¿Podría España levantar cabeza?


Las elecciones son su instante glorioso. La principal oportunidad para pavonearse, vender alfombras, arrojar guiños proféticos a la amnesia del oyente

Juanma Moreno./Foto: Eduardo Briones-Europa Press
Juanma Moreno./Foto: Eduardo Briones-Europa Press

El futuro está abierto. Por eso sorprenden contingencias como la mayoría de Juanma Moreno. Las entrañas de las aves auguraban varias posibilidades, ninguna de las cuales se ha plasmado: un arreglo entre PSOE y PP, para servir a coincidencias larvadas a las que habrían vendido el alma; una abstención del PSOE y los comunistas, para obstaculizar a VOX; la repetición de elecciones; o lo adecuado en democracia: respetar la voluntad mayoritaria, favoreciendo una hipotética coalición liberal-conservadora. Todo esto a sabiendas de que las cúpulas de los partidos darían sedal a los votantes recién captados, pensando en sus sillas musicales. Aunque un político al uso es una máquina de sacar pecho, monopolizar la razón en cuanto le conviene y postularse como taumaturgo, procede mirarlos con ternura, y no sólo con escepticismo. Hoy les dan cuerda para que se comporten así, emperrados en ese registro. Si albergasen alguna predisposición cognitiva o ética distinta al ombliguismo, buscarían la concordia, el entendimiento, el matiz o el altruismo. Mas ocupan las antípodas de tan apetecibles virtudes.

Las elecciones son su instante glorioso. La principal oportunidad para pavonearse, vender alfombras, arrojar guiños proféticos a la amnesia del oyente. También son las elecciones una tirada de dados, tipo Mallarmé. Equivalen a conjurar la resultante de un abanico de azares, voluntades, errores, malentendidos, caprichos, simpatías, rencores, deseos y prejuicios. Suponiendo que no estén cargados los dados, y que tanto el cómputo como el procesamiento de los votos sean correctos, lo cual es cuestionable en cada elección, habrá que aceptar que el resultado equivalga al sentir del cuerpo electoral. Por lo menos, mientras la toma de control de INDRA que vienen urdiendo no depare una variante corregida y ampliada de aquel sainete de la cortinilla y la urna. ¡País! Acongoja nuestro fatalismo sumiso, la inepcia para prevenir y curar.

Con tales cautelas, cabe sospechar que ese régimen socialista andaluz que, por durabilidad e impregnación, se tildaba de “franquismo sociológico”, al modo de nuestro “Partido Revolucionario Institucional”, está en declive. El breve y reciente tiempo de gobierno del PP acredita que no afeitaron el cráneo a las mujeres, ni les dieron aceite de ricino; que tampoco clausuraron hospitales ni centros de enseñanza públicos; que no advinieron las hambrunas con las que la izquierda asusta a obesos y gourmets. Ni siquiera se derogaron las llamadas leyes progresistas, ni dejaron de regarse con dinero del contribuyente los miles de “chiringuitos” para colocar parientes. Significativo será comprobar hasta qué punto el PP ansía el continuismo, heredar al PSOE. Y hasta qué punto VOX sigue dando voz al hastío por las omisiones del PP.

Pintoresca reluce la fragmentación del voto comunista: escindido, recombinado y vuelto a encizañar en un popurrí de candidaturas a cuál más chusca e impopular. El PCE, antaño asociado a una trama foránea susceptible de meter el miedo en el cuerpo, experimenta hogaño una mitosis galopante, conducente a subdivisiones localistas cada vez menos serias. Ciertamente son demasiados granos de arroz, léase aspirantes a un puestecillo pagado, para tan escuchimizado pollo. No menos estupefaciente ha sido que Sánchez afirmase en un mitin que el PP apoyaba a Argelia en sus ganas de perjudicar a España. Eso es como si un niño le mete a otro una rata muerta en la cartera sin que el primero se dé cuenta, para denunciar a la profesora que su compañero trae cadáveres al aula. Un desmán propio de pandilleros de baja estofa. Pero un público tupido de paella y cervezas, tras el mareo del autobús, descansando por fin bajo la carpa, aplaude lo que caiga.

