I.- Hacía tiempo que necesitaba algo más. Le aburrían las rutinas y los lugares comunes. Oír siempre las mismas palabras. Escuchar idénticas promesas. Y esperar siempre lo mismo, o sea, la nada.
Se paró a pensar y una palabra le vino a los labios: tedio.
Estaba, ciertamente, cansado, de ese eterno retorno de falsedades, de resignarse a que la vida, su vida, la vida de todos, transcurriese por cauces inevitables y prosaicos. Cada vez más decadentes, cada vez más impostados.
Tedio.
Pero pensó en ella y se reconfortó y su ánimo y su ilusión rejuvenecieron.
Ella, ella era distinta….: su inteligencia, su fe, su ilusión. Ella podría cambiarlo todo.
II.- No dijo nada en casa: ni a su mujer, ni a sus hijos…a nadie. Buscó una justificación: aquel viernes, después de despachar los últimos asuntos en la oficina, saldría de viaje. Que tenía una reunión. Una reunión importante. Y que volvería de noche. O de madrugada. Que no lo sabía.
– No me llaméis al móvil, la reunión es importante, y no estaré operativo.
Y no se sintió mal con su mentira porque él necesitaba creer en algo, correr riesgos, soñar…Romper con el pasado.
Ella, ella era distinta…. : su inteligencia, su fe, su ilusión. Ella podría cambiarlo todo.
III.- Hay veces que la soledad es buena: te permite reflexionar y esclarecer dudas. Y, lo que es más importante, cambiar de rumbo. Y enfrentarte a lo que se supone que no se puede cambiar. Y cambiarlo.
Llevaba un tiempo en que no se permitía soñar. Todo en sus decisiones era estudiado, calibrado y ejecutado con precisión. Y ello podía ser útil y producir éxitos materiales. Pero mientras, todo trascurría prosaico y ramplón, y el mundo seguía caminado hacia la desilusión, la resignación y el fiasco…
Tedio.
Recordó la sentencia de un amigo queridísimo:
– El mundo es de los poetas y de los soñadores.
E inmediatamente recobró la ilusión. Una ilusión que le prendía los adentros y le quemaba como una candela despendolada. Y también pensó en ella.
Ella, ella era distinta…. : su inteligencia, su fe, su ilusión. Ella podría cambiarlo todo.
IV.- Paseó solo por Málaga. Ella aun no había llegado al punto de encuentro. Pero él sentía ya su presencia: la luz de sus ojos, la fuerza de sus palabras, la contundencia de sus gestos, la solidez de sus convicciones. Cerca del puerto, el mar se agitaba y en la brisa se balanceaban gaviotas y las gentes con las que se cruzaban lo miraban y él adivinaba en esos rostros anónimos una sonrisa desconocida, como si en todos ellos hubiera también prendido la pasión por soñar y cambiar el mundo.
Se hundió en la multitud. Y entonces, la descubrió. A lo lejos, elevada entre las gentes: su melena oscura, sus ojos brillantes. Su figura feble, femenina. Su fuerza de ciclón. Hablaba con dulzura, con una dulzura autentica, no impostada. Una dulzura sólida. Y esperanzada. No había en ella doblez alguna:
– Sabemos las necesidades de los andaluces…No nos perdemos en debates estériles ….Tenemos muy claro que con nuestra espíritu de lucha y sacrificio y nuestra moral de victoria algo extraordinario va a pasar …Lo sentís vosotros…Lo sabemos nosotros….Por eso nuestros adversarios tienen tanto miedo.
Siguió escuchándola. Se preguntó:
– ¿ Quien puede no estar de acuerdo con esta mujer ?
Ella, ella era distinta…. : su inteligencia, su fe, su ilusión. Ella podría cambiarlo todo.
Y entonces supo que todo podía cambiar, que todo iba a cambiar, a mejor, porque el futuro era de los poetas, de los soñadores…y de los valientes.
Un grupo de jóvenes pasó cerca de él.
Ellos eran, en sí mismos, el futuro. Pero a la vez, eran el futuro por el que los más mayores debían luchar.
Uno de los jóvenes lo miró y le gritó:
– ¡¡ Macarenazo, ya !!
Y entonces él supo que el mundo estaba cambiando. Y que valía la pena luchar: por sí mismo, por su mujer, por sus hijos, por los que habían de venir después… Y musitó, casi con timidez, como el que se habla a sí mismo:
– Macarenazo, ya.
Atardecía en Málaga pero, a la vez, amanecía en Andalucía….