Hiperplasia benigna


De uno a otro se pasaron la cantimplora y, de pronto,  se formó  una tormenta de hipidos y gruñidos, ladridos y lamentos

caza
Cazador.

I.- Unos  linternazos  iluminaban  los crestones  del horizonte y  anticipaban la amanecida del sol. Luego, tímidamente, el astro asomaba los hocicos y, poco a poco,  se hacía de día. El ambiente estaba aún fresco y olía a campo recién lavado y en los cañaverales del río se sentía chisporrotear a  los pájaros en sus despertares.

Los cazadores comenzaron a trastear las junqueras que vertían al río, por ver si arrancaba algún conejillo. Los perros, todavía vigorosos, registraban las matas con denuedo pero, a pesar de su aplicación, no levantaron nada.

Uno de los hombres, Severiano,  dijo:

– Aquí hay poca “negocia “….

El más animoso del grupo era Facundo:

– Estarán aquerenciados en el río. Los adelfones son muy gustosos para el conejo…

La partida siguió cazurreando lentamente: Facundo registraba unos retamares bajos que crecían en la lomilla de las pizarras; Severiano  una manchas de aulagas muy apretadas; el más viejo se llamaba Mauricio; era un hombre culto y pausado  y tenía la próstata un poco averiada.

– Hiperplasia benigna, decía él con mucha parsimonia.

Mauricio se paró a orinar debajo de una encina y, cuando estaba con el instrumento entre las manos, le sorprendió una torcaz. Casi le quita el sombrero. Se revolvió como pudo y :

– ¡¡ Pom, pom !!

Resultado: dos cartuchos menos, pieza fallada y pantalón meado.

– ¡ Cagüendiez !

Siguieron cazando un buen rato. Sin resultado. Los perros,  sin coger rastros y aspeados por la dureza del suelo , se arremolinaban en torno a sus amos. El sol empezaba a caldear las molleras y las moscas y  los mosquitos, ya superado el frescor  primero de la primera mañana, se despabilaron  y se liaron a zumbar y a picar.

Echaron un parón para refrescar el gaznate. E hicieron un concilio:

– Mejor nos vamos, aquí no hay ni un rabo.

Hubo unanimidad.

 

De uno a otro se pasaron la cantimplora y, de pronto,  se formó  una tormenta de hipidos y gruñidos, ladridos y lamentos. Dos perros se peleaban: el Pele y el Canelo se tenían ganas desde antiguo y se habían liado. Facundo intervino y con dos patadas disolvió la reyerta.

Mauricio confirmó la decisión de sus compañeros:

– Sí, mejor nos vamos.

 

II.- Pararon en el bar del pueblo, a refrescarse y echar un cafelillo. En la terraza, cobijados bajo el emparrado, se estaba bien: sombreados y frescos.

Los hombres estaban felices. La caza había sido un desastre pero la caza es algo más, mucho más, que la caza en sí. El hombre es más humano cuando se encuentra cara a cara con la naturaleza. Ahí conoce su poquedad y la grandeza de la Creación.

– Hemos pasado un buen rato, dijo Facundo mientras sorbía el café y acariciaba la cabeza del Canelo.

Severiano pidió un barreño de agua y la echó en una oquedad del terreno. Para los perros. Los animales lengüetearon con glotonería. Estaban frititos.

Mauricio comentó, como quien no quiere la cosa,  que si se aprobaba no se qué ley de la ministra Belarra, que era una podemita muy chulita y pendenciera, tendrían que hacer un curso para poder tener perros en casa. Ellos, que andaban con perros desde niños….

Facundo se sonrió:

– ¡ Cómo le gusta al gobierno jodernos a los que somos gente sencilla, gente del pueblo…!

Su sonrisa tenía un algo de tristeza, un algo de resignación y un mucho de lamento.

Mauricio terminó de arreglar la cosa con nuevas informaciones:

– Tampoco podremos criar perros en casa, id haciéndoos el cuerpo….

Severiano miró con cierta nostalgia  a su podenca, la Mora, que estaba preñada. Severiano había rojeado de siempre, por eso a sus amigos les sorprendió cuando  dijo:

– Tal como van las cosas, “ me se hace “ que vamos a tener menos libertad que cuando Franco… Al menos, en tiempos del “ Patascortas “ uno vivía sus aficiones tranquilamente…

 Y, dicho esto, se le vino un apretón de sangre por la garganta. Y se irritó.  Y empezó a desbarrar. Y es que Severiano  era el más expeditivo de los amigos. También el  más lenguaraz. Severiano no se mordía la lengua y decía lo que tantos pensaban. Murmuró:

– ¡Ministra ignorante…maldita sea tu silueta! ¡ Qué sabrás tú de perros…!

 

Y luego, no satisfecho con su invectiva, gritó :-

– ¡ Pedro Sánchez, mamarracho, esclavo de los traidores !

Algunos de los parroquianos del bar eran socialistas de toda la vida. A lo mejor, tal como estaban las cosas, ya no lo eran. A la gente hay que presuponerles que discurren por sí mismos y que tienen capacidad para  cambiar… El cambio, la adaptación y la crítica  son inherentes a la inteligencia. Y a la propia dignidad. La estanqueidad, por el contrario, es propia de marmolillos.

 

Por eso, o tal vez porque se acobardaron, ninguno de los parroquianos  dijo nada. Y continuaron cafeteando en silencio. Uno, aunque hacía calor, pidió un licor :

 

– Ponme un sol y sombra.

 

Facundo seguía rascando el entrecejo del Canelo y el perro, agradecido, raboteaba  en el suelo un redoble que sonaba  rítmico y relajante. Entonces Facundo  recordó que  la llamada Ley de Bienestar Animal iba a imponer la castración de los perros. Así que se irritó mucho y graznó:

– ¡ Antes de capar a mi Canelo te capo yo a ti, Pedro Sánchez…!

Mauricio, que era muy discreto, se sintió acharado por las voces y le pareció que los parroquianos sociatas estaban incómodos con las invectivas que oían. Y que no querían responder. A lo mejor es que no podían.  Así que, por quitarse de en medio,   se levantó a orinar , cosa que nunca estaba de más, porque padecía de la próstata y a cada poco le venía la comezón. Él lo justificaba explicando su mal con palabras muy cultas:

– Hiperplasia benigna de próstata.

Pero al  levantarse de la silla se paró y miró a los ruedos del pueblo: unas parcelillas de tierra muy honda en la que, cuando caían cuatro gotas, crecía la hierba con vigor y pastaban las ovejas. Ahora estaba seca, como la yesca. Agotada. Triste.

 

Pensó que los pastos amarillos estaban muertos, como el gobierno. Eran dañinos, como el gobierno. Y eran traicioneros e insolidarios: como el gobierno

 

Y arrancó a caminar hasta llegar a un eucalipto cercano y, en su sombra, se bajó  la bragueta y con prosopopeya y compás alivió la comezón, mientras susurraba:

– Hiperplasia benigna, hiperplasia benigna….

A lo lejos, por la línea donde se comba el horizonte y se pierde la vista, avanzaba una barra de nubes berrendas en negro. Se barruntaba la lluvia.

– Pronto llegará el otoño y lloverá, pensó Mauricio. Y todo será verde.

Un trueno retumbó en la lejanía y Mauricio, sin saber por qué, pensó, que a veces, para que las cosas mejoren, hay que hacer ruido. Mucho ruido.  Como el trueno.

Y una amplia y esperanzada sonrisa iluminó su semblante.