VOX puede celebrar unos números que implican mejora en votos y en escaños. No mirarse en el suflé que ha sido C’s, que del sueño de superar al PP pasó a la nada. Su objetivo, como partido adulto, consistirá en depurar propuestas, mejorar su transmisión, vigorizar cuadros y formular una oferta honrada cada día más medida, pragmática, esclarecida y útil. Su tarea es ganarse el aprecio de los españoles y ocupar un lugar legítimo en el sistema democrático. El PP deberá meditar con cordura lo que pretenda perseguir en los pactos postelectorales venideros, dejándose de poses y melindres. La responsabilidad que tiene por delante no puede ser alicorta ni introspectiva. Puede pensar en imitar al PSOE en su “modelo PRI”, y seguir negándose a comprender la existencia de VOX, o aprender a ver las ventajas de que existan dos sensibilidades afines, capaces de prestarse una cooperación leal. Sin fantasías fagocitadoras. El bipartidismo no es maligno, aunque ni de lejos la fórmula exclusiva. Sobre todo, si has escamado a tantos que confiaban en ti.

La desaparición de C´s es una oportunidad para que PP y VOX absorban sus pretensiones liberales, sin por ello echarse en manos de un globalismo antinacional. El común no traga a los lacayos de Davos, ni aprueba su bazofia. El reproche fundamental que se merece C´s es por haberse desprendido del talento profesional e intelectual que traía, dando prominencia a aventureros de medio pelo sin capacidad política. Aunque en España se cultive con ahínco la selección inversa, para que ambiciosos sin norte pisoteen y espanten a los mejores, C´s es paradigma de cómo arruinar las cosas. Si empuñan el timón los carentes de preparación, altura o fibra moral, truncas tu proyecto. Otros partidos y líderes pueden hacérselo mirar también. Pensemos en el inefable Casado, otro prodigio, incluso en Sánchez más pronto que tarde.

Mariana Pineda

Juanma Moreno no es Ayuso. La genética y el carácter cuentan. Ella es una Mariana Pineda, una Agustina de Aragón, una Manuela Malasaña: encarna los instintos más saludables del pueblo contra la tiranía. Es naturalidad espontánea, hambre de libertad que ha dado al traste con el engolado prestigio de una izquierda aburguesada, santurrona y espesa. Moreno no debería ser al PSOE lo que Rajoy fue a Zapatero, un continuador aseado, el mayordomo del statu quo. Aunque su especialidad académica sea el Protocolo, ahora le toca algún ramalazo a lo Churchill, sobre todo en la “guerra” cultural. Hasta el político más neutro y aséptico debe resignificar mínimamente los grandes asuntos de la cosa pública. No ejercer de consentidor melifluo, por no salirse del plato.

Para muestra un botón. Véase la suculenta entrevista con el editor Jorge Herralde que acaba de publicar El Mundo. La médula de su mensaje reside en dos aseveraciones. Una: “Es grotesco que la derecha reivindique su papel en la cultura.” Y dos, cuando le preguntan si en el catálogo de Anagrama cabría algún autor de derechas: “Sólo preguntarlo es ofenderme.” Pues bien, decir Herralde es decir el lobby cultural, educativo y mediático. Ya puede haber socialdemócratas en el PSOE, incluyo creyentes que comulgan, aficionados que van a los toros, militantes que se reconocen en la sexualidad de sus padres, sus abuelos y la vasta civilización precedente. A la hora de la verdad, repiten como zoquetes las monsergas. Como se abonan, hipócritamente, al discurso anticlerical, animalista, antiespañol y “de género”, por cobardía y la cuenta que les trae. Espadas, si prosigue en el papel que ostenta, debería desarrollar alguna personalidad propia. Le daña aparecer como el delegado de Sánchez, un subalterno. Ciertamente merece y vale más. Él, como Moreno, ganaría un potosí exhibiendo algún destello librepensador. También beneficiaría a ambos proyectar cierto patriotismo creíble, una base de solidez que defendiese la grandeza cultural de Andalucía y de España, avivando el orgullo y el afán de superación moral entre la ciudadanía. No es demasiado pedir.

