De flores y pájaros


Y abría las jaulas y soltaba a los pájaros que salían como flechas cantarinas

 

MUCHOS AÑOS ATRÁS….

 

I.- Muchos años atrás, cuando Dios aun andaba por el mundo, los vecinos del barrio organizaban los domingos un mercadillo en los llanos que lindaban con el cementerio. Era un mercadillo modesto, con tenderetes o mesas cobijadas  a la sombra de los árboles, donde se  exponían  quincallas, cachivaches  y purrelas,  que sus dueños vendían o  trocaban por otras.

 

La cosa fue cogiendo aire y, al poco, el mercadillo de los domingos tomó vigor y  se fue cuajando de chamarileros,  catacaldos, recoveros, anticuarios, coleccionistas, ropavejeros o artistas bohemios y fracasados. Estos últimos ofrecían, con toda dignidad y grandeza,  sus obras por precios tan módicos, que causaban rubor.

 

Por allí aportaba Chonete, que era pintor , y en cuyas obra mezclaba trazos virtuosos y figuras refinadas con grotescos chafarrinones  de apelmazados colores. Chonete se creía un genio y, posiblemente, lo fuera, pero apenas vendía cuadros y, para ganarse la vida, ( ¡ qué ironía ! ) ejercía de pintor de brocha gorda y se pasaba la semana enjalbegando fachadas o repintado habitaciones de pisos. Y eso, hasta que llegaba el domingo: que entonces montaba  su estudio al aire libre , su caballete, sus pinceles y colores, y exhibía sus cuadros.

Y pontificaba:

  • Soy un genio, como Van Gogh. Cuando muera, mi obra será carísima. Daos prisa en comprar, porque me queda poco: este año pienso colgarme de una soga por el pescuezo. Y si no este, el que viene.

La gente se sonreía, y pasaba de largo, y Chonete seguía declamando su discursillo  de siempre y, si algún niño se acercaba y se quedaba mirando sus cuadros, Chonete le sonreía y le regalaba un boceto, o un dibujo o un chafarrinón de esos con que ensuciaba las hojas de papel basto donde hacía sus ensayos o sus mezclas.

 

También iban por ahí Luis, el pajarero, que exhibía las avecillas  que capturaba durante la semana : verderones,  lúganos, o jilgueros…Luis vivía solo en el asilo cercano y era un sentimental y, para mí, tal vez estuviera un poco averiado de la cabeza porque, al final de la mañana, empezaba a vocear :

 

  • ¡ Libertad, libertad, libertad…..!

Y abría las jaulas y soltaba a los pájaros que salían como flechas cantarinas y se posaban en la cumbres de los árboles del parque y, desde ahí, chisporroteaban sus trinos mientras el viejo Luis clamaba :

  • ¡ Libertad, libertad, libertad…!

Luego, durante la semana, el viejo Luis volvía a colocar sus redes en los aguaderos o liria en los árboles, y capturaba a  los pajarillos : verderones,  luganos, o jilgueros para después, el domingo, mostrarlos en el mercadillo …Al final de la mañana el viejo Luis, como los cangilones de noria que siempre vuelven a su inicio,  empezaba a vocear :

  • ¡ Libertad, libertad, libertad…..!

Y abría las jaulas y soltaba a los pájaros que salían como flechas cantarinas y se posaban en la cumbres de los árboles del parque y, desde ahí, chisporroteaban sus trinos mientras el viejo Luis seguía clamando:

  • ¡ Libertad, libertad, libertad….!

El viejo Luis montaba su tenderete cerca de la señora Matilde, que era también vieja, aunque menos que Luis, y que vendía flores, sobre todo rosas y claveles y nardos y que, como era muy habilidosa, hacía también ramitos de flores aromáticas, que ella misma cogía de la sierra.

 

El viejo Luis y la vieja Matilde apenas se hablaban pero, algunas veces, había entre ellos detalles, insignificantes detalles delicados, de un cariño puro . Cuando Matilde desmontaba su tendal, Luis la ayudaba a apilar sus achiperres y la acompañaba con la carga a su casa; y ella,  en agradecimiento, le regalaba, romántica y melancólica, un clavel rojo. Y sonreía.

 

 

II.- En los mentideros del mercadillo se aseguraba que el viejo Luis y la vieja Matilde habían sido novios de jóvenes pero que las circunstancias  los separaron y que cada uno siguió su vereda en la vida : el viejo Luis se fue a vivir al extranjero a buscar un futuro mejor ; pero , aunque tenía idea de tornar pronto, se aquerenció allí muchos años: se casó, tuvo hijos…Ahora, de viejo, viudo y un poco desatendido por sus hijos, había vuelto a su ciudad, a su barrio y vivía en un asilo dedicado a rebinar recuerdos y capturar pájaros para luego soltarlos.

