I.- Íbamos culebreando con la camioneta sierra arriba, cautelosos, con la velocidad muy retranqueada, no fuera que cualquier curva de las que caen en umbría estuviere helada y patináramos y fuéramos directos al barranco.
Juan se fijaba en las ramas de los árboles, a ver si las agitaba el viento porque el viento, es sabido, es el peor enemigo de la caza. Al cabo dijo con satisfacción:
– No se mueve el aire, el día viene quedo….
Y bostezó profundamente. A Juan le costaba mucho madrugar.
Por encima de los cerros más lejanos del horizonte relumbraba ya la fuerza del sol: estaba amaneciendo y una cierva y su chota belloteaban en unos llanos desabrigados de monte.
Pasamos por la venta de La Loba . En tiempos la regentaba una señora muy vieja a la que llamaban la Loba y había sido parada obligada de cazadores, arrieros y perreros: para tomarse un café y un aguardiente y fumar. Entonces había más libertad y fumar no estaba tan criminalizado como ahora. La Loba era muy de izquierdas pero el régimen de Franco la dejó vivir en paz y por eso ella, cuando llegaron el rey Juan Carlos y la democracia, tampoco notó mucho cambio:
– A mí, decía, que me dejen trabajar y no me pongan cortapisas.
A la Loba lo que más le importaba era ser libre . Decía:
– Yo no soy ni de derechas ni de izquierdas. Yo soy del que me deje ser libre…
Ahora la casa estaba semiderruida y algún imbécil había pintado grafitis en sus paredes y había dado un aire urbano y confuso al charnaque. Del sombrajo del porche colgaban las ramas muertas de la parra, como greñas desordenadas y sucias. Todo era triste.
– Cuantísimas copas de aguardiente me he apretado en el bar de La Loba, dijo nostálgico Juan.
Calló un ratillo y luego tomó de nuevo la palabra, mientras señalaba con el índice las sierras que íbamos atravesando:
– Todo esto lo tengo yo monteado. Hace ocho o diez años, me tocó por esos colladitos de ahí; pues aquel día no vimos ni un rabo. Así que, a las tres, cuando sonaron las caracolas, empezamos a recoger los achiperres y mandé a Carlos a que fuera a por el coche, que lo habíamos dejado asogatado en una hondonada….
Carlos intervino:
– Me acuerdo, me acuerdo….
Juan continuó :
– Pues cuando traspuso Carlos y me quedé sólo entró en el campo como una placidez muy rara. Solo se oía el silencio…El sol estaba alto y me daba de espaldas y me templaba el espinazo. Estuve meditabundo unos minutos: pensaba sobre lo que es la felicidad y si los hombres , y yo en particular, había marrado el camino con tanto trabajo, tanta exigencia y tanto estrés…..Pensaba en qué hermoso sería volver a modo de vida más natural, más rural, más humano…Y, de pronto, sentí un charabasqueo y pensé: coño, a que me rompe un cochino…..pues lo que se presentó fue una loba, una gigantesca loba blanca…. Yo la miré directamente a los ojos. Ella hizo lo mismo conmigo: me miró a los ojos. Tenía una fiereza tan salvaje que me quedé paralizado. Y con la misma calma con que había aparecido cruzó un claro y se metió en el monte de nuevo….. Y entonces el campo recuperó el sonido : las caracolas, ruidos de coches que carrileaban, de caballerías tronchando monte….algún “ chin chin “ de un zorzal asustado…
Juan suspiró :
– A la vuelta, cuando paramos en la venta de la Loba a echar un cafelillo, la tenían a la pobre mujer en su cajita de pino…¡¡¡ Se había muerto a las tres de la tarde ¡¡¡ No estaba mala pero, según nos dijeron, de repente le dio un aire y se quedó tiesa…. Yo creo que su espíritu se había vuelto al monte, para ser feliz, y se tropezó conmigo: y esa era la loba blanca que vi. Digo yo….