A todas luces se halla en el actual PSOE el germen, la opción a ser un partido beneficioso. Hay numerosos militantes decentes. La devastación sin paliativos que Sánchez ha infligido a esas siglas, unida a las catastróficas desdichas impulsadas por Zapatero en lo tocante a pericia económica, sentimiento patriótico y altura intelectual, lo ha desmadejado. Sería mano de santo, y una innovación colosal, atreverse de súbito a lucir sentido común, criterio propio, ideas constructivas, sentido del deber, arrepentimiento, asco al robo y la mentira, rectitud. Ha de causar regocijo interior dejar de meterse en la cama con indocumentados intonsos, gamberros malcriados y tiranuelos de pacotilla. ¿Y qué decir si dejasen atrás ese historial de mamporreros, de reírle las gracias y bailarle al agua a quienes te desprecian, se sienten superiores a ti, y encima esquilman a cuatro manos los recursos? ¿No es una humillación para el PSOE?

Nacionalismo catalán

Estos prendas, los “nacionalistas” de pitiminí, son los que fuerzan a sus súbditos a hablar en una jerga que no es suya, ni les nace. A que sus víctimas, en todos los ámbitos públicos y privados, en el propio hogar, en la familia, en la intimidad y hasta cuando sueñan, usen un lenguaje ajeno. Es abyecto y enfermizo que, en tu país, tengas que sufrir la afrenta de que te endosen un vocabulario extraño, elevado al rango de religión obligatoria, de mitología postiza, de ubicuo recordatorio de tu esclavitud. Y todo porque esa oligarquía fanática se siente acomplejada, es tan intolerante e insegura, que predica: “Estás sometido a mí. Esta tierra es mía y sólo mía. Si no quieres que te expulse, y tengas que salir corriendo como un paria, recitarás lo que te ordeno, pensarás lo que dispongo, y confirmarás que renuncias a ser tú, un maldito español.” Un liderazgo digno, menos venal, nos lo habría ahorrado.

Hemos pasado de figuras como Manuel Fraga Iribarne, a quien “le cabía el Estado en la cabeza”, que desdeñaban maquilladores, guionistas o asesores y podían permitirse una oralidad eruptiva, porque escribían y pensaban con el brío de la auctoritas, a mediocres que sólo persiguen el mando –la potestas—y, para alcanzarlo, requieren legiones de sedicentes “expertos” en cómo marear la perdiz, empaquetar los señuelos y atraer clientela. Desde luego, sin percatarse la parte contratante de que la parte contratada –el publicitario o politólogo– codicia en secreto lo mismo que el político, un acta de senador, un puesto fijo, el privilegio de acceder al pastel presupuestario.

¿Será Michel Houellebecq el mejor escritor vivo del planeta? ¿El de mayor hondura, sagacidad y talento para articular, no sólo la procelosa realidad de lo contemporáneo, sino una esperanza creíble en la condición humana? Un pesimista acérrimo como él parece pintiparado para la proeza. Con Aniquilación (Barcelona: Anagrama, 2022) nos brinda su libro más brillante hasta la fecha, por mucho que su primera novela, Ampliación del campo de batalla, de 1994, fuese una obra maestra, que aún estremece al releerla. Más allá de las bobadas de un Herralde, que por lo visto no logra traspasar sus anteojeras, Houellebecq se ha convertido en la voz más universal de la derecha. En este largo, emocionante e inteligentísimo relato, situado en una Francia del futuro próximo, asistimos a un revivir de los valores, del catolicismo a la honorabilidad de los políticos. Es como si el progresismo se hubiese esfumado. Hombres y mujeres se aman y apoyan como solían, los hijos se ocupan de sus padres, la patria vuelve a ser historia, cultura, gastronomía y tradición. El bien vence otra vez al mal.