, respondía:

– Ciertamente, Monseñor: los designios del Señor son inescrutables. Pero los de la Santa Sede no…de modo que siga mi consejo: aproveche al Padre Santiago el tiempo que le dejemos…

 

II.- El Padre Santiago dedicó una tarde de trabajo a repasar la carta del Prelado. Quiso añadir alguna agarradera teórica más, así que se remontó a los textos de los Padres de la Iglesia, y a  las encíclicas papales ( ¡ oh, Montini, qué valor profético el de sus textos !) y a las Instrucciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe ( ¡ Oh, Ratzinger, qué esclarecido su pensamiento ! )  y así hasta desembocar en filósofos católicos de nuestros días.

 

El texto , con tres o cuatro adiciones, había quedado mucho más sólido, más rematado. Le dio una última lectura y suavizó algunas de las expresiones. Nada de lo escrito inicialmente era falso u ofensivo. Pero, a su parecer, no estaba de más atenuar algunas expresiones y trocarlas por otras con eufonías más dulces, con significados igual de claros, pero tal vez menos contundentes.

 

El Prelado quedó completamente satisfecho con la carta  que sobre el aborto iba a publicar.

Y así se lo dijo a su secretario:

– Muchas gracias, Padre Santiago…Su aportación ha sido decisiva. Ahora, recemos un avemaría, por las madres que se ven en la dramática situación de abortar.

El bisbiseo de la oración revoloteó por la sala como un zumbido inaprehensible, se posó en algunas de las cornucopias barrocas de los espejos  y, finalmente,  se desvaneció como el vuelo de una mosca muerta. Y se hizo el silencio. Y se hizo la nada.

Los dos hombres se miraron directamente a los ojos.

El Prelado preguntó:

– Padre Santiago, en esta materia, ¿cómo ve el futuro ?

El sacerdote dijo:

– Negro, muy negro, Monseñor. Es imposible cambiar a la sociedad.

El Prelado asintió.

– Yo también pienso así.

 

EL EMPRESARIO

 

III.- Él era un católico cultural: con su rimbombante apellido no podía ser otra cosa.  La religión impregnaba su vida, sus actuaciones  más prosaicas, sus alegrías y sus tristezas,  su día a día…Pero, lo cierto, es que jamás se había preocupado demasiado por defender los postulados de la Iglesia. Aún más: en muchas ocasiones, sobre todo en reuniones de empresarios,  cuando intuía que ser católico podía , no ya malbaratar, sino simplemente interferir ligeramente en un negocio, había rehuido la confrontación y había dado una larga cambiada al tema. Al fin y al cabo, pensaba, la religión debía quedar en el ámbito más privado de la personas y  era poco delicado, incluso hasta impúdico, hacer manifestación de sus creencias íntimas. Por otra parte, su estatus, su posición económica, hasta su buen nombre y prestigio social, lo debía al modo prudente con que siempre se había conducido.

 

Cuando hablaba con sus directivos les aconsejaba:

– Midan las palabras y sus consecuencias. No mientan jamás, pero tampoco digan verdades que puedan, aun de lejos, molestar a alguien… Y dificultar los negocios.

Tenía cierta soberbia intelectual de modo que no creía en nada que le fuera impuesto. Él, o se convencía, o no daba nada por cierto. Y en cuestión religiosa era lo mismo. Pero era verdad que gran parte de los mandatos de la Iglesia los entendía como razonables y los seguía dentro de lo que sus debilidades, sus circunstancias y, sobre todo, sus conveniencias, le permitían.

Su personalidad, sin embargo, estaba marcada por  un gran secreto. Su padre, un poderoso señor de provincias, había dejado embarazada a su madre, la hija de un pastor de una de las fincas de la familia. Ante el escándalo que se avecinaba, se decidió el aborto.  Por supuesto que su familia paterna era católica, pero vistas las circunstancias, pensaron que era lo menos malo. Su madre, una niña arrasada por los aconteceres, no se negó. Fue su abuelo materno, un pastor de cultura elemental, el que se opuso.

Su abuelo materno era un  hombre rústico, enraizado en la naturaleza, que conocía los ciclos  naturales de las estaciones, las mareas envolventes  de la vida, el angosto misterio de la muerte, la fácil diferencia entre lo que está bien y lo que está mal… Y este hombre, que nunca había traspuesto las lindes de la finca, fue el que se enfrentó al señorito y se negó a que la hija abortara. A él, en suma, le debía la vida…

 

IV.- Había convocado al Consejo de Administración: quería que decidieran sobre la procedencia  o no de acometer la construcción del varios hospitales y clínicas que habían encargado a la empresa. Desde el punto de vista económico, era un negocio rutilante. Pero tal vez lo lucrativo, aun siendo importantísimo, era menor que  la visibilidad que iba a dar a la compañía y la proyección que , desde ese momento, podía situarla como puntera en toda Europa y en América del Sur.