II.- Llegamos con tiempo a la junta. Todavía no habían empezado a trajinar las migas y el café, así que, como hacía frío, nos arrimamos a la lumbre para caldearnos.
– Buenos días, señores.
– Buenos días.
Juan, volvió a su cantinela de siempre:
– No se mueve el aire, el día viene quedo….
El personal asintió.
Un grupillo de ganaderos se quejaba del gobierno:
– Este Garzón es imbécil. Es increíble que quien más daño nos haga sea nuestro ministro… Que en Europa no van a reparar si la carne mala es del pequeño ganadero o de una macrogranja…
Había un vejete acartonado. Sus ojillos chispeaban más que la candela. Un cigarro a medio fumar le colgaba del labio.
– Ochenta y dos años cumplidos…Y si me dicen que los pobres nos íbamos a tener que defender de un gobierno de izquierdas, no me lo creo.
Estaban también Periquillo y Manolín, que tenían a medias una faneguillas de naranjos en la vega. Para ayudarse con la venta de la fruta y pasar menos fatiguitas a fin de mes :
– Dicen que nos han invadido con naranjas de Sudáfrica o de dónde sea, así que las nuestras no se venden y se van a quedar en el árbol. Vamos a la ruina más absoluta.
Y el vejete :
– Ochenta y dos años cumplidos…Y si me dicen que los pobres nos íbamos a tener que defender de un gobierno de izquierdas, no me lo creo.
La conversación, a la par que la candela, se iba empendolando :
– Ahora nos van a prohibir criar perros en casa.
Era Tejoneras, el rehalero. Lo decía con pena, como si un poder oscuro quisiera gobernar su vida y sus aficiones y su libertad y joderlo bien jodido. Continuó :
– Pues más ganadería, más campo, mas defensa del mundo rural. ..pero de verdad.
El vejete se metió un viaje de aguardiente y siguió a lo suyo:
– Ochenta y dos años cumplidos…Y si me dicen que los pobres nos íbamos a tener que defender de un gobierno de izquierdas, no me lo creo.
III.- Al rato alguien voceó que ya estaban las migas, así que cogimos un plato y nos pusimos en cola para que nos sirvieran. El sol ya estaba más alto y, como el día estaba quedo de vientos, la temperatura había templado y se estaba tan rebién.
Había una multitud bullendo y todos estaban contentos. Cada cual hacía discurrir su optimismo de un modo personal.
Algunos resaltando la glotonería :
– Echa otro cucharón de migas, zascandil, que eres más encogido que las mangas de un chaleco.
Y el camarero :
– Ahí llevas otro bien colmado, a ver si revientas.
Y ambos reían.
Otros enfatizando la esperanza:
– Me viene la comezón de que hoy vamos a pegar tiros hasta tiznarnos.
Y el compañero:
– Eso mismo creo yo….
Pensé que no son necesarias tantas cosas para ser feliz. Patria, familia, buenos amigos y un gobierno decente. Bastaría, tal vez, con que el gobierno diera trabajo y libertad. Que no dilapidara. Ayuda a las zonas rurales y, sobre todo, evitar esa agenda 20 – 30 que nos quiere a hacer a todos iguales, iguales sin gracia, sin libertad y sin principios.
Aquel día, en el puesto, cada vez que campanilleaba un podenco blanco entre las jaras, me acordaba de la Loba, cuando decía :
– Yo no soy ni de derechas ni de izquierdas. Yo soy del que me deje ser libre…
Y estuve seguro que hoy, aquella vieja izquierdista, vagaría con forma de loba blanca por la sierra y tendría los ojos verdes, verde esperanza y que, sobre todo, se rebelaría contra aquellos que quieren robarnos la identidad y que sacaría los colmillos y gruñiría, sin miedo ni a nada ni a nadie, con un gruñido ancestral, tremendo y definitivo.