Ahora que estamos con Ucrania


Es imposible redimir a Putin, por mucho que nos reviente el señor Schwab, y por más que duela recordárselo a señeros opinadores en el campo liberal-conservador

En propiedad, el marxismo es una degeneración de Hegel, el reverso enconoso, henchido de mesianismo, de una filosofía de la historia edificante. La dialéctica del amo y del esclavo, orientada a modo de parábola hacia la redención por una mano invisible o la justicia poética, se troca, con el barbudo de las pústulas, en el odio enfermizo de la lucha de clases. Y así el comunismo levanta sus espantos sobre la discordia, y no la síntesis feraz. Una discordia que en origen era principalmente entre el burgués y el obrero, entre el empresario y el trabajador. Pero que en estos tiempos de inusitado bienestar ha de ir a la caza de otros fetiches, otros fraudes, otros manantiales de rabia y rencor, para proseguir echándole leña al fuego.

Uno, el más zafio, es el de la igualdad. Menudo espantajo. Como si, a la hora de constituir un equipo de baloncesto, todos los miembros de la plantilla se esmerasen en alcanzar la misma altura, y el más bajito del plantel hubiera de constituir el tope máximo para un pívot. En una época en la que los grandes obesos, esas moles de adiposidad vibrátil transitan los barrios más pobres de Occidente, nuestros sindicalistas de chuletón y mariscada, que se saben cuidar a expensas de la caja común, ya no demandan igualdad con el argumento del hambre. Sino arremetiendo contra los esbeltos que frecuentan un gimnasio, comen como un pajarito y se machacan a privaciones, al seguir representando, tal figurines burgueses, un caso flagrante de desigualdad.

Noam Chomsky

Quienes tuvieron la mala sombra de ser profesores de literatura, sector hegemónico, en la estela de mayo del 68, sobre todo en anglística, traen bastante mili hecha. En el ejército erróneo, que es el que se nutre de Sartre, Fidel Castro, Noam Chomsky, Daniel Ortega, Fredric Jameson, Zizek y sus cuates. Como epígonos de la escuela de Frankfurt, en especial de las mamarrachadas hedonistas de Marcuse, creyeron dichos nietos putativos del reverendo Jim Jones que podían ser niños mimados y hacer la revolución, ponerse ciegos de drogas y de orgasmos siempre que ello constase como servicio altruista a los desvalidos e instaurar el reino de los cielos a base de arremeter contra sus antepasados, la autoridad, el cristianismo, la propiedad ajena, el canon cultural de su propia civilización. Con adanismo bárbaro, querían dejar su impronta, desbaratar el pragmatismo que suele derivarse de la intelección sosegada, ser apocalípticos, apuntarse al éxtasis. Desconstruyendo esa sensatez que, grosso modo, se resume en la Ilustración y hoy cancelan –por seguir la corriente, sacar pecho sin motivo y cotizar como catedráticos– quienes fueran incapaces de calar y rechazar a Derrida, Foucault, Judith Butler y el cansino etcétera.

Esa fue una versión yanqui, y no eslavo-asiática, de la heroica avanzadilla de influencers. El nexo entre las universidades de renombre y Wall Street. Entre Black Lives Matter y Davos. Entre los pasmosos delirios identitario-sexuales y conglomerados como Black Rock. Reparemos, a este respecto, en las decenas de miles de millones de euros que “le caen”, como por ensalmo, a una mandada como Irene Montero. Casualidad no será. Ni acaecerá por su peso político, su carisma o sus capacidades. Sino al socaire de maniobras extrínsecas, de sinergias de toda laya, de contingencias que –a nadie escandaliza el pragmatismo caprichoso de los altos jefes—hallan más fiabilidad, por el momento, en un guaperas de izquierdas que en un memo de derechas.

Todo eso está ahí. Y sin embargo… Pese a lo mucho que entretienen las “conspiraciones judeo-masónicas”, pese a la probada incompetencia geoestratégica de Washington y Bruselas o al abracadabrante wokismo fomentado por los fondos de inversión y sus multicolores agendas, hay trastienda. Como en botica. Aunque también hay tragedias tangibles, sangrando en primer plano. Se están manifestando ante nuestros ojos. De modo que concurren grados de vileza, brutalidad y transgresión diferentes. Los cuales exigen cierto empeño hermenéutico.

A escala de lo más urgente, es imposible redimir a Putin, por mucho que nos reviente el señor Schwab, y por más que duela recordárselo a señeros opinadores en el campo liberal-conservador, que se aferran a una improbable economía de malos malísimos y malos no tan malos, en el fondo un homenaje sin querer a los “compañeros de viaje” de los años treinta. Don Vladimir ya era un indeseable antes de que invadiese Ucrania, por su uso autocrático del poder, por su recurso irrestricto de la violencia o la arbitrariedad judicial contra disidentes, por su intolerancia, machismo, antisemitismo y homofobia, por sus injerencias en Cataluña, por sus nostalgias soviéticas, por empobrecer y sojuzgar al noble pueblo ruso, endosándole una mafia de testaferros multimillonarios que explotan para sus bolsillos las materias primas. Y ahora lo es más. Ahora es un apestado con galones añadidos.