La reunión fue larga, porque las cuestiones eran prolijas y complejas. Se habló de la viabilidad económica del negocio y allí no hubo duda alguna. Tampoco había problemas jurídicos, ni fiscales. Desde el punto de vista técnico la construcción era más que asumible. Los arquitectos no tenían duda.

Se habló de sinergias, de economías de escala, de la necesidad de romper fronteras y empezar a establecerse en países de Europa y de América del sur. De la necesaria internacionalización.  Definitivamente, la euforia se había disparado…

 

Fue entonces cuando él preguntó:

– Siendo así, ¿ A nadie le importa que vayamos a especializarnos en la construcciones clínicas abortistas ?

Los miembros del consejo lo miraron con perplejidad. El abogado de la empresa se frotó los ojos: no daba crédito a lo que oía…

Pensó :

– El viejo está chocheando…

El secretario del consejo tomó la palabra :

– Creo recoger el sentir de todos los consejeros si digo que , vista la viabilidad y el lucro que puede producir la operación, nadie está en contra de acometer la operación. Antes al contrario: todos consideramos crucial para la compañía hacerlo.

Carraspeó. Hizo una pausa:

– Pero a nadie escapa que tú concentras el 90 % de las acciones de la empresa. De modo que, sea cual sea nuestro criterio, si el tuyo es renunciar a la operación, no tendremos otra que allanarnos. Sin estar conformes con ello, claro…

El pensó rápidamente :

– Las convicciones personales no deben interferir en los negocios. En todo caso, si no hacemos nosotros el negocio, otros lo harán. Además, la batalla del aborto está perdida. El futuro en este punto es negro. Es imposible cambiar a la sociedad.

Los consejeros lo miraban, con creciente inquietud.

Él recogió su cara entre las manos. Bisbiseó algo. Era un avemaría. El susurro de la oración revoloteó por la sala como un zumbido inaprehensible, se posó en algunas de las cornucopias barrocas de los espejos  y, finalmente,  se desvaneció como el vuelo de una mosca muerta. Y se hizo el silencio. Y se hizo la nada.

Luego miró a  los ojos de sus consejeros. Uno a uno. Y dijo:

– Yo también estoy de acuerdo. Adelante.

Un suspiró generalizado puso fin a la reunión.

 

ELLA

V.- No tenía un trabajo muy goloso. De hecho, le quedaban, a lo sumo, algo de más de dos años y medio de “contrato”. Luego ya se vería. Y si las cosas venían mal dadas, puerta. Y a buscarse la vida otra vez. Pero, aun así, ella estaba muy satisfecha. Porque ella, al contrario que otras personas, tenía ideas. Y además, y al contrario que otras personas,  creía en sus ideas. Firmemente  creía. Y, en su trabajo, podía defenderlas.

Como todos los jueves, asistió a la reunión de trabajo: el Pleno del Ayuntamiento, en el que se trataban cuestiones relacionadas con el aborto. Y, como casi siempre, se quedó sola. Pero eso no era lo grave. Lo verdaderamente triste es que, en realidad, no la apoyaban ni los que pensaban como ella.  Por comodidad:

– Bastante tengo con sacar mi familia adelante…Lo comprendes, ¿no?

Por falta de fe:

– Todo está negro, muy negro. Es imposible cambiar a la sociedad… Lo comprendes, ¿no?

O por miedo:

– Yo pienso como tú, pero no puedo significarme…Lo comprendes, ¿no ?

Y luego estaban los que rezaban ( ¡ oh, el valor infinito de la oración ! ) pero en privadito,¿ eh? , no fuera que alguien se molestara. Estos dejaban que sus plegarias se elevaran como un susurro inaprehensible, se posaran en las cornucopias barrocas de los espejos  de sus estancias y, finalmente,  se desvanecieran como el vuelo de una mosca muerta.

Pero ella era distinta. Porque ella, al contrario de otras personas, tenía ideas. Y además, y al contrario de otras personas,  creía en sus ideas. Firmemente  creía.

Tomó la palabra y trazó con contundencia su discurso:

 

– “ … Porque usted debería saber que se ayuda a la que entra y se ayuda a la que sale…porque libertad es decidir, pudiendo elegir…”

Se iba viniendo arriba, porque todo lo que decía le salía del corazón, sin doblez, con contundencia. El discurso le fluía natural, auténtico, sin preocuparse de pulir las expresiones de modo que quedaran   tan refinadas , tan evanescentes, tan ambiguas, que no dijeran realmente nada.

Y esa era su verdad . Su gran verdad:

– “ ..hay que dar apoyo a esas mujeres…que ustedes llamen progreso a aniquilar la vida de un inocente es tristísimo….”

