Los suicidas no votan


Allí se hablaba de todo, pero especialmente de caza y campo.

I.- Mientras Don Lorenzo, el administrador,  le hablaba y le daba sus indicaciones, Dimitri se miraba a los pies y reparaba en las mataduras que, como bubas incipientes, moteaban la piel de sus  botas. Dimitri meaba de ordinario en el suelo y, por eso, las salpicaduras del orín hisopeaban  el calzado y lo iban corrompiendo. Se conoce que las aguas de Dimitri eran líquido  muy corrosivo.

Don Lorenzo, el administrador,  no se fiaba mucho de Dimitri, porque era rumano, y siempre estaba recordándole lo evidente:

  • Revisa bien las cercas, que no tengan roturas y se escapen las reses ¿ Te has enterado bien, Dimitri ?

Dimitri asintió.

  • Cuidado con el carril de arriba, que ha habido años que han entrado los furtivos por ahí y nos han birlado algún venado.

Dimitri asintió.

  • Y afórame la mancha, que Don Fermín quiere saber cuántas reses hay, poco más o menos.

Dimitri asintió.

  • Bueno, pues vamos a lo que vamos, concluyó Don Lorenzo.

Los dos se subieron en el todoterreno e indilgaron para el pueblo a pedir los permisos para dar la montería. Lo hacían con mucha antelación pero no era novedad : ellos siempre habían sido previsores.

 

  • Luego hemos quedado con el jefe en el Casino, señaló Don Lorenzo. Está muy inquieto con la montería, que dice que trae invitados importantes y que se tiene que dar bien.

 

La radio del coche  informaba  sobre ayudas que el gobierno daba a instituciones feministas y que estaba suponiendo, según algunos periodistas, que muchas organizaciones se lucraran exageradamente de modo fraudulento.

Dimitri dijo :

  • Más valía que se preocuparan de los enfermos….mayormente de los enfermos mentales. Para estas personas no hay tantas ayudas y muchos acaban suicidándose.

Don Lorenzo, el administrador, dijo:

  • Es que los suicidas no votan….

Y rió escandalosamente.

Dimitri calló. Su ojos se concentraron de nuevo en sus botas; eran las misma en invierno y en verano, porque él no trocaba nunca el calzado. Cuando las reventaba se compraba otras y en paz.  Ahora reparaba en las mataduras que, como bubas incipientes, las moteaban . Dimitri meaba de ordinario en el suelo y, por eso, las salpicaduras del orín hisopeaban en el calzado y lo iban corrompiendo. Se conoce  que las aguas de Dimitri  eran líquido  muy corrosivo.

 II.- Después del papeleo se arrimaron al casino, como estaba previsto. Allí estaba Don Fermín, el dueño de la finca, con sus amigotes. Cerveceando. El grupo se rebulló alrededor de la mesa e hizo un par de huecos  y Don Lorenzo y Dimitri se acomodaron en ellos  como pudieron.

Hablaban de cualquier cosa. A voces, eso sí. Y bebían. Cerveza todos, menos Dimitri.

  • ¿ Qué va a tomar el guarda ? había preguntado el camarero.
  • Agua con gas, había respondido Dimitri.

Todos rieron.

Los amigotes embromaban a Don Fermín:

  • Habrase visto: un guarda mayor bebiendo aguas con gas…¡ Qué poco podemos esperar de tu montería, Fermín ¡

Don Fermín  se defendía:

  • Si bebiera diríais que es un borracho  y que no cuida la mancha….

 

Allí se hablaba de todo, pero especialmente de caza y campo. Don Eulogio señalaba que se estaban dando muchas ayudas para la protección del lince, porque era especie en peligro de extinción, y que había muchas organizaciones que se estaban lucrando con esas dádivas y que había quien decía que había mucho fraude en ellas.

Dimitri, tímidamente y a media voz, matizó:

  • Más valía que se preocuparan de los enfermos….especialmente de los enfermos mentales. Para estas personas no hay tantas ayudas y muchos acaban suicidándose.

Don Lorenzo, el administrador, dijo:

  • Es que los suicidas no votan….

Y rió escandalosamente. Y todos  cogieron la guía de Don Lorenzo  y rieron también. Escandalosamente.

Don Fermín voceó :

  • ¡ Otra ronda !

Dimitri, más bien ausente, siguió fijo en sus botas y  en las mataduras que como bubas incipientes le moteaban la piel . Dimitri  meaba de ordinario en el suelo y, por eso, las salpicaduras del orín hisopeaban en el calzado y lo iban corrompiendo. Se conoce que lo que Dimitri desaguaba era muy corrosivo.

III.-  Don Fermin y Don Lorenzo comparecieron ante el inspector jefe  de policía que estaba adscrito al grupo de desaparecidos. Este tomaba notas  de lo que decían:

  • Pues nada, que llegamos hace unos días y notamos la finca muy tranquila. Pero oímos balar a las ovejas con mucho deseo. Y ahí estaban, sin comida y sin bebida, encerradas en los establos.

Ahora intervino Don Lorenzo:

  • Llamé a voces a Dimitri, pero nada. Revisamos la casa, los establos, el granero…nada. Hicimos la denuncia y vino la policía judicial y revisaron ellos también. Hicieron batidas por la finca, por las charcas, revisaron el pozo y nada….

Al día siguiente, el Inspector jefe de la policía mandó otras patrullas que inspeccionaran de nuevo  la finca , mandó empapelar los pueblos cercanos con la foto de Dimitri y cursó petición a Madrid para que, a su vez, pidiera información a Rumanía, a ver si Dimitri se había largado a su país sin decir nada.

Pero como todo fue infructuoso, y tampoco Dimitri importaba demasiado, esa era la pura verdad, la cosa se fue olvidando. Y, entre estas, Don Fermín contrató un nuevo guarda, Alvarito,  que era más joven que Dimitri, y hablaba mucho, y sonreía, y bebía cerveza, y estaba muy despierto siempre, y no se miraba las botas,  y se preocupaba de la mancha, y de las cuatro ovejillas de la finca, y de  arreglar las cercas y de que los furtivos no le florearan las reses….

IV.- Aquel año, con la desaparición de Dimitri y otros desaguisados que vinieron no se dio la montería pero al año siguiente, el primer día de la temporada, se organizó la batida.

Allí estaba Alvarito, manejando perreros y guías, y postores, y arrieros…Y los monteros nerviosillos, porque se barruntaba un monterión.

Alvarito, aunque tenía poca edad, tenía una autoridad serena, y hasta los más viejos y experimentados maestros de sierra le preguntaban y él, con mucha autoridad, resolvía, siempre con buen sentido:

  • La mano del llano, que es más afable, que la lleve Juanele, que está ya viejo .

Don Lorenzo, como era el administrador, no entraba en sorteo. Tenía asignado un puesto en un puntalillo desde el que veía toda la montería y así estaba atento a cualquier incidencia. Y si entraba un venado o un cochino tampoco le hacía ascos,  que Don Lorenzo era amigo de la caza. Muy amigo.

 

  • No hay nada más emocionante que sentir un venado tronchando jaras, solía decir.

Allí, en la soledad de la sierra, antes de la suelta, Don Lorenzo se concentraba en las figuras del monte, en el movimiento de las jaras, en las sombras de las chaparras, en el vuelo de las mirlas… Cualquier anomalía en el paisaje, cualquier incidencia imprevista,  podría indicar la presencia de un venado o el zorreo entaramado de un cochino. En esto reparó en un bamboleo en el comedio de unas encinas lejanas. Como una confusa silueta que calamocheaba. Pensó que sería un venado moviendo la cuerna. Pero , de todos modos, el ritmo del movimiento le pareció demasiado artificial, como más acompasado a la cadencia del  viento que propio de un ser vivo.

Como estaba  lejano y la vista no la tenía ya  muy fina se echó el rifle a la cara y metió la figura en el visor. Le puso todos los aumentos. Y, sin esperarlo, le sorprendió  en el canuto de la mira la imagen de unas botas, unas botas  con la piel llena de mataduras,  como bubas incipientes. Corrió la mano y subió la visión. Despacito,  con  miedo, pero con tino, fue recorriendo ropas descoloridas y astrosas  hasta llegar a ver un pescuezo amarrado a una soga y la soga al brazo de la encina y como remate  la cara momificada de  Dimitri, los pelos pajizos como un estropajo sucio vertidos en la frente y las cuencas de los ojos vacías por la rapiña de las urracas….

Entonces comprendió muchas cosas y musitó:

  • Es que los suicidas no votáis, Dimitri….

Pero esta vez no rió.

Y aunque jamás lo reconocería, una lágrima furtiva le rodó mejilla abajo.