Aunque los parcos de entendimiento, que además suelen ser recios militantes, gusten de las categorías cómodas y de las clasificaciones estancas, y midan a los humanos según las dicotomías de maligno-bondadoso, corrompido-altruista, populista-burgués, amigo-enemigo o espejismos así, la nube de autoengaño y santurronería en la que flotan no se compadece con la contingente realidad del mundo. De ahí que sea tan triste la situación política española, que podría modificarse, de raíz, a poco que un sector creciente del público renunciara a sus anteojeras, dejara de sentirse arrendatario de tantos prejuicios y contemplara el timo del que es objeto. Que no es otro que el de inducirle a disertar con esas consignas, y a “pensar” mediante esos clichés, que a diario le suministran quienes compiten por ser los que tripulen las vidas, pulsiones y haciendas del previsible hormiguero.
Que es perjudicial ser individualista, peroran. Que es preferible la protección antes que la libertad. Que los de arriba están ahí por algo y han de presumirse benefactores, máxime declarándose progresistas. Que los éxitos de fulano y mengano evidencian que aún falta igualdad y hay que quitarles todavía mayor cacho de lo que se han ganado con trabajo honrado, para contrarrestar. El 90% sería lo justo, dictamina Piketty. Ante el predicamento que tienen la sumisión y sus eufemismos, no es de extrañar que cuatro gatos se hagan los dueños del cotarro, mientras sus “expertos” se ponen las botas y las masas obedecen, reverentes, complacidas, cual corderitos de Laclau, sin coerción, felices de compartir trayecto al redil o al matadero, lo que manden, lanzando un bisbiseo de reproche sobre quien ose desentonar contradiciendo a los pastores.
Vástago de una familia de clase media, Félix Martí-Ibáñez nace en Cartagena, en 1911. Su padre es Félix Martí Alpera, un pedagogo de acuciosa vocación. El hijo es un portento de la inteligencia personal. Genética y azar. Cuando se doctora en Medicina en 1934, con una tesis sobre psicología y fisiología místicas de la India, está pisando fuerte. Posee carácter, arrestos y sana curiosidad. Vinculado a círculos anarquistas desde antes de 1936, investiga y publica sin descanso. Es una suerte de Wilhelm Reich español, muy interesado en el sexo y la redención de los sufrientes, un libertario de izquierda radical. Nada más estallar la Guerra Civil, y mucho antes de cumplir los treinta años, es designado para cargos políticos relevantes, sin dejar de ejercer como propagandista, reformador social, esmerado y prolífico escritor, así como científico serio. Figuras como Marañón o Laín Entralgo lo habían apreciado tempranamente y, pese a la contienda, le mantendrán inalterada su amistad toda la vida. Y acaba la guerra fratricida, sin que a Martí-Ibáñez parezca trastornarle.
Marcha a Nueva York y desestima todo contacto con el exilio republicano, con sus teóricos correligionarios. Sin melancolía apreciable. Se concentra en su carrera erudita y académica, y en poco tiempo está de catedrático de Historia de la Medicina en Nueva York. Esto son dotes, no menos sorprendentes que su virtuosismo lingüístico. Adquirir rara maestría en inglés en tan corto tiempo es inhabitual. No sabemos muy bien cómo fue su vida en esa etapa. Pero leyendo Las pagodas podemos intuir algo de su desenvolvimiento en el Manhattan de los años cuarenta. Los héroes del libro son un par de periodistas españoles, incorregibles pillos y juerguistas que trasiegan Tío Pepe y brandy Fundador, disfrutan de curdas, comilonas y trastadas memorables, cortejan a señoras de toda laya, se entregan al lujo y al placer cuanto alcanzan y resultan ser dos simpáticos vividores, tan bribones como bromistas. Si hay autobiografismo, no se sabe, pero cercanía a experiencias propias es indudable que la hay. La novela despliega una comicidad arrebatadora. Pese a su extensión, 540 páginas, es imposible soltarla, aunque se base más en una sucesión de episodios que en una trama estructurada. También está escrita con rutilante destreza. Se publica en tapa dura, en 1968, en la madrileña editorial Alfaguara. El dato desmiente la supuesta severidad del puritanismo franquista, dado que el volumen es un canto al hedonismo, al cosmopolitismo y a la españolidad sin trabas.
El comportamiento de los protagonistas nada tiene de pacato. Pero tampoco de “político” o “comprometido”. Es chocante que no encontremos ni media palabra sobre la Segunda Guerra Mundial o el Holocausto, que son coetáneos. El título, por cierto, es metafórico. Las “pagodas” representan esa encomiable posibilidad, abierta a todos, de vivir la existencia de manera estética. Decidiendo que cada acción que emprendemos, lugar al que vamos o ser humano con el que interactuamos es susceptible de poseer, por elección subjetiva de nuestra voluntad, algo maravilloso, deslumbrante y sensual. Tal capacidad de vislumbrar pagodas, visitarlas y hallar solaz en ellas supone una lección edificante. Por esos años publica el autor otros libros de creación, amén de relatos en las mejores revistas literarias de América. Se expresa indistintamente en inglés o en español. Destacaremos su autobiografía, Journey Around Myself. Impressions and Tales of Travels Around the World: Japan, Hong Kong, Macao, Bangkok, Angkor, Lebanon (Nueva York: Clarkson N. Potter, 1966). Aunque existe traducción española, conviene leerla en su versión original inglesa, a fin de quitarse el sombrero ante el talento creativo de Martí-Ibáñez en una lengua de adopción. Es inaudito que un español trasladado de adulto a los Estados Unidos pueda convertirse en un prosista tan límpido y elegante en la lengua de Henry James. La perspectiva del libro es sugestiva, porque su vuelta al mundo, una de las cuatro que realizó, es descrita tal aguda introspección fenomenológica, como algo que sucede en su cabeza y personalidad. Nos relata historias arrebatadoras, mostrando, por ejemplo, un verismo conmovedor respecto a la belleza del Japón y el delicado erotismo de sus féminas. Y nos encandila con su bonhomía, su agudeza, su afabilidad.
Los historiadores de la ciencia que han escrito sobre él en España, de tendencia comunista, han ponderado el izquierdismo de Martí-Ibáñez, su valía científica y el mérito de su labor al frente del consorcio editorial MD Publications, entre otras revistas médicas, que atribuyen a su peso como divulgador y a su iniciativa. Su público eran 150.000 doctores estadounidenses, que bebían de esa fuente. Lo que ignoran nuestros estudiosos es que nuestro hombre fue pieza fundamental en el imperio Sackler, que esas publicaciones fueron tapadera e instrumento teledirigido para fomentar la construcción y el desarrollo de dicha ingente fortuna familiar, levantada sobre la especulación y manipulación farmacéuticas a gran escala. Una trayectoria que arranca con los antibióticos, prosigue con el Valium y llega al OxyContin, que provocó cientos de miles de muertos y un notorio escándalo que eclosiona finalmente a comienzos de 2021. Ha cartografiado el periplo Patrick Radden Keefe en Empire of Pain. The Secret History of the Sackler Dynasty (Londres: Picador, 2021).
Los Sackler son una de las primeras fortunas mundiales, más poderosa que los Rockefeller. Su discreción y secretismo no han tenido parangón, así como sus aportaciones filantrópicas al coleccionismo de arte. Los Sackler han levantado salas en los más famosos museos y centros universitarios del planeta. Su negocio consistió en lanzar fármacos de venta masiva y convencer a la FDA de que los autorizase y a los médicos de que los recetasen. El responsable de Antibióticos de la Food and Drug Administration, Henry Welch, cayó tras un sonoro caso que le vinculaba a Pfizer. Félix Martí-Ibáñez ya había muerto, pero antes había colaborado con él codo con codo. Diríase que como su jefe interpuesto. La industria de marras genera colosales nichos de negocio y maneja todos los recursos políticos y administrativos para su expansión. No sorprende lo último de Pfizer, que ofrece proteger a toda la humanidad del Covid-19 a base de dos pastillas diarias. ¿Se tiene idea del volumen económico que esto implica para sus accionistas, llámense Gates o BlackRock? Si se dio con los opiáceos, que dejaron tal escenario de devastación, ¿cuántos podrían producirse ahora? Más que supervisar la FDA a Pfizer, da la impresión de que es al revés. Pues bien, todo esto sin Martí-Ibáñez no habría sido posible. Él es la inteligencia gris que, con su infinita capacidad de trabajo y su fuerza de persuasión, hace posible el gran negocio a costa del bienestar de la ciudadanía. Y ello sin dejar de ser un estupendo catedrático, conferenciante, dandi y viajero, que escribe en inglés y en español como los ángeles, visita España cuando se le antoja y es recibido por altos mandatarios y personajes ilustres. Una vida apasionante, hasta morir a la misma edad que John Gotti, 61 años.
¿Cómo pudieron ejércitos enteros de galenos yanquis hacerse cómplices en la diseminación de esos “medicamentos” dañinos? Por seguidismo irreflexivo, por sentimiento de grey, por los halagos y estímulos recibidos, por las acreditadas ventajas de nadar con la corriente. La clase médica no es diferente de la clase universitaria o de cualquier otro mandarinazgo ufano de su profesionalidad y galones. Pues los que conforman un cuerpo de servicialidad prestigiada se perciben como una casta sacerdotal, oficializada, que encarna las infalibilidades de la jerarquía. Por creer en la autoridad, anteponen la obediencia y las mieles de pertenecer a una capa bienquista a la mirada crítica. Les encanta compartir el aura gubernamental. Además, los científicos suelen salir con la excusa. “Bueno, el paradigma va cambiando, y lo que creíamos cierto ayer se ha demostrado falso. No es culpa nuestra. Es ciencia.” Con el agravante de que, aunque los peones del seguidismo actuaran con irreflexivo candor, los creadores del invento sabían desde el inicio que “se estaban equivocando”. Aposta y por el lucro. ¡Curioso, que tras estas operaciones haya tipos tan atildados, primorosos y perspicaces como nuestro antiguo cenetista Félix Martí-Ibáñez!
El mal es sólo amortiguable, no erradicable. Podrá en ocasiones paliarse, a toro pasado, cuando las personas hayan sufrido en carne propia las consecuencias adversas de la estupidez y el egoísmo, y optan por modificar su conducta. Antes, no habiendo presciencia, pesquis, moralidad o cultura, no.