 

Ea, pues ya había formado el taco. Porque, una vez más, había dicho las cosas, con naturalidad, pero sin medias tintas, y sin miedo ni a nada ni a nadie.

Y remató la faena, sorprendiendo al personal :

– “…Es más, yo voy a acabar mi intervención rezando un avemaría….”

Y rezó para que Dios ayudara a las mujeres que tenían en mente abortar. Vaya  golpe simbólico. Y en el mismísimo…Pleno del Ayuntamiento.

 

VI.- La oración surgió contundente, como una pedrada en las conciencias. Y voló por las ondas, por las redes, como una flecha ardiente.

 

El Prelado de la lejana diócesis, la escuchó. Las redes sociales hacen milagros. Y un apretón de calor le subió al rostro.

Pensó:

– Tal vez, quién sabe, hayamos sido algo melifluos en este tema.

Inmediatamente quiso justificarse :

– Bueno, algunas veces, solo algunas veces…

Llamó al Padre Santiago:

– Padre, ¿ sigue pensando que el futuro es negro y que es imposible cambiar a la sociedad ?

El cura, que trasteaba en youtube oyendo el avemaría de la concejala, dijo:

– Tal vez ahora lo vea verde, Monseñor.

– ¿ Verde esperanza ?

– Déjemelos en verde, a secas…

 

En su despacho situado en la última planta de la sede central  de la compañía, el empresario escuchó el avemaría de la concejala. Pensó:

– Tal vez, quién sabe, el gran principio de mi vida haya sido no tener principios.

Inmediatamente quiso justificarse:

– Bueno, algunas veces, solo algunas veces…

 Pero, por sus venas corría sangre de su abuelo paterno. Aquel pastor iletrado que conocía  la fácil diferencia entre lo que está bien y lo que está mal.

 Reflexionó un rato. Descolgó el teléfono y llamó a su secretaria:

– Rosa, convoque un consejo de administración para el lunes. Tema: revisión de la procedencia de los contratos de las clínicas…

 

EL  JUNTALETRAS

 VII.- El juntaletras reflexionaba:

– ¿ Sobre qué escribo esta semana ?

Con muchos relatos a sus espaldas, cada día le  era más difícil encontrar un tema que conmoviera conciencias, impactara a sus lectores, y sirviera, aunque fuera una  “ miajilla “, para mejorar a todos: a sus lectores y a sí mismo.

El pobre juntaletras era medio tonto porque pensaba que lo que él escribiera tendría alguna importancia. En sus cortísimas luces, no se daba cuenta de que él era un escritor poco relevante, intrascendente. Pero, aún así, no quería hacer el ridículo mandando al periódico un cuentecillo neutro, sin fuerza, sin pegada, sin “ na”.

Le daba vueltas a la chorla: hay que escribir una historia sobre alguien que con su valentía remueva conciencias. Que nos haga a todos sacudirnos los miedos, las perezas, la indolencia…Proclamar lo que creemos, sin miedo ni a nada ni a nadie. Un cuentecillo sobre alguien que nos sirva de ejemplo.

No daba con la clave. Entonces, el teléfono reportó la llegada de un wasapp:

– Chin , chin.

 Era el mensaje de un amigo. Y un video.

Decía :

– No dejes de ver este video de Paula.

El juntaletras  tenía menos luces que un isocarro. Así que preguntó :

– ¿ Qué Paula ?

La respuesta fue inmediata :

– ¿ Qué Paula va a ser, zarramplin ? Pues Paula, la valiente.

 

El juntaletras visionó conmovido el video. Ni de lejos, podía imaginar que hubiera hechos muy pequeños, que fueran muy grandes. Palabras que despertaran conciencias. Acontecimientos que nos hacen a todos mejores. Estaba seguro que no había mayor revulsivo que una mujer. Una mujer valiente.

Así que, conmovido, iluminado, se puso delante del ordenador.

Era domingo de otoño. Octubre había principado con un cielo  cárdeno. El sol, emboscado tras las nubes, parecía amedrentado. Y parecía no lucir. Pero, aunque oculto, sí brillaba. Y pronto, muy pronto, diluiría las oscuridades e iluminaria con su fuerza los campos y, a poco que llovieran algunas gotillas más,  en las lomas, las cañadas, y los laderones, apuntaría, fresco y vital, el verdor de la hierba verde.

El juntaletras empezó a teclear. Aun no tenía trenzada la historia, pero el título del cuentecillo lo tenía claro:  Paula, la valiente.

Y lleno de emoción siguió tecleando.

Por su ventana entraban los lamparazos, aun tímidos,  del sol y en los campos cercanos apuntaba  la hierba verde, prometedora, esperanzada… Siguió tecleando. Y el mundo le pareció mejor, a lo mejor sólo un poco mejor, pero lo suficiente…Gracias a Paula: Paula, la valiente.