 

La vieja Matilde se quedó moza y se ganó la vida con una modesta floristería e hizo sus dinerillos: tenía una casa en el barrio, una pensión decente, y muchas flores…. Vivía con una sobrina soltera que era muy buena:  la atendía con cariño y la tenia siempre curiosa y relimpia, bien comida y cuidada.

 

Maricuca, la churrera, sabía todas las historias del barrio , pero sobre todo le gustaba apuntar y no disparar:

  • Si yo os contara la historia de Luis y Matilde….

Y se quedaba tan gozosa viendo el rebrillar de los ojos curiosos de las comadres y, con aparente indiferencia,  volvía a su labores: llenar la churrera de masa y luego verterla haciendo círculos en el aceite caliente.

Así que, aunque se sabía que algo había habido entre ambos, muchos decían que no había sido más que una noviazguillo adolescente y pasajero y que eran las malas lenguas, interesadas e imaginativas, las que daban pábulo a una historia que nunca habían existido.

 

HACE UNOS DÍAS….

 

III.- Después  de muchos años, he vuelto al mercadillo que se monta junto al cementerio. La cosa no es , ni con mucho, como yo la recordaba. Aquellos modestos tenderetes son ahora habitáculos de madera, como pequeños barracones, perfectamente montados, con mostradores donde se exponen  ordenadamente las mercancías. Hay de todo: bisutería, piezas de adorno, ropa, gafas de sol…. Más que un mercadillo, es un pequeño centro comercial. Solo mantiene un aire antiguo de mercadillo auténtico el puesto de los libros: ahí sí hay extraños ejemplares descatalogados, obras auto editadas por autores desconocidos, libros ignorados, encuadernaciones de revistas centenarias….El librero es un romántico a la búsqueda  de tesoros increíbles.

Me explica :

  • Cada vez que se vende una casa antigua me avisan y yo me quedo con todo el papel que hay: libros, revistas, periódicos…muchos tienen valor incalculable para los que amamos estas cosas. Los selecciono y luego los vendo. He encontrado verdaderas joyas bibliográficas a punto de ir al basurero y perderse  para siempre…

Me quedo zascandileando entre los libros: me entretengo con  un ejemplar de El Camino, dedicado por el propio Delibes, con un ABC del día que eligieron a Pio X….Luego mis ojos se detienen en un libro titulado De flores y pájaros. Es un libro de poemas

 

El librero interviene:

 

  • Este lo compré cuando vendieron una casa vieja del barrio. La iban a tirar para hacer un edificio y el constructor me vendió todo el ajuar que había dentro por cuatro perras.

 

Me ha llamado la atención el título:  De flores y pájaros. Sobre todo porque es  un libro de poemas y, para mí, las flores y los pájaros, son la poesía de Dios. Lo abro por ello con cierta curiosidad. Pero, súbitamente, la curiosidad se torna en emoción: el libro tiene una dedicatoria del propio autor :

 

“ A Matilde: la vida nos separó,  pero la vejez nos ha vuelto a unir.

Espero que también lo haga la muerte .

Libertad, libertad, libertad…

Luis  “

 

Arrebatado ojeo el libro y leo algún poema :

 

“ Te espero en el silencio de la tarde

A  la sombra quebrada de los vientos.

Cerca del  lugar donde arden los campos

Sin que importen  distancia o cercanía “

 

 Continúo encelado con la lectura cuando mis dedos captan una rugosidad entre las páginas. Es una flor desecada e incolora,  un clavel que en tiempos debió ser rojo, y que hoy es, simplemente, un recuerdo rodeado de poemas. Levanto la vista. Los cipreses del cementerio elevan su figura por encima de las tapias blancas y soleadas. Pago el libro: tres euros es el precio del sentimiento más puro.

 Una fuerza irresistible me lleva al Camposanto. Mi deseo es tan emotivo como pueril:  encontrar juntas las tumbas de Luis y de Matilde, rodeadas de flores,  a la sombra de árboles donde trinen chamarices, lúganos y jilgueros.

 

Y con esa esperanza presta a fracasar avanzo, pim, pam, pam, pam,  por el  terroso caminillo  que muere en el cementerio, porque creo, porque confío, en que, tal vez, la poesía humana sea la fuerza que todo lo mueve, la que nos lleve de la nada al infinito, la que nos haga trasponer las miserias y  la que nos aboque, finalmente, a la poesía de Dios.