Que pueda haberse dejado provocar para emprender esta guerra, y que Ucrania pueda estar siendo utilizada por Occidente para manejos que encubren fines subyacentes y expectativas de lucro no lo convierten en aceptable, ni a su causa en digna. Hoy más que nunca hay que estar pendiente del dedo, de la luna, de los cisnes negros y del efecto mariposa. Como del sentido común, la ética de todos los días y el instinto de supervivencia. No cabe escudarse en las imperfecciones del mundo, la deshonestidad de múltiples agentes o la hipocresía de las justificaciones oficiales para, como respuesta, adoptar maniqueísmos derrotistas y colocarse au-dessus de la mêlée. No hay más cera que la que arde: aquilatar quién agrede, quién muere, quién amenaza con tirar bombas atómicas.

Fernando de los Ríos

¿Qué tienen en común el covid, el catastrofismo climático, el desquiciamiento de las identidades sexuales y el uso torticero de la tecnología para esclavizarnos? Obviamente, su apetito de universalismo. Su pertinaz afán de promover transformaciones de calado, tendentes a arrancarle al individuo su autonomía. Es como si el “¿Libertad para qué?” que Lenin le espetase al rondeño Fernando de los Ríos fuese norte y guía de los mandamases del planeta. Sus actos suman en una dirección antiliberal, despótica y mendaz, caracterizada por un desprecio infinito hacia la capacidad del individuo de ser, pensar y actuar a su albur. Empero, no está nada claro que la guerra de Ucrania juegue un papel como división de aguas. Tanto puede acelerar un globalismo post humanista como hacer de freno. Si nos fijamos en la reciente visita a Kiev de los líderes de Polonia, Chequia y Eslovenia, podemos calibrar sus prioridades y comprobar que la partida está abierta.

Que izquierdistas, comunistas y otros totalitarios se han fundido en un matrimonio feliz con plutócratas, financieros y monopolistas transnacionales, se insiste, está fuera de duda. Los segundos dirigen el cotarro y marcan el rumbo, mientras que los primeros aportan su saber y mano de obra exigiendo mayores grados de represión y arrojando chorreones de propaganda en neolengua, pues no en vano pastorean, desde aquella Komintern, a ese tropel de docentes, periodistas, intelectuales y artistas cuya venalidad y narcisismo dan la impresión de ser inagotables. ¿Y qué? ¿Nuestro análisis va a regirse por los vaivenes de ese juego? ¿Vamos a ver en los bombardeos rusos el antídoto a la agenda 2030? ¿Acaso no tenemos miradas independientes para advertir lo que se dirime en esta guerra?

Y dicho lo cual, la conclusión. La malaise del romántico reside en que sufre porque la realidad del mundo no se acomoda a sus deseos. Le embarga ciertamente un rapto de inmadurez y megalomanía, pero conviene no olvidar que todos, desde finales del XVIII, somos aproximadamente románticos. Endiosamos hasta tal punto nuestros anhelos, atisbos y ensueños, que con frecuencia nos pasamos de reactivos, llegando a extremos raros en aceptar lo inicuo o desarrollar intolerancia hacia lo benigno. Hipersensibles nos hemos vuelto con las opiniones ajenas, perdiendo con ello las ventajas dialécticas que comporta el pluralismo, no como conllevancia orteguiana, sino como oportunidad de aprender de lo disímil y de lo inesperado. Las contiendas bélicas pueden confundir nuestros principios, o depurarlos y fortalecerlos. Mejor aprovecharlas bien. Desde esa óptica, vaya un Diguem no como emulando a aquel Raimon inicial.

Raimon

Decimos que no a Putin y a su invasión de Ucrania, aunque el ataque haya sido anunciado por activa y por pasiva desde hace años por el poder ruso, y Occidente lo haya ido propiciando con una mezcla de insensatez y cálculo típicamente torpe. Lo mismo que en Siria, Irak, Afganistán y tantos sitios. Decimos que no a quienes esperan que Ucrania se rinda, no luche, se pliegue y se deje avasallar, aunque no ignoramos sus simpatías nazis pasadas y presentes, la corrupción de sus gobernantes o sus escasas credenciales democráticas. Decimos que no a esos pacifistas que matan nuestras libertades a la chita callando, porque su método pasa por imponer su voluntad mediante leyes injustas, saqueos fiscales, colonización de las mentes y obliteración del pasado. Decimos que no al blanqueo del comunismo, su propaganda y sus mentiras. Como decimos que no a sus hermanos de leche: el nacionalsocialismo, el fundamentalismo musulmán, el maoísmo y los demás desvaríos dictatoriales. Decimos no a los mcguffins de muerte y destrucción que inventan a diario los guionistas del mal, para torcer la historia humana.