Sin palabras


Eligieron una clínica privada. La cosa, así,  iba a ser  más rápida. Tal vez más aséptica, más discreta

 

I.-Un día de primavera…

 

 Lourdes  había oído a padre comentar con satisfacción:

– Mañana irán a por los corderos; los hemos vendido a buen precio….Era un dinero que no esperaba y me viene fenomenal para pagar el máster de la niña…

Lourdes apenas  pudo dormir aquella noche. Recordaba a los borreguillos blancos con sus madres trasegando  por los llanos verdes de la dehesa; los imaginaba retozando entre la margaritas blancas que la primavera, lluviosa y cálida, había hecho crecer en las zonas más húmedas de la finca; los evocaba mamando con glotonería de sus madres, dando suaves empellones a las ubres solícitas, a la sombra de las encinas coronadas de trigueros, bajo el cielo limpio de abril.

Apenas pudo dormir aquella noche, porque la tragedia era inminente: la muerte de animalillos inocentes, su incipiente lana blanca teñida de rojo y la frustración de la ovejas, desgarradas en su maternidad animal, tal vez instintiva, sí, pero plena y amable.

Se levantó consternada; el cansancio la hacía sentirse aun más deprimida. Ni la ducha cálida la solazó. Bajo el agua, pensaba que la vida de los animales debía protegerse, que el egoísmo del hombre no debía prevalecer, que todo este mundo era un universo mercantilista y cruel…

– ¡¡¡ Son seres sintientes !!!, gritó fuera de sí.

Y , a consecuencia del grito, en su boca, abierta de par en par, ancha como el brocal de un pozo, entró un buche de agua cálida de la ducha  que la atragantó y estuvo a punto de ahogarla.

Al poco la llamó Juancho.

– Te espero abajo.

Ella se puso su camiseta reivindicativa. El slogan estampillado era explicito: “ Nosotras parimos, nosotras decidimos “. Lo tenía claro. Y así se lo dijo a Juancho. A voz en grito :

– ¡¡¡ Ni un paso atrás. El aborto es un derecho. Nadie puede decidir sobre nuestro cuerpo….!!!

Juntos se fueron hacia la manifestación pro abortista. Paseaban decididos, retadores, como los soldados que avanzan hacia la batalla…. Juancho la miraba de soslayo, por no parecer descarado o demasiado evidente. Y, entonces,  las fantasías de golosas formas  intuidas se le desbarraban y le vapuleaban los adentros. Y lo encendían.

Ella hablaba de lo mal que había dormido. De su honda pena por los corderillos. Juancho estuvo a punto de preguntarle por qué le daban pena los corderos y no los niños que estaban en el vientre de su madre.

 

Pero se lo pensó mejor porque,  cuando la miraba de reojo , las formas intuidas de la mujer se transformaban en cálidas fantasias que  le vapuleaban los adentros :

 

– Si la cabreo, pensó, puedo decirle adiós al revolcón de esta noche.

Así que se calló. A Juancho le daban igual los corderillos y los fetos humanos. Lo que no le daba igual era lo que no le daba igual. Por ello, para congraciarse con ella,  gritó con fuerza:

– ¡Nosotras parimos, nosotras decidimos!

 

Le pareció ridículo porque él ni paría, ni, por ende, podía decidir nada. Pero bien estaba  lo que bien estaba….

 

II.- Unos meses más tarde…..

 

La alarma la encendieron un par de retrasos imprevistos. Luego, el test confirmó lo que se maliciaban.

 

Desde el principio, Lourdes tenía claro lo que hacer:

 

– Nosotras parimos, nosotras decidimos…

 

Eligieron una clínica privada. La cosa, así,  iba a ser  más rápida. Tal vez más aséptica, más discreta. Valía un dinerillo pero en cosas de salud no era prudente escatimar. Tendría una atención personalizada y  si todo iba bien en poco tiempo estaría en casa.

 

A la puerta de la clínica había un grupo de personas que rezaba. Lourdes las odió íntimamente. Se sentía coercida. Nunca le había gustado la gente con opiniones distintas.

Juancho, tan pragmático como siempre, susurró:

– Ni las mires…

 Lourdes, nerviosa por la inminente intervención,  se lamentó por su imprudencia pasada:

– Con lo fácil que hubiera sido tomar alguna medida preventiva…

Y miró a Juancho.

El desvió la mirada porque, en cierta medida, se sabía causante del desaguisado.

 

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Juancho la acompañó en la camilla hasta el ascensor. Le llevaba la mano cogida. Le parecía cursi pero, aun así, venció su pudor y la apretó. Por un momento, las miradas de Lourdes y Juancho se cruzaron: ambas miradas eran tristes, sombrías; tal vez expectantes, tal vez difusas…

 

Juancho, sin saber por qué,  pensó que la muerte no tiene luz. No sabía si venía o no a cuento, pero lo pensó.

Lourdes pensó que en la vida hay valientes y cobardes y que ella, en ese momento, no sabía dónde estaba, si en un lado o en otro.

Luego llegó al quirófano y, para Lourdes,  el tiempo pareció suspenderse. Fluía y no fluía: ambas cosas a  la vez. Como un arroyo que avanza por su cauce sin que seamos capaces de ver el movimiento del agua.

 

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Todo salió como estaba previsto. O mejor aún. Las molestias fueron muy escasas. El alta fue rápida.

 

 Juancho la levó a casa y le ayudó a subir el escaso equipaje. La esperaban felices : su madre le había preparado un caldito caliente y un poco de jamón. Su padre la abrazó con cuidado, con íntima delicadeza. Le susurró:

– Mañana irán a por los corderos; los hemos vendido a buen precio….Eran un dinero que no esperaba y me viene fenomenal para pagar tu operación…

Lourdes sonrió. Pero, más que sonrisa, su cara esbozó una mueca dolorida. Cerró los ojos . Sintió un suave mareo y se  tumbó. Y su mente se desordenó en imágenes sucesivas, como un aluvión de estampas de corderos blancos degollados y restos de feto en cubos de basura.

 

Y se quedó sin palabras. Porque ya no eran momentos  de arrepentimiento. Porque al tiempo, por más que duela el presente,  no puede dársele marcha atrás. Porque la vida, una vez destruida, no puede reiniciarse.

 

Pero, sobre todo, porque no podía comprender su propia actitud y sus propios sentimientos:  la pena desordenada por el destino de  unos corderillos  y su indiferencia absoluta  ante la muerte de un ser humano que, además, era su propio hijo. Eso la hacía sentirse tan contradictoria, tan inconsistente, tan frívola…

 

Y se quedó dolorida y sin palabras.

 

Sin